Salvador Boix, apoderado del torero José Tomás, en su Toros sí, una defensa razonada (Ed Temas de hoy) ha realizado un original ejercicio de defensa de las prácticas taurinas por aportar un texto bien escrito al momento en el que parece que la tauromaquia ha iniciado su definitivo declive. En efecto, este libro se aleja de la forma en la que tradicionalmente se justificaba el toreo y que intentaba aportar un argumentario de tipo racional con argumentos como la conservación de la especie, de las dehesas, “el animal no sufre”… o similares, y que ya han quedado en completo desuso incluso por los que antes eran sus defensores. Y es que el libro de Salvador Boix hará las delicias de los taurinos porque supone una forma amena y liberada de “deificación” de la práctica y por tanto de dotarla de argumentos que escapan a cualquier crítica racional.
Refiriéndose a la prohibición que el pasado 28 de julio de 2010 decidió por mayoría absoluta el Parlament de Catalunya de las corridas de toros (auténtico hilo conductor de toda la obra) el autor dice:
“Han prohibido la recreación de la prevalencia de los valores humanos sobre el medio a través del coraje, la cultura, el arte y la asunción valiente del riesgo que representa la tauromaquia. La corrida nos enseña la muerte que sustenta nuestro sistema vital. Y el otro sistema, el que gobierna nuestras vidas, no soporta tanta verdad en ella reflejada. Por todo eso, desde el análisis ético, la prohibición queda desautorizada.”
Este texto podría resumir la filosofía de Sí a los toros: La tauromaquia es una “verdad revelada”, una especie de idea platónica inalcanzable para aquellos que no la comprenden y por tanto no legislable más que por ella misma.
La primera parte del libro es un furioso ataque contra la citada decisión del Parlament destinada a deslegitimar a este para tomarla. Para ello argumenta especialmente en torno a que el móvil real de la iniciativa era el identitario y lo enmarca en la necesidad catalana de “una victoria” frente a España. Para ello se arma de una serie de argumentos de una subjetividad cuando no gratuidad sorprendente en alguien que tiene intereses económicos en el asunto, y donde reciben golpes la práctica totalidad de la clase política catalana y algunos que no pertenecen a ella como por ejemplo Aznar al que tilda de “rancio anticatalanista”. No se salvan tampoco ecologistas y animalistas en un auténtico ejercicio de desprecio hacia toda visión diferente a la suya. Todo un ejemplo de antirelativismo, ahora tan de moda. Y en mi opinión este arranque del libro es su punto más débil, porque Toros sí como apuntaba antes, no es una defensa de las corridas de toros si no una auténtica declaración de amor a ellas. Esta primera parte termina con siete ideas para el futuro de los toros que van desde la gestión, el reglamento…y las más sorprendente, la exigencia a las administraciones de incluir en la enseñanza y la educación los valores de la tauromaquia.
Cavilaciones tauromáquicas es el título de la segunda parte. En ella se combinan las disertaciones de un personaje ficticio, Mariano Villegas, psiquiatra y eminente taurino que con un lenguaje barroco y florido muy típico de la literatura taurina hará una defensa muy original de dichas prácticas. Como ironía del autor, el disertador morirá al final del libro de un infarto en el zoo de Barcelona frente a la jaula de la pantera negra al mismo tiempo que el Parlament prohibía las corridas de toros. Y entre esta parte del texto claramente literaria, Salvador Boix intercala otros suyos (no ficticios) donde el aficionado a los toros podrá disfrutar de las vivencias, anécdotas y opiniones ya más concretas desde el interior del mundo taurino.
El libro se cierra con seis anexos relacionados con la prohibición, una cronología del asunto y la más curiosa, la papeleta que el propio autor se confeccionó para votar en las elecciones al Parlamento catalán de 2010 y que dejan muy clara la idea de que las “deificaciones” del autor no pueden ser nunca objeto de legislación por parte de los representantes del conjunto de los ciudadanos organizados en parlamentos democráticos.
En fin, El Polemista ya había tratado anteriormente el tema de los toros en la entrada dedicada al muy interesante y por ello recomendable A favor de los toros de Jesús Mosterín (Ed Laetori) (http://elpolemista.blogspot.com/2011/01/favor-de-los-toros-de-jesus-mosterin-y.html) y que en su día gozó de comentarios de enorme interés tanto de partidarios como de detractores de la tauromaquia. En aquella ocasión intenté dejar claro que no siendo partidario de la prohibición a pesar del rechazo que me provoca la utilización de animales en espectáculos, especialmente cuando son violentos como este y además implican maltrato físico, no cuestiono ni por un segundo el derecho de las sociedades organizadas en instituciones democráticas a decidir los grados de crueldad que están dispuestas a tolerar independientemente de las motivaciones que puedan haber detrás de ellas. Esas responsabilidades subjetivas se dirimen posteriormente en las urnas y es evidente que la sociedad catalana no ha castigado la prohibición, más bien lo contrario.
