No creo que sea completamente inútil para contribuir a la solución de los problemas políticos distanciarse de ellos algunos momentos, situándolos en una perspectiva histórica. En esta virtual lejanía parecen los hechos esclarecerse por sí mismos y adoptar espontáneamente la postura en que mejor se revela su profunda realidad.
JOSÉ ORTEGA Y GASSET

jueves, 24 de noviembre de 2011

El Comandante de Jürg Amann, y el holocausto sin patologías.

Si quiere saber como nace, crece, se reproduce y muere un nazi no se pierdan este El Comandante (Ed Tempus). No es el tipo de libro que normalmente aparece en El Polemista, pero su calidad y su fidelidad a la historia lo merecía.
Su autor, Jürg Amann, ha cogido las notas que Rudolf Höss, comandante de Auschwitz, escribiera en la prisión de Cracovia al final de la II Guerra Mundial y justo antes de ser ejecutado para convertirlas en una “autobiografía”. En ellas ha respetado todos los detalles, utilizado las mismas frases de Höss sin añadir nada. El resultado es un impresionante cuadro de la vida del individuo que permite entender mucho mejor el aspecto humano de algo tan atroz e indecente como lo fue el nazismo.
Höss relata el clima en el cual se crió y que sin duda recordará al lector la extraordinaria película La cinta blanca dirigida por Michael Haneke, sin duda uno de los grandes reflejos de la educación alemana antes de la I Guerra Mundial. Dice El Comandante:
“Mi padre rezaba con pasión para que el Cielo me otorgara su bendición y un día me convirtiera en un cura tocado por la gracia de Dios (…).Ya de pequeño me inculcaron una firme conciencia del deber. En mi casa paterna se daba mucho valor a que cada uno realizara su cometido de forma puntual y concienzuda. Cada miembro de la familia tenía una serie de obligaciones muy bien definidas. Mi padre velaba con gran celo para que yo cumpliera escrupulosamente con cada una de sus órdenes y deseos.”
El proceso de abandono de la fe religiosa y la dureza de la I Guerra Mundial donde Höss se curte como un durísimo militar queda perfectamente reflejado, incluido el periodo de cárcel posterior que sufrió por el asesinato de otro militar al que consideraba un traidor: “Como con toda probabilidad ningún tribunal lo hubiera condenado, lo ejecutamos nosotros mismos amparándonos en una ley no escrita que nos habíamos dado, obligados por las necesidades del momento. Es posible que tan solo quienes hayan vivido en persona esas circunstancias o sean capaces de imaginarse a sí mismos en esos tiempos tan convulsos puedan comprenderlo.” 
Al salir de la cárcel se casará y tendrá hijos para más tarde volver a la vida militar y conocer a Himmler en 1934 quien le invitará a incorporarse a la tropa de guardia de las  SS en el campo de concentración de Dachau, en aquellos años anteriores a la guerra pero donde ya describe la dureza y la crueldad del trato a los internos.
La segunda mitad del libro es sin duda la más estremecedora:
“Cuando surgió la necesidad de organizar Auschwitz, no les costó demasiado encontrar al hombre adecuado. Pronto me nombraron comandante del nuevo campo de cuarentena de Auschwitz. Estaba muy lejos, en Polonia. Allí el incómodo Höss podría desplegar por completo su espíritu de trabajo”. Y de veras lo hizo, no cabe duda.
