Realmente pertinente recordar el efecto fascinador que provocó en la clase trabajadora y en parte de los intelectuales europeos la Revolución Soviética y sus consecuencias. El historiador Ramon Breu lo hace brillantemente en este La Catalunya soviètica. El somni que venia de Moscou (Ed. Ara Llibres).
Y es que fue el diario Solidaridad Obrera quien primero saludó el nuevo tiempo: "Los principios salvadores de la revolución rusa triunfarán. (…)Nosotros, como anarquistas y como proletarios, invitamos al pueblo español a que se dignifique y libere en una acción viril como la de nuestros hermanos los proletarios rusos".
El autor explica este dato tan sorprendente por la simpatía que lo rudo provocaba en los anarquistas que tenían en Tolstoi y Gorki un referente ideológico y que además habían compartido desde el inicio de la I Guerra Mundial la idea de Lenin del boicot a “una guerra entre imperios”. Y tanto fue el entusiasmo que un político catalán de la talla de Layret pensó en unificar los movimientos anarcosindicalistas de la CNT con los republicanos de izquierda y así creará el Partit Republicà Català que en 1919 se va a adherir a la Internacional Comunista. El asesinato de Layret por parte de los pistoleros de la Patronal dio al traste con el proyecto.
Muy diferente sería la reacción del PSOE. Los socialistas habían mantenido al inicio de la IGM una posición pacifista pero a medida que el conflicto avanzó pasaron a una clara aliadofilia. De ahí que la ruptura soviética con sus aliados fuera considerada por los socialistas como una traición al bando que para ellos defendía los valores de la libertad y el progreso.
La reacción del gobierno de Romanones y de la prensa de entonces fue de preocupación, tenían la imagen de una Europa en peligro de contagio de la bestia comunista. Los nervios iniciales llegaron incluso a provocar una campaña de deportaciones y confinamientos de pobres extranjeros que acabarían convirtiéndose en cabeza de turco de las clases dirigentes ahora asustadas.
Apasionantes los movimientos posteriores como el viaje del dirigente anarquista Ángel Pestaña a Moscú donde se entrevistará con el mismísimo Lenin. De él obtendrá una buena impresión aunque no tanto de lo que vio en aquel congreso de la III Internacional. Días después de su vuelta la crítica hacia los métodos bolcheviques y la intervención del Estado Soviético en la vida de sus ciudadanos serían más duras aunque mantenía la fascinación por la “gesta” revolucionaria y por los avances sociales que durante los setenta días de su estancia en Rusia había visto.
También Francesc Macià acudiría a la URSS con su secretario Josep Carner-Ribalta en 1925, y sacará buenas impresiones, especialmente porque la magnitud del proceso revolucionario lo aplicaría a su concepción de la independencia catalana. Llegó incluso a reunirse con Zinoviev del que arrancó un supuesto apoyo a la causa independentista catalana.
Y Carles Pi i Sunyer también iría en 1931 como parte de una delegación española con fines comerciales. Muy impresionado por los planes industriales soviéticos, fue crítico con las deficiencias democráticas auque definiera en términos muy elogiosos a Stalin y al mito de la familia soviética donde “el tiempo corre agradablemente”.
Otros viajeros como J.Terrasa, Rovira i Virgili y curiosamente Josep Pla también harán su periplo ruso. Quedará plasmado el de este último en su Rússia. En los años veinte el genio catalán encontrará los mismos elementos fascinadores que muchos intelectuales sintieron al respecto: La idea de renovación, la construcción de cero de una sociedad, y la sensación de eficacia frente a las sociedades europeas decadentes y depresivas. Curiosamente Josep Pla poco más de una década después entraría en Barcelona con las tropas franquistas.
Ramon Breu trata de manera exhaustiva la penetración soviética en la cultura española de los años veinte y siguientes, sin duda la parte más importante del libro. Una vez suavizada la censura de los primeros años de la dictadura de Primo de Rivera comenzarán a aparecer reportajes, crónicas y multitud de informaciones en presa y revistas. Alguna como Nueva Cultura fue decisiva en ello. Más tarde el panorama estará más claro:
“… es pot dir que en els primers anys de la Segona República, és el moment en què el comunisme se situa entre la legalitat i la ilegalitat, i en què de mica en mica es fa present de manera més evident arreu del territori. Seran els intel·lectuals, el món de la cultura, com passa a bona part d’Europa, la punta de llança de l’adhesió i l’entusiasme del país soviètic, per far roig d’orient.
Amb la dinàmica del frontpopulisme, amb la influència creixent de la intelligentsia i amb l’esclat de la Guerra Civil, el sovietisme penetrarà ja de manera inqüestionable en l’horitzó cultural i ideològic de bona part del país.”
