No creo que sea completamente inútil para contribuir a la solución de los problemas políticos distanciarse de ellos algunos momentos, situándolos en una perspectiva histórica. En esta virtual lejanía parecen los hechos esclarecerse por sí mismos y adoptar espontáneamente la postura en que mejor se revela su profunda realidad.
JOSÉ ORTEGA Y GASSET

lunes, 2 de abril de 2018

El gran nivelador de Walter Scheidel, Progreso de Johan Norberg, y, dos caras de la realidad.



Dos libros que perfectamente se complementan a pesar de dejar en el lector sensaciones muy diferentes, uno induce al pesimismo, el otro a lo contrario: de Scheidel se deduce que la desigualdad es desde la Edad de Piedra hasta hoy un mal intrínseco a la humanidad que sólo se ha podido paliar por la violencia o las catástrofes.
Muy al contrario el mensaje de Johan Norberg es complaciente, vivimos el mejor momento de nuestra historia, y somos testigos de una mejora sin precedentes en los niveles de vida de la población mundial.

El gran Nivelador, violencia e historia de la desigualdad desde la Edad de Piedra hasta el siglo XXI (Ed. Crítica), muy influido por Thomas Piketty como indica su autor, plantea la evolución de la desigualdad demostrando que los momentos en los que han aparecido estos cuatro factores: guerra, revolución, colapso de los estados y grandes epidemias, han sido los únicos momentos en los que ha disminuido la desigualdad, pero es que hoy “… la desigualdad no solo la crean los multimillonarios. El 1 % de las familias más ricas del mundo actualmente poseen algo más de la mitad de la riqueza privada global neta. Incluir los activos que algunos de ellos poseen en paraísos fiscales inclinaría aún más la balanza. Esas disparidades no solo obedecen a las enormes diferencias en ingresos netos entre las economías avanzadas y las economías en vías de desarrollo. Dentro de las sociedades se dan desequilibrios similares. En la actualidad, los veinte estadounidenses más ricos tienen tanto como la mitad de las familias más pobres juntas, y el 1 % de los ingresos más altos supone una quinta parte del total del país.”
Fundamentalmente por medio del coeficiente de Gini y los porcentajes de ingresos o riquezas totales, Scheidel calcula la desigualdad aunque no pasa por alto que su libro no alcanza otras fuentes de desigualdad como el género y la orientación sexual; en la raza y la etnicidad; y en la edad, la habilidad y las creencias, al igual que las desigualdades en la educación, la sanidad, la voz política y las oportunidades de vida.
El gran nivelador es un libro inquietante porque explica que todo orden humano, incluido el Estado, contribuye a la desigualdad, de ahí que acontecimientos como la caída del Imperio Romano, la epidemia de Peste Negra en la Europa medieval del siglo XIV que cuando empezó a amainar en Europa, las travesías españolas por el Atlántico desataron en el Nuevo Mundo una serie de pandemias igual de masivas y puede que aún más catastróficas, las grandes revoluciones del siglo XX como la rusa o la china (más que la francesa del siglo XVIII aunque esta provocó un incremento relativo del 70 % en los ingresos del 40 % más pobre tuvo que suponer una mejora importante para los elementos más desfavorecidos de la sociedad francesa) o las dos guerras mundiales del siglo XX redujeron, pero sólo temporalmente, la desigualdad. Algo curioso para el lector español: si las guerras civiles contribuyen a disminuirla, la española no: “Pese a las similitudes superficiales en cuanto a la caída de los porcentajes de ingresos más elevados y la compresión de los salarios, la desigualdad en España se desarrolló de manera bastante diferente a otros países europeos de la época.
A diferencia de los contendientes de la segunda guerra mundial y de algunos de los países tangenciales, no hubo impuestos progresivos y la desigualdad de ingresos general no disminuyó. Coincido con  Prados de la Escosura  en que la distinción entre España, donde la guerra civil tuvo un efecto divisivo de la sociedad, y la mayoría de los países occidentales, donde las guerras mundiales normalmente aumentaron la cohesión social, puede ser relevante para comprender la etapa de posguerra.”
No obstante, en términos generales a lo largo de la historia, cuanta más violencia había, ya fuese por una guerra o una revolución, más eficaz podía ser el igualitarismo.
Ya se habrá dado cuenta el lector del nivel de documentación del libro que además en la edición de Crítica tiene gran riqueza en figuras, tablas, notas, apéndices…
Una reflexión importante sobre la actualidad se hace Scheidel que puede enlazar con Progreso de Norberg: si hoy estamos en cuanto a bienestar material en el mejor momento de nuestra historia, ¿cómo es posible que vivamos una era del descontento donde las sociedades denuncian tanta injusticia? La respuesta está en que medimos nuestro estado en comparación con los demás, no en nosotros mismos.
“Durante miles de años, la historia ha alternado largos periodos de desigualdad crecientes, alta y estables con compresiones violentas (…) Si hemos de guiarnos por la historia, una reforma política pacífica podría ser desigual  para los desafíos cada vez mayores que se avecinan. Pero ¿qué hay de las alternativas? Todos aquellos que valoramos una mayor igualdad económica haríamos bien en recordar que, con las más raras excepciones, siempre ha venido acompañada de tristeza. Cuidado con lo que deseas.”
Lo dicho, un libro esencial que deja pensando.