Las vicisitudes del campo de concentración son espantosas incluidos casos de canibalismo, y el personaje define así a sus internos: “Ya no eran personas, se habían convertido en animales. Lo único que les preocupaba era conseguir alimento”, aunque durante toda la “confesión” Höss sostiene que su papel era el de cumplir con el trabajo encomendado independientemente de su opinión contraria hacia la crueldad de aquellos centros. Los exterminios de polacos, rusos y gitanos anteceden a la brutal descripción del holocausto judío. Respecto a la orden que recibe en el verano de 1941 del extermino masivo la define así: “Se trataba de una orden insólita, monstruosa, pero los argumentos en los que se sustentaba hicieron que el proceso de aniquilación me pareciera correcto.” Los experimentos para saber los métodos y que gas debían utilizar se realizaron con presos rusos. Del proceso da todo detalle, a lo largo de todo el relato el protagonista no deja de defender su profesionalidad.
También habla de las cifras de muertos en Auschwitz que tanto debate han suscitado y de la más utilizada, dos millones y medio como una fantasía: “Las posibilidades de exterminio tenían sus límites, también en Auschwitz”. ¡Menos mal!
Más terrible si cabe es la descripción del trabajo de los comandos especiales, presos judíos que realizaban trabajos como el engaño y tranquilización de los suyos que iban a entrar en las cámaras de gas o la posterior extracción de dientes de oro y corte de pelo de los cadáveres. “Sabían sin lugar a dudas que al término de cada operación les esperaba el mismo destino que a los miles de miembros de su propia raza que contribuyeron a exterminar. Su eterna predisposición a colaborar nunca dejó de sorprenderme. Y no me refiero tan solo a que nunca revelaran a las víctimas lo que les esperaba, sino que también colaboraban mientras estas se desnudaban e incluso se empleaban con violencia si alguien se resistía. Se llevaban a los inquietos y sujetaban a los que iban a fusilar (…). Los miembros del comando especial llevaban a cabo esas tareas con total indiferencia, como si de algo cotidiano se tratara. ¿De dónde sacaban las energías para realizar día y noche ese trabajo atroz?”. El cinismo de las reflexiones de Höss, casi siempre están destinadas a “compartir” culpas.
De la vida del comandante entre tanto horror no cabe duda: “… en Auschwitz mi familia vivió confortablemente. Mi mujer y mis hijos tuvieron siempre todo lo que deseaban. Mis hijos, en particular, llevaban una existencia libre y desahogada y mi mujer vivía en un paraíso floral. Los presos se procuraban por todos los medios complacer y agasajar a mi mujer y a mis hijos.”
El capítulo final de este libro es el legado ideológico de un hombre de la repugnancia de Rudolf Höss. No hay atisbo de arrepentimiento en lo hecho, tan sólo lamento por el mal resultado para sus intereses:
“Sigo siendo nacionalsocialista. No es tan fácil renunciar a una ideología a la que uno se ha entregado durante casi veinticinco años, con la que está unido en cuerpo y alma, por mucho que la materialización de esa idea, el Estado nacionalsocialista y sus líderes hayan actuado de forma incorrecta, criminal, por mucho que esos errores y esos actos hayan destruido  ese mundo y hayan condenado a todo el pueblo alemán a décadas de una miseria infinita. No soy capaz de ello”.
O peor aun:
“Hoy comprendo que la aniquilación de los judíos fue un error, un error total. Ese exterminio masivo ha provocado precisamente que Alemania se granjeara el odio del mundo entero. Además, el genocidio no ha hecho ningún servicio al antisemitismo; al contrario, el judaísmo está hoy mucho más cerca de su objetivo final.”

