No creo que sea completamente inútil para contribuir a la solución de los problemas políticos distanciarse de ellos algunos momentos, situándolos en una perspectiva histórica. En esta virtual lejanía parecen los hechos esclarecerse por sí mismos y adoptar espontáneamente la postura en que mejor se revela su profunda realidad.
JOSÉ ORTEGA Y GASSET

miércoles, 5 de febrero de 2014

Breve historia de los nacionalismos europeos de Javier López Facal, y, “los nacionalismos son como el olor corporal; uno no percibe el propio, sino solo el ajeno”.


La verdad es que se agradece encontrarse con textos plagados de sentido del humor y sin pretensiones más allá de las divulgativas como este Breve historia de los nacionalismos europeos (Ed Catarata). Javier López Facal ya comienza dejando claro que no es el concepto político en su sentido estrictamente científico lo que trata, sino la gestación y explicación de aquello que hace que el individuo deba mayor lealtad y entrega a su nación que a su ámbito de pertenencia (familia, barrio, ciudad, región…). Y es que como bien explica, hablamos de un fenómeno decimonónico que se extenderá en el s. XX por Asia y África, y para introducirlo nos cuenta varios casos, desde el escoces al judío, al que dedica un buen número de reflexiones, pasando por lo que denomina “eficacísimo instrumento de nacionalismos europeos”: la ocupación napoleónica. Y los hay anteriores, claro, que si al inglés le considera el primero de ellos a través de la aparición de las clases medias de comerciantes, (sigan la lectura, no es un tratado de ciencia política), al francés le sitúa en la expresión triunfante y optimista de la revolución, al alemán como inspiración y justificación a su ser nacional previo, al italiano le otorgara una naturaleza cultural. Y continúa con diversos ejemplos hasta llegar a España: López Facal, tras repasar mitos como el de Santiago o el de la mal llamada Guerra de Independencia, y tras la evidente influencia de Álvarez Junco (al que cita) afirma:
“Años después, y utilizando la mirada retrospectiva de los nacionalistas, la guerra de la Independencia sería reinterpretada como un episodio más de la secular lucha de los españoles contra el invasor, sea este romano o musulmán, y sería elevada a la categoría de mito sagrado de aquel Estado en formación (…) El nacionalismo español, como todos los demás, se ha basado en el mito de una España eterna cuyos belicosos habitantes habrían defendido heroicamente su independencia siglo tras siglo”.
Pero el autor no se conforma con delimitar al nacionalismo “central” español, este libro rezuma honestidad intelectual y apunta a los periféricos; el catalán, como no puede ser de otra forma comienza con Els Segadors y la manipulación que de ello hace el nacionalismo para convertirlo en un conflicto nacional cuando en realidad es de clase,  y sigue con Rafael Casanova que en 1714 decía luchar “per la llibertat de tota Espanya”, en un conflicto de sucesión entre Austrias y Borbones que Javier López no duda en calificar:
“Considerar esta contienda, pues, como una guerra de España contra Cataluña es un anacronismo o un desvarío, como el de no pocos manuales de segunda enseñanza que nos presentan la Batalla del Ebro de la Guerra Civil como un ataque español contra Cataluña”.
El vasco, a través de personajes tan lamentables como Joseph-Augustin Chao o Sabino Arana Goiri, de este segundo procede la denominación Euskadi, el PNV, la ikurriña, y casi todos los mitos que lo definen como todo un arquetipo de la reacción absolutista de Chao, y del nacionalismo secular, toda una trasferencia de lo religioso a lo político, racista y doctrinario, de un Arana que lejos de provocar sonrojo en sus seguidores del s. XXI, lo siguen reivindicando. Y claro, siendo gallego el autor escribe comparándolo con otros nacionalismos: “Nunca antes, en efecto, había existido una entidad política diferenciada que coincidiese aproximadamente con el ámbito puramente geográfico para el que los respectivos nacionalistas reclaman.”
Y termina en este apartado para los nacionalismos que sufrimos en España catalogando, si el catalán es de naturaleza económica, al vasco le sitúa en el etnicismo, al gallego en lo cultural, y al español en lo rancio, todos en un sentido despectivo.
A estas alturas el lector ya se habrá percatado que esta Breve historia cultural de los nacionalismos europeos es un libro divertido, provocador, lleno de anécdotas personales y de citas, pero en absoluto ajeno a la seriedad del tema.
Pues bien, para que haya nacionalismo tiene que haber nación, así que hay que crearla, aquello que Eric Hobsbawm llamaba “invención de la tradición”. En ello, el papel del folclore provocará alguna sonrisa en el lector:
“Los trajes de flamenca, de gitana o de faralaes empezaron a ser llevados por payas sevillanas muy a finales del siglo XIX y son ya de rigor para asistir a la Feria de Sevilla solo desde 1929”, o lo que es lo mismo, “probablemente sea el traje regional de origen decimonónico que mayor éxito haya tenido en el mundo”.