Progreso: 10 razones para mirar al futuro con optimismo (Ed. Deusto con la colaboración del Instituto Juan de Mariana y Value School), es todo un canto neoliberal a la Globalización, no en vano el prólogo de Juan Ramón Rallo apunta en esa dirección:
“La globalización sí es uno de los factores que explican el progreso social que está experimentando la mayor parte del planeta durante las últimas décadas. La existencia de un bazar global ha permitido extender hasta todos los confines del planeta la división del trabajo y la división del capital.”
Y es que Johan Norberg lo tiene claro, “La gran noticia de nuestro tiempo es que somos testigos de una mejora sin precedentes en los niveles de vida de la población mundial”.
Diez baremos, cito algunos ejemplos que aparecen, también hablamos de un libro que suma a una impresionante documentación una edición excelente para plasmarla:
Alimentación: la desnutrición en 1950 había caído hasta el 50% y hoy afecta 10% de la población.
Saneamiento: el porcentaje de la población mundial con acceso a fuentes de agua potable ha aumentado del 52% en 1980 hasta el 91% en 2015.
Esperanza de vida: de los 30 años a finales del siglo XIX hasta los más de 70 años en la actualidad.
Pobreza: a principios del siglo XIX el 94% de la población mundial vivía con menos de de 1,9 dólares al día (de hoy). En 1980 la población en condiciones de pobreza extrema se había reducido hasta el 44%. Hoy por primera vez en la Historia es el 10%, y ello  pese a que la población mundial ha aumentado en dos mil millones de personas durante los últimos 25 años.
Violencia: el siglo XXI sería un siglo netamente pacífico en comparación con cualquier otro
Medio ambiente: las sociedades a medida que se enriquecen protegen más el medio, en el mundo hoy se vierte menos petróleo, se ha frenado la deforestación…
Alfabetización: el analfabetismo estaba en el 90% a principios del siglo XIX y hoy está por debajo del 10%.
Libertad: se ha reducido a casi cero la esclavitud cuando dos siglos atrás era del 60%.
Igualdad: Minorías étnicas, mujeres u homosexuales, el mundo ha avanzado más durante las últimas décadas que en toda la historia. De hecho, según Norberg la prosperidad llega como consecuencia de la extensión de las libertades individuales y los derechos de propiedad.
Y la próxima generación: todos los factores así lo demostrarían porque para el autor cuanto más sabemos al respecto más incidimos en ello.
“Este progreso empieza a desarrollarse con la Ilustración y sus grandes avances intelectuales, que se dan entre los siglos XVII y XVIII y nos ayudan a examinar el mundo a través de las herramientas del empirismo. Poco a poco aumenta el escepticismo ante las autoridades, las tradiciones y la superstición. El corolario político de este cambio es el liberalismo clásico, que rompió las cadenas del autoritarismo, la esclavitud y los privilegios. Y, no lo olvidemos, la Revolución Industrial transformó la economía a lo largo del siglo XIX y ayudó decisivamente a vencer la incidencia del hambre y la pobreza. Estas sucesivas revoluciones bastaron para liberar a gran parte de la humanidad de las duras condiciones de vida que, hasta entonces, eran habituales. Más recientemente, en las últimas décadas del siglo XX, la globalización ha contribuido a que estas ideas, libertades y avances tecnológicos se extiendan por todo el mundo, ampliando y acelerando el alcance del progreso”.

Progreso es también un libro necesario hoy, pero se debe tomar con cautela, porque es previa la tesis a su documentación y Norberg ha incurrido en una práctica habitual que es la de adaptar los datos a ella, y no como debería ser en el paradigma científico, llegar a la tesis a través de los datos. Pero ciertamente estos están ahí y hacen de este libro un excelente ejemplo de lo que son lo que hoy llaman “nuevos optimistas” y que exhiben el triunfo de la Globalización.
Lo malo es que la realidad es cambiante y la historia demuestra que no necesariamente lineal, tampoco las ambiciones humanas; además todo lo que se ha quedado por el camino.






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