Excelente libro que debería ser incorporado a todos los planes de estudio, nada más esclarecedor y pedagógico que recordar para prevenir lo miserable que puede llegar a ser el humano.
De las notas de Rudolf Höss podemos concluir que no padece ninguna patología psiquiátrica o al menos no actúa inducido por ella. También sabemos que aunque no tiene estudios superiores como gran parte de sus jefes sí que se le percibe una inteligencia superior a la de la media. Conocemos igualmente que es un hombre capaz de sentir afectividad hacia animales y personas como en el caso de su familia, así que no es un psicópata, se trata de un hombre completamente “normal”. Eso debería hacernos reflexionar sobre el alcance en el comportamiento humano del fanatismo ideológico y de cómo personas perfectamente capaces de convivir en paz con sus congéneres se convierten en sus depredadores.
Toda una lección.


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La guerra desde 1900, editado por Jeremy Black, y la Guerra como motor de cambio.




jueves, 17 de noviembre de 2011

La guerra desde 1900, editado por Jeremy Black, y la Guerra como motor de cambio.

La guerra desde 1900 (Ed Akal) reúne a catorce historiadores militares para desgranar los aspectos evolutivos de la Guerra a los largo del siglo pasado en un libro que a pesar de la profundidad con la que trata el tema se hace especialmente asequible por la generosidad en ilustraciones, cuadros, cronologías… lo que a buen seguro hará las delicias de los interesados tanto en la historia como en la polemología (ciencia que estudia la guerra).
Abre Lawrence Sondhaus analizando el preludio de la I Guerra Mundial, conflictos enraizados en el siglo XIX. La Guerra anglo bóer, la Ruso japonesa y la de Crimea son especial objeto de análisis para concluir que la gran novedad de estos conflictos fue que  habían dejado claro que un esfuerzo bélico moderno y exitoso exigía el respaldo interno en cada país pero con la premisa de que cuando una población apoya una guerra lo hace no aceptando nada que no sea la victoria.
La I Guerra Mundial es abordada por Michael Neiberg, autor que ya ha tratado con éxito el tema en otras ocasiones (La Gran Guerra, Ed. Paidos, 2006). Los principales militares de Francia y Alemania tenían muy presente la Guerra franco prusiana (1870-1871), la Comuna de París y el fuerte impacto de la invasión del propio país, de forma que habían concluido que o los ejércitos inician la guerra de manera agresiva o se corre el riesgo de ceder al enemigo una iniciativa potencialmente decisiva. Y es después del exhaustivo análisis de armas, batallas, frentes… cuando Neiberg sentencia que este conflicto supuso una de las grandes revoluciones en temas militares de la historia, pero “como ocurre con tanta frecuencia en la historia bélica, fueron los perdedores y no los ganadores, los que extrajeron mayor inspiración de los cambios. En los años por venir, la Unión Soviética y Alemania liderarían el arte de la guerra.”
John Ferris trata la inestable paz de 1919 a 1930. Las guerras de sucesión de los imperios derrotados, las luchas de las potencias vencedoras por mantener sus posiciones, esfuerzos bélicos como el de China (en guerra desde 1917 a 1948) o enfrentamientos decisivos para el futuro como las consecuencias que hubiera tenido una victoria rusa sobre Polonia en 1920 extendiendo la revolución a Europa o si Inglaterra y Turquía hubieran entrado en guerra en 1922, concluyen que los conflictos entre 1919 y 1923 afectaron casi en la misma medida que la I Guerra Mundial.
La década de 1930 supuso un anuncio de lo que estaba por venir. Las guerras italianas en Etiopía, la Guerra Civil Española, el frenético rearme alemán impulsado con los recursos checos y austriacos, la agresividad japonesa y soviética son algunas de las cuestiones de la que quizá sea la parte más débil del libro por la complejidad de algunos de los conflictos que trata y la dificultad para enmarcarlos simplemente en un contexto militar.
La II Guerra Mundial en Europa corre a cargo de Dennis Showalter, (con acierto la obra divide el conflicto en diferentes enfoques y autores), como el conflicto Asia –Pacífico recae en Allan R. Millet, y donde el autor sostiene que la determinación japonesa de convertirse en una nación moderna e industrial, su resentimiento hacia Gran Bretaña y EEUU por limitar sus conquistas en la IGM, y la confianza en que Alemania paralizaría a las potencias occidentales, hace que Japón se lance una guerra de conquista en China.