Traducido:
“… se puede decir que los primeros años de la Segunda República, es el momento en que el comunismo se sitúa entre la legalidad y la ilegalidad, y en que poco a poco se hace presente de manera más evidente en todo el territorio. Serán los intelectuales, el mundo de la cultura, como pasa en buena parte de Europa, la punta de lanza de la adhesión y el entusiasmo por el país soviético, como faro rojo de oriente.
Con la dinámica frentepopulista, con la influencia creciente de la intelligentsia y con el estallido de la Guerra Civil, el sovietismo penetrará ya de manera incuestionable en el horizonte cultural e ideológico de buena parte del país.”
En aquellos años se da una notable diferencia entre el socialismo español y el catalán. Este último defenderá su vocación federal, iberista y revolucionaria que sigue una vía paralela a la española, pero independiente. Se trataba de lograr la revolución en España, pero si esta fracasaba se buscaría crear la República Socialista Catalana federada a la Unión Soviética (algo similar a lo que haría décadas después la Cuba castrista). En aquellos debates participaría gente como Nin, Maurín, Campalans. Muy notable aunque breve la profundización que Ramon Breu realiza en el pensamiento de Andreu Nin de aquellos años aunque aun mejor es el trato que da al cine soviético y su importancia, nada extraño siendo como es el autor un especialista en la cuestión:
“A Catalunya, durant els anys trenta el cinema soviètic serà admirat en cercles universitaris i intelectuals. Però en esclatar la guerra es convertirà en un espectacle de masses per l’implacable realisme de les seves imatges, per la utilització magistral del muntatge i, sobretot, representarà una nova estètica, perquè incorporarà el drama coral de les multituds.”
Traducido:
“En Cataluña, durante los años treinta, el cine soviético será admirado en círculos universitarios e intelectuales. Pero al estallar la guerra se convertirá en un espectáculo de masas por el implacable realismo de sus imágenes, por la utilización magistral del montaje y, sobre todo, representará una nueva estética, porque incorporará el drama coral de las multitudes.”
Tampoco pasa desapercibido en la obra el papel de intelectuales como Carner-Ribalta o Joaquim Maurin en la difusión de la literatura soviética como la necesidad en plena guerra de utilizar el teatro como instrumento de agitación ideológica. En ese contexto se entiende que en aquel momento se impondrá un teatro de urgencia, pobre y combativo, donde la tradición decimonónica satírica será sustituida por una práctica teatral soviética de fuerte contenido crítico, movilizador y antifascista.
La parte política del sovietismo en Catalunya es trascendental. A principios de los años treinta el panorama del marxismo catalán es desolador por lo enfrentado y atomizado que se presenta. La unificación sería larga y costosa hasta que en 1935 y 1936 cristalizara el PSUC (Partit Socialista Unificat de Catalunya), partido que sería sin lugar a dudas un instrumento del sovietismo canalizador de las directrices de Moscú y que trabajaría ampliamente en la difusión del ideario estalinista.
El papel que numerosos catalanes y demás españoles tuvieron en el ejército soviético una vez acabada la Guerra Civil también aparece reflejado en La Catalunya Soviètica. Historias como la del aviador Francesc Pararols u otros como Sebastià Piera y su calvario durante la II Guerra Mundial aparecen bien reflejados en estas páginas como el penúltimo capítulo de una parte de la sociedad catalana en su apasionada apuesta por el mito soviético.
El autor cierra el libro reflexionando sobre lo que fue la Unión Soviética y la necesidad de retomar la idea internacionalista de trabajadores que le dio vida. Se lamenta de cómo China o Cuba son perversiones de la idea original y de cómo se ha perdido el fervor y la libertad creativa que imperó en los primeros años de la revolución bolchevique. Sin duda también Ramon Breu siente la fascinación que describe en su libro por parte de muchos intelectuales de la época.
Más allá del placer y el interés que suscita un libro como este no deja de sorprenderme como el cansancio y la decepción en las sociedades democráticas acaban siempre en un intento de superación de las mismas por vías utópicas. El socialismo es una de ellas, y en tiempos como estos donde los populismos de derechas y de izquierdas comienzan a ser verdaderamente pujantes no puedo dejar de temer que determinadas actitudes ante la sociedad vuelvan a imponer regímenes totalitarios como lo fue el soviético. Al fin y al cabo, todos ellos comparten la negación del individuo para someterlo a la masa, y más allá de las primeras etapas de la vida donde puede primar la fascinación por lo revolucionario, no dejo de preguntarme como tantos individuos (especialmente los intelectuales), se dejaron arrastrar a ello. Libros como este contribuyen a entenderlo por muy en desacuerdo que se esté con sus conclusiones.
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