Toros sí, es un buen libro aunque está escrito desde el enfado y la necesidad de ajustar cuentas. A pesar de ello y obviando la parte política del mismo, está lleno de honestidad en quien ama a la tauromaquia y renuncia a toda racionalidad para defenderla. Difícilmente alguien vaya a cambiar su posición sobre el tema después de su lectura, más bien creo que servirá para potenciar el afecto o el rechazo a los toros, pero el ejercicio merece la pena para al menos ser capaces de entender como se sienten personas que ven cuestionadas y en peligro prácticas absolutamente arraigadas en su concepto de la cultura y su visión del mundo y que están en su derecho de reivindicarlas.
LUIS SUÑÉN COMENTA (Primera parte):
ResponderEliminarCoincide este comentario con la aparición de un reportaje en El País Semanal que reúne opiniones y fotos de algunos de los toreros más importantes del escalafón sobre el estado de la fiesta. Para empezar se cita, naturalmente, el libro de Boix, apoderado de José Tomás, como ya he dicho en este mismo sitio, uno de los culpables –el torero, no el apoderado- de que me abandonara el interés por los toros. Digo el interés, no el gusto, porque debo reconocer, como he hecho aquí también, que los toros me siguen y me seguirán gustando, lo que no me gusta es la actual fiesta de los toros. Si los toros son indefendibles por naturaleza –su defensa tiene siempre un punto intelectualmente barato que obra en su contra- la situación a que han llevado a la fiesta estos y otros toreros más los ganaderos y los llamados taurinos que la han dejado a su suerte no puede abocar sino a su desaparición, quizá más rápida de lo previsto merced a la crisis económica. Añadamos a eso la idea de alguno de los toreros que aparecen en el reportaje de El País acerca de la modernización, de que los propios toreros pertenecen a la sociedad de su tiempo y deben ser vistos poco menos que como unos jóvenes profesionales como cualquier otro –no hay más que verles, con ese palmito para retratarse, incluido el heterodoxo necesario, Morante de la Puebla y su punto presumido pero no elegante –mejor en la plaza. En el momento en que eso llegue definitivamente, en que se conviertan en símbolos de una modernidad que llegue a las plazas como a las revistas del corazón que suelen frecuentar, acabará la presente historia, pues el torero no debe ser nunca un hombre común ni un ejemplo a seguir. Ferlosio decía que ni siquiera un hombre honrado. Debe ser simplemente torero –los que nos gusta esto sabemos muy bien lo que quiero decir- y con eso basta. El problema, amigos míos, es que esa figura ha desaparecido desde que Luis Francisco Esplá –lidia y estética- se cortó la coleta. Y luego está el mito viviente, es decir, José Tomás. Nunca he ido a la plaza a ver morir a nadie aunque supiera que alguien pudiera morir. La idea de Tomás de la fiesta como drama frente a la fiesta como estética –única salida moderna y culta a la cuestión, incluyendo el componente de pura lidia- abarata aquella y la devuelve a los tiempos en los que Pepe Hillo trataba aún de codificarla técnicamente y creaba la teoría cierta y evidente de que la cogida es siempre culpa del torero y no del toro. El problema es que no hay alternativa estética a la propuesta dramática de Tomás, pues, variando de perspectiva mitológica, ni la inteligencia de Ordóñez ni la alegría de Bienvenida ni la elegancia de Manolo Vázquez han vuelto encarnadas en nadie. Morante no es rival. Perdón, ya dije que me gustan. Quiero decir que sin riesgo no hay toros, sin emoción no hay estética consumada en la plaza. El toro actual, impuesto por los taurinos, se diseña para reducir el riesgo y –daño colateral que ayuda a terminar con la fiesta- acaba con esa emoción que tan bien define algunas veces José Miguel Arroyo “Joselito”, otro que, yéndose, me ayudo a marcharme yo también. Y se trata de resolver un problema creando arte, como definía el toreo el citado Manolo Vázquez, no de dejarse coger o de que la falta de técnica propicie esa misma cogida.