Muy diferente, por englobar todo el siglo XX, es el capítulo en el que Michael Epkenhans realiza una visión alemana del asunto. En el siglo pasado el poder del mar se hizo más crucial que nunca a través de la idea de que la política internacional era la lucha por definir quien tenía qué, cuándo y cómo. La profesionalización de las marinas, la creación de academias navales, los programas de construcción en grandes astilleros y el desarrollo armamentístico en general hicieron que muchos Estados dispusieran de flotas de guerra con los acorazados como columna vertebral de las mismas y la consiguiente carrera naval que además de la anglo germana antes de la IGM ya había llegado al Imperio Austrohúngaro, Italia, Turquía, Grecia e incluso a Brasil frente a Argentina. El desarrollo del submarino, la llegada de los grandes acorazados y el fabuloso desarrollo de la guerra en el mar no impedirían que una vez terminada la IIGM e iniciada la Guerra Fría el concepto de marina de guerra cambiara drásticamente para ser armas de disuasión con gran protagonismo del submarino nuclear. De hecho el autor atribuye a la carrera cuantitativa y cualitativa frente a la OTAN una de las causas del hundimiento soviético. Al concluir este periodo las habilidades navales se centrarán en bloqueos a países hostiles (Serbia en los años noventa) o suministro y potencia de fuego en zonas donde por razones políticas no podían operar aviones o ejércitos. Y llegando a nuestros días Epkenhans advierte que hoy el 90% de los productos se transportan por mar y que es ahí donde radica la extraordinaria inversión China e India en poder naval. La conclusión es la necesidad de invertir más en operaciones navales para poder afrontar un futuro que ve peligroso en ese contexto.
La guerra en el aire es el noveno capítulo del libro que escribe John Buckley. Desde que en el enfrentamiento entre Italia y Turquía en Libia (1911-1912) se utilizara por primera vez la aviación en combate hasta el papel determinante que fueron tomando los aviones pasaron algunos años. Al principio de la II GM los bombardeos estratégicos no serán determinantes, pero al final de esta contienda serán capaces de destruir grandes ciudades enteras. La Guerra Fría provocará en esta modalidad bélica los mismos resultados que en la naval llegando incluso a la carrera espacial. Hoy, el concepto de intervención quirúrgica no encaja demasiado bien en la teoría moderna de la guerra.
Francois Cochet trata el desmoronamiento de los imperios coloniales y cómo la actividad militar en estos conflictos variaba enormemente de la guerra convencional: “La vida cotidiana de los soldados implicados consistía a menudo en registrar áreas, casas y a personas. Se producían operaciones policiales, emboscadas y escaramuzas, cuando por ejemplo, se abrían nuevos caminos. Pero en todos estos episodios revolucionarios era difícil identificar al enemigo, que podía camuflarse con el resto de la población. En cualquier caso, la escala de estos conflictos variaba enormemente y sólo en el caso del Imperio francés se podía hablar de guerra en la auténtica acepción de la palabra, sobre todo en Indochina.” Kenia, Malasia, Palestina, Indochina, Angola, Argelia… son tratadas en este apartado.
William Maley trata La Guerra Fría analizando casi todos los conflictos que rodearon la tensión entre los bloques soviético y Occidental y que acabaron con el primero. Corea, Vietnam, Afganistán, Hungría, Chile… son algunos de ellos antes de que Ahron Bregman trate las disputas de Oriente Medio en el periodo que abarca desde 1945 a 1993. El conflicto árabe-israelí y la guerra Irán-Irak son abordados en profundidad en un análisis al que le faltan numerosos matices ajenos a la visión meramente militar pero indiscutiblemente ligados a ella.
Los dos últimos apartados de esta obra llegan a nuestros días. Michael Rose lo hace analizando lo que George Bush llamara en su día la “guerra global contra el terror”, un periodo que ha seguido al de la Guerra Fría y que a pesar de disponer de armas mucho más mortíferas supuso durante los noventa una disminución de un tercio en el número de bajas civiles y un descenso del 30% en el número de conflictos. Los Balcanes, Ruanda, Somalia, Congo y las guerras del Golfo son algunas de las contiendas tratadas para concluir: “El fracaso de la comunidad internacional a la hora de resolver eficazmente esas guerras civiles  determinó que los dirigentes occidentales decidieran que esos errores no volverían a producirse. Una óptica intervencionista, respaldada por la fuerza militar, se convirtió en la estrategia preferida en política exterior. Junto con la declaración por parte de EEUU de la guerra global contra el terror en septiembre de 2001, este enfoque garantizó que la primera década del siglo XXI no fuese más pacífica que su predecesora.”
Cierra el libro el editor de la obra y prolífico autor Jeremy Black tocando algunos conflictos potenciales de la actualidad y exponiendo algunas circunstancias particulares de nuestros días: “Se produce un contraste entre guerra y capacidad militar, dado que algunas de las potencias principales y de segundo rango no participan en la guerra (China, Japón, Brasil) o lo hacen con una fracción de sus fuerzas (India en Cachemira).”

En suma, La guerra desde 1900 es un libro con vocación enciclopédica en su formato pero al mismo tiempo expone la historia bélica del último siglo con enorme solvencia sin descuidar en ningún caso la amenidad didáctica. Sin duda su magnífica edición ayuda a ello.


También en EL POLEMISTA:

Entender la guerra en el siglo XXI de F. Aznar Fernández-Montesinos, El Club de Lectura de los Oficiales Novatos de Patrick Hennessey, y la guerra que viene.



Europa contra Europa de Julián Casanova y la amenaza totalitaria.


El precio de la culpa de Ian Buruma, y las otras memorias históricas.


La belleza y el dolor de la batalla de Peter Englund, y el universo sentimental de la historia.



jueves, 10 de noviembre de 2011

Juan Pablo II y Benedicto XVI de Juan José Tamayo, y el rumbo de la Iglesia católica.

Durísima crítica de Juan José Tamayo al giro que ha supuesto para la Iglesia los dos últimos papados.
Este Juan Pablo II y Benedicto XVI, del neoconservadurismo al integrismo (Ed RBA) es una colección de 37 artículos que el autor ha publicado en diferentes medios de ideologías tan dispares como El País o El Correo, y que abarcan desde 1978 hasta nuestros días. A través de ellos y como si fueran un relato perfectamente ligado el teólogo palentino va desentrañando la evolución de la Iglesia en este periodo:
“El guión incluía la revisión del concilio Vaticano II y el cambio de rumbo de la Iglesia católica, el restablecimiento de la autoridad papal, devaluada en la etapa posconciliar, la afirmación del dogma católico, cuya interpretación única era cuestionada por los propios teólogos católicos, la nueva evangelización, la recristianización de Europa, la vuelta a la tradición, el freno a la reforma litúrgica, la confesionalidad de la política y la cultura, la defensa de la moral tradicional en toda su rigidez en materias que hasta entonces eran objeto de un amplio debate dentro y fuera del catolicismo, como la familia, el matrimonio, la sexualidad, el comienzo y el final de la vida, etc.” La cita es larga pero no puede ser más concreta y descriptiva.
Juan José Tamayo sostiene que esta concepción restauracionista de la Iglesia es común a los dos últimos papas y que es en ese contexto donde se explica como ambos han roto toda comunicación con la modernidad que llegó a la Iglesia con el concilio Vaticano II (1962-1965) y el papado de Juan XXIII. Así se entiende el fabuloso poder en la jerarquía eclesiástica que los nuevos movimientos religiosos de corte integrista (Opus Dei –incluida la que el autor considera escandalosa canonización de su fundador Escrivá de Balaguer-, Legionarios de Cristo…) han llegado a tener en detrimento de los sectores más progresistas y abiertos de la Iglesia. De esa forma se comprende como estos últimos han sido perseguidos reiteradamente, actividad que Ratzinger realizaba de manera implacable por encargo de Juan Pablo II en los más de 20 años que gobernó la Congregación para la Doctrina de la Fe, institución encargada de vigilar la ortodoxia católica. También esta es la causa del “intercambio de favores” que se plasma en el proceso de beatificación del segundo.
Más dura si cabe es la critica de Tamayo contra la política que achaca a ambos pontífices con respecto al papel de la mujer dentro y fuera de la Iglesia, donde se le sigue negando los derechos morales. Respecto al asunto en el contexto de la visita de Benedicto XVI a España:
“El papa que viene ahora a España es el que humilla a las mujeres negándoles el acceso al sacerdocio y a otros ministerios eclesiales, calificando su ordenación sacerdotal de delito grave comparable a la pederastia y excomulgando tanto a las mujeres ordenadas como a los obispos  que les han impuesto las manos. ¡Una pena mayor que a los pederastas!”
En el mismo artículo sobre Ratzinger (El viaje de Benedicto XVI a España, acto de papolatría, El Periódico, 7 de noviembre de 2010) y respecto a los casos de pederastia:
“… guardó silencio cómplice sobre la pederastia durante 30 años, primero como arzobispo de Munich, permitiendo que siguieran  en el ejercicio pastoral sacerdotes que abusaron de niños, y luego como presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, con la firma de un decreto que imponía secreto a las víctimas y a los verdugos en un acto de encubrimiento de los culpables y de impiedad para con los niños, niñas, adolescentes y jóvenes vejados.”
Pero el libro no solo tiene el interés de conocer las opiniones de un teólogo e intelectual de la talla de Juan José Tamayo, además supone un interesante acercamiento a muchos de los procesos que dentro y en torno a la Iglesia se han producido en estas últimas décadas que el autor denomina como la segunda contrarreforma. Desde la teología de la liberación hasta el duelo Hans Küng y Ratzinger, pasando por las relaciones del catolicismo con otras iglesias cristianas u otras religiones.
Tamayo sostiene con claridad que los valores esenciales del cristianismo han sido traicionados y apela a la rebelión:
“¿Resultado del pontificado de Benedicto XVI? Un concilio Vaticano II secuestrado, una teología amordazada, una Iglesia amurallada que se protege de adversarios imaginarios, una viña devastada, como dijera él mismo, pero no por los jabalíes laicistas existentes, sino por no pocos creyentes y dirigentes eclesiásticos que han dilapidado el legado ético liberador de Jesús de Nazaret y lo han sustituido por la teología neoliberal de mercado. ¿Soluciones? Tienen que venir de una rebelión colectiva de los católicos.”

Es evidente que esta obra tiene mucho de “ajuste de cuentas”, pero también de erudición y sobre todo una claridad de planteamiento que tanto a los críticos de la actual jerarquía católica como a sus partidarios les interesará. Normalmente este tipo de afirmaciones son realizadas desde sectores ajenos a la Iglesia, de ahí que el análisis crítico desde el interior del catolicismo resulte de merecida lectura y atención.

Es evidente que asistimos a un auge del integrismo. La cruzada contra toda relatividad en todos los ámbitos económicos, políticos, religiosos, culturales…no solo no cesa si no que cada vez cobra más fuerza. Tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI se han posicionado en ella y hacen frecuente proclamación al respecto, pero desde luego el mensaje basado en que la verdad es solo una y que es posible estar en posesión de ella frente a cualquier otra posición no ha sido adoptado solamente por líderes religiosos. Frente a ello queda apelar a los versos de Antonio Machado que Tamayo también cita:

Tu verdad no; la verdad,
 Y ven conmigo a buscarla






Temas relacionados en EL POLEMISTA (incluido ensayo de Juan José Tamayo, Las fuentes religiosas cristianas. La biblia y los padres de la Iglesia incluido en Raíces profundas:

Raíces profundas editada M.Jesús Fuente y R.Morán, La trampa del velo de Ángeles Ramírez, La lujuria en la iconografía románica de Jesús Herrero Marcos, y la historia de la violencia de género.


jueves, 3 de noviembre de 2011

La revolución del Tea Party de Kate Zernike, y el auge de los populismos.

Nada más apropiado para acercarse al fenómeno Tea Party que leer este La revolución del Tea Party (Ed. Planeta). En él, su autora, la periodista de New York Times Kate Zernike hace un extenso reportaje donde se analizan todos los aspectos de este movimiento, desde los ideológicos a los empíricos en forma de encuestas, entrevistas…
Y es que este movimiento tiene elementos más complejos de lo que pueda parecer desde Europa, para empezar porque ha evolucionado hacia una mezcolanza de jóvenes y viejos que si bien aborrecen a la izquierda utilizan medios de ella, elementos que según la autora lo hacen tan contradictorio e incendiario. Y es que aunque hayan contado con apoyos de importancia en lo económico y mediático, el Tea Party es un auténtico movimiento popular conservador de respuesta a la situación económica y desconfianza a la política tradicional.
“En abril de 2010, catorce meses después de los primeros mítines del Tea Party, una encuesta conjunta del New York Times y la CBS News indicaba que el 18% de los estadounidenses se declaraban partidarios del movimiento. Otras encuestas elevan esa proporción al 30%.” Así que como vemos es para tomárselo bastante en serio. La mayoría de los simpatizantes del movimiento eran uniformemente blancos, mayores, con más probabilidades de tener títulos universitarios y con buena situación económica. En suma, son gentes con una enorme desconfianza hacia las instituciones pero una enorme confianza en si mismos.
La agenda del Tea Party también es variable dependiendo de donde se encuentre. Si bien en el nordeste de EEUU su obsesión es la reducción de impuestos en el sudoeste será la inmigración ilegal, aunque si hay algo que les une es la concepción rigorista de la Constitución americana y la defensa de su aplicación estricta. Los fundadores de la nación habrían pretendido que el país fuera una república y la percepción popular de la nación como una democracia era obra de los socialistas de la década de 1920, que habían pretendido nacionalizar los medios de producción. De ahí que la puesta en escena esté plagada de simbología propia del siglo XVIII en reivindicación de los tiempos de la Declaración de Independencia y que van desde prendas o banderas de entonces a todo un despliegue de citas de los Padres Fundadores de los EEUU como la de Thomas Paine: “Es deber de todos los patriotas proteger a su país de su gobierno”. El propio nombre del grupo hace referencia al Motín del Té que en 1773 prendiera la Guerra de Independencia americana.
Y claro, según ellos la Constitución había sido inspirada por la religión, por lo que el Tea Party es para sus miembros una auténtica misión, una cruzada patriótica irrenunciable donde aparecen todos los ingredientes de reafirmación comunitaria (incluido el sentirse perseguidos), siempre entendiendo que para ellos su misión no es una batalla de principios, si no entre el bien y el mal, entre la libertad y la esclavitud.
El libro profundiza una y otra vez en la acción política pura y dura de esta gente, que va desde su obsesión contra la reforma sanitaria o las legislaciones antimigración de Arizona, el matrimonio gay o el aborto… hasta la lucha partidista dentro y fuera del Partido Republicano al que, aunque no tuvieran la gente suficiente para hacerse con él, si han logrado convertirse en un importantísimo grupo de presión en su interior y por tanto un fuerte grupo de interés en la política norteamericana marcando muchas veces los debates diarios y logrado el apoyo y la visibilidad en los medios conservadores americanos, especialmente la cadena de televisión Fox.
La revolución del Tea Party, además del imprescindible y práctico índice analítico aporta como apéndice la encuesta realizada por New York Times y CBS antes mencionada  