Pero obviamente a la vestimenta superarán la literatura, las artes… y el resto de ámbitos culturales, entre ellos el deporte o la arquitectura, donde el “revival” neogótico, también tendrá su manifestación en reivindicaciones del pasado a través del mudéjar o el  románico entre otros.
Y con la eclosión de los nacionalismos y coincidiendo con el romanticismo, empezaron a surgir las historias nacionales, todas ellas con un papel político  e ideológico, donde lo “antiguo” es sinónimo de lo “nacional”, donde la nación ha de ser presentada como un ente vivo, y donde la realidad cede ante la finalidad ideológica. En España Modesto Lafuente consolidará con su abrumadora Historia de España el reduccionismo castellanista, la idea del país inmemorial movido por un deseo eterno de independencia frente a romanos, moros o franceses, de Reyes Católicos, Comuneros, y otros héroes… y para ello, sistemas educativos aquí, y en el resto de Europa, destinados a convertir estos relatos en parte de la identidad colectiva. Y en nuestro caso concreto, serán las transferencias educativas derivadas de los estatutos de autonomía desarrollados a partir de 1978 donde asistiremos al aleccionamiento histórico de los nacionalismos sub estatales, donde Javier López nos pone ejemplos de la idílica vida de los guanches antes de la llegada de los invasores godos que “los mataron a todos”, pero no esconde otros mucho más delirantes y ofensivos de las taras del nacionalismo vasco o el catalán que ahorro al lector, ahora que ya hemos vivido episodios denigrantes para el estudio de la historia como el simposio “Espanya contra Catalunya” , toda una demostración de lo que es la invención de la historia con fines doctrinarios, incluso cuando en ellos participan autores en otro tiempo vinculados al concepto antes citado de Eric Hobsbawm, “la invención de la tradición”, y que ahora se ponen al servicio de las élites que las diseñan.
Si bien ha sido en Francia donde más lejos se ha llegado en la generalización de la lengua nacional, todos han hecho sus esfuerzos en buscar elementos de diferenciación de los demás, y es que el nacionalismo utiliza la lengua para reforzar el sentimiento de pertenencia a la tribu. El autor apunta esta cita de Facal y Cabo:
“La construcción nacional ha implicado un esfuerzo alfabetizador en una lengua que no siempre era mayoritaria. Todavía a principios del siglo XX amplios sectores de la población rural desconocían las lenguas oficiales. Hobsbawm indica que en 1789 el 50% de los franceses no hablaba en absoluto francés y, correctamente, solo lo hacía un 12-13%. Según Stasi, después de la I Guerra Mundial, un tercio de los 38 millones de franceses, seguían hablando una lengua diferente. En 1861 en Italia, sobre una población de 22 millones, la lengua italiana era hablada habitualmente por unos 600.000, de los cuales 400.000 eran toscanos. La situación española era parecida: se calcula que en 1860 en torno al 50% de los 16 millones de habitantes no eran castellanohablantes. La escolarización de la población en la lengua nacional fue una decisión política.” Demoledor, ¿no? El caso español de las últimas décadas puede llegar al ridículo con los abusos de una y otra parte, como las sanciones por rotular en castellano en Cataluña, o la última y más disparatada, la Ley de lenguas aragonesa de 2013 donde el LAPAO (lengua aragonesa propia del área oriental) pasa a ser la denominación del catalán. Por cierto, muy interesante aunque breve la mención a la enseñanza en las lenguas propias que se hace en este Breve historia cultural de los nacionalismos europeos,  y la constatación de que comparándolos con el resto, el sistema de inmersión lingüística de Cataluña es único en Europa, lógico por otra parte en uno de los territorios más descentralizados de Europa y del mundo; y no con pocos éxitos.
“Los nacionalistas parecen no comprender ni aceptar que nación, Estado y lengua no tienen por qué coincidir necesariamente; es más, casi nunca ocurre esa especie de conjunción trinitaria, a no ser que se acometan desplazamientos masivos de la población en nombre de una ideología o se ningunee a una parte considerable de la ciudadanía.”
Los himnos también tienen su espacio para Javier López Facal, y aunque algunos gocen de textos y composiciones más antiguos, el más longevo sería La Marsellesa, al menos en su oficialidad. El español, la Marcha real, compuesto en 1761, no sería himno oficial hasta 1908. Pero no crean, en este libro encontrará un buen catálogo al respecto, incluidas manipulaciones y ridículos asombrosos de algunos himnos autonómicos, más allá de lo previsible en los nacionalismos periféricos, la historia del para mí, absolutamente desconocido himno madrileño pero completamente oficial, es desternillante, toda una genialidad de la ironía, con letra de García Calvo y música de Pablo Sorozábal Serrano, hoy desgraciadamente sería imposible, dice así:

“Yo estaba en el medio:
giraban las otras en corro,
y yo era el centro.
Ya el corro se rompe,
ya se hacen Estado los pueblos,
Y aquí de vacío girando sola me quedo.
Cada cual quiere ser cada una:
no voy a ser menos:
¡Madrid, uno, libre, redondo, autónomo, entero!
Mire el sujeto las vueltas que da el mundo para estarse quieto
Yo tengo mi cuerpo:
un triángulo roto en el mapa por ley o decreto entre Ávila y Guadalajara,
Segovia y Toledo:
provincia de toda provincia,
flor del desierto.
Somosierra me guarda del Norte y Guadarrama con Gredos;
Jarama y Henares al Tajo se llevan el resto.
Y a costa de esto,
yo soy el Ente Autónomo último,
el puro y sincero.
¡Viva mi dueño!,
que, sólo por ser algo,
¡soy madrileño!
Y en medio del medio,
Capital de la esencia y potencia, garajes, museos, estadios, semáforos, bancos,
y vivan los muertos:
¡Madrid, Metrópoli, ideal del Dios del Progreso!
Lo que pasa por ahí, todo pasa en mí, y por eso funcionarios en mí y proletarios y números, almas y masas caen por su peso;
y yo soy todos y nadie, político ensueño.
Y ése es mi anhelo,
que por algo se dice:
De Madrid, al cielo”


¡Y ahora llegan las banderas!
“Las banderas nacionales proceden en última instancia de los estandartes militares y se utilizaban para distinguir en los campos de batalla a los “nuestros” de los “otros”. Teniendo en cuenta que durante siglos las guerras enfrentaban a clanes, feudos o reinos, de carácter más bien dinástico o tribal, las banderas no podían tener un carácter “nacional” en el sentido del Estado-nación moderno, porque ese artefacto político no existía todavía.” En el caso español su actual bandera “rojigualda”, será Carlos III en 1785 quien la decrete para la Armada, tendrá continuidad por el Cádiz sitiado de 1812, y la sancionaría definitivamente Isabel II siendo respetada por la I República suprimiendo los escudos reales, no así la II República pero restableciéndola el franquismo y el actual régimen constitucional variando en todos ellos los escudos.
Y tampoco podían faltar en este libro las referencias a los hechos diferenciales del nacionalismo en el ámbito íntimo: los nombres de las personas o la odonimia (nombres a pueblos o ciudades).
En fin, las naciones han sido la principal causa de mortalidad del ser humano en los dos últimos siglos,  y la reivindicación que Javier López Fancal hace en su epílogo de Ernest Renan, Ramón y Cajal y Ortega y Gasset, es toda una demostración de lo relativo que puede ser el concepto nacional y de lo que se presta a relativizarlo, porque como dice el autor, “la ambigüedad de este invento fue advertida ya desde la propia infancia de las naciones, por lo que varios autores empezaron muy pronto a añorar su superación mediante fórmulas que rompieran sus angosturas más nocivas.”
La edición de Catarata, de una gran sencillez, no escatima un muy práctico índice onomástico aunque carece de bibliografía, quizá prescindible dado el tono abierto y divertido de esta Breve historia cultural de los nacionalismos europeos de Javier López Facal.

En El Polemista se ha tratado varias veces el fenómeno nacionalista, la última con Anatomía de un desencuentro o Anatomia d’un desengany de Germà Bel (http://elpolemista.blogspot.com.es/2013/11/anatomia-de-un-desencuentro-o-anatomia.html), un texto que si bien responde más al arribismo de los miembros del Consell Assessor per a la Transició Nacional de Catalunya que al rigor científico, incluye claramente todos los ingredientes de lo que es la construcción del pasado ficticio, la identificación del enemigo común, la exaltación de la lengua diferencial, la defensa del totalismo excluyente… y en suma, toda una demostración de lo vigente que está el nacionalismo, en este caso catalán, pero desgraciadamente no es más que una mínima muestra.

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