(Continua siguiente comentario)
LUIS SUÑÉN COMENTA (Segunda parte):
ResponderEliminarDicho lo anterior para quien esté en mi circunstancia de amor no correspondido, por no hablar de engaño absoluto, debo añadir que el resto de razonamientos en contra de los toros se me quedan en el puro anacronismo que revelan. Es verdad que en Francia, país históricamente más civilizado que el nuestro, no sólo no se plantean su prohibición sino que se ha conseguido su consideración como patrimonio cultural, pronto una reliquia antropológica y estética para algunos y un horror del pasado para otros. La supresión en Cataluña me parece puramente política, hipocritona –los correbous-, parlamentariamente pobre y sin mayor horizonte que el de decirles a los españoles que también se sienten catalanes que se vayan preparando. No soy un experto como Mosterín ni pertenezco a ninguna sociedad protectora de animales pero me cuesta ver lo de la tortura al animal, ni siquiera creo que la fiesta de los toros sea cruel. La crueldad con el animal tendría dos caras, la de quien la aplica y la de sus efectos en quien la sufre, incluidos los, por así decir, morales, que superan al puro sufrimiento físico que causa dolor pero no más allá que una mera perplejidad a la hora de formalizarlo. En fin, divagaciones, ya digo, de no experto. Lo que hace que la fiesta no sea cruel es, de una parte, su propia codificación, su formalismo. Y, de otra, la relación entre torero y toro, que nunca lo es, sino siempre de respeto de aquel –que si no lo ejerce no merece ser llamado torero- hacia este, del hombre hacia quien no considera una bestia sino un colaborador necesario para que todo se consume, el triunfo y la muerte. No hallaremos nunca un torero cruel. Son argumentos que no tendrán ningún valor para los partidarios de la desaparición de las corridas de toros y que yo mismo jamás aduciré en defensa de las mismas pues, como he dicho y escrito muchas veces, nunca moveré un dedo en ese sentido, ni firmaré un manifiesto a favor. La muerte de las corridas de toros vendrá más por consunción que por decreto. Comprendo las prisas de quienes las aborrecen pero estén seguros de que, en su estado actual –y no va a haber otro- tienen sus días contados.
Hace casi ya diez años que dejé de renovar mi abono en Las Ventas porque me fui dando cuenta de que empezaba a sufrir cada tarde y me descubría mirando para otro lado. Sufría por el toro y por el torero sin necesidad ni de que los antitaurinos trataran de convencerme de lo que padecía el toro en el ruedo ni de que los taurinos me dijeran que aquello era una “fiesta”.
ResponderEliminarRecuerdo una corrida “Goyesca” en la que Joselito hizo que se me pusiera la carne de gallina (reconozco que todavía conservo la entrada), otra tarde en la que Luis Francisco Esplá me hizo comprender lo que era lidiar a un toro y otros momentos emocionantes junto a mis compañeros de plaza en la Andanada del 9 que venían de Talavera de la Reina todas las tardes. Después del tercer toro sacaban la merienda y me invitaban con todo el cariño y generosidad, recuerdo unas almendras tostadas que hacía mi vecina del asiento de arriba, las bandejas de embutido de todo tipo, el pan de pueblo…yo iba sola a la plaza y esto me permitía estar con ellos de otra forma a la que estaban los de la barrera de abajo, mirando para el tendido para que todo el mundo supiera que estaban allí y lo que habían pagado por la entrada.
Pasados los años, apareció José Tomás, y lejos de acercarme más al mundo de las corridas de toros, empecé a no entender nada, parecía que a la gente le daba morbo que le cogiera el toro y que el propio torero buscaba esa cornada, era como si José Tomás embistiera al toro y no al revés.
Ya por entonces empecé a ser consciente de que era algo indefendible desde el punto de vista del animal y por eso no entraba a debatir, no tenía argumentos racionales.
Ahora tampoco entro a juzgar a los que quieren prohibir las corridas, pero no estoy de acuerdo. Pienso que, el mismo proceso de transformación que sufrí en mi forma de ver los toros, lo van a acabar sufriendo las corridas en España y, porqué no, en el resto de países sin necesidad de prohibir nada.
SYLVIA NAVARRO COMENTA:
ResponderEliminarCreo que todos estamos hartos de oir y leer argumentos en pro y contra de los toros y su fiesta, y probablemente la mayoría son legítimos, por lo que el problema se reduce a una cuestión de opinión personal. En mi caso, nunca he puesto los pies en una plaza de toros ni me ha interesado la fiesta de los toros en general, ya que el espectáculo de la tortura y matanza de un animal indefenso, porque en realidad lo es, para mí carece de toda estética o glamour, por mucho que los amantes de los toros no acaben de repetir, y yo, aunque no comparta dicha opinión, la respeto plenamente. Otra cuestión es que un Gobierno(en particular el de Cataluña) intente imponer un código ético con la prohibición de los toros basado oficialmente en el aspecto cruel e inmoral de La Fiesta, cuando en realidad le beneficia plenamente en sus intereses político y económicos y además supone en cierto modo otro paso al distanciamiento psicológico con el resto del país. Por desgracia se ha puesto de moda en los gobiernos españoles el dar a los españoles lecciones de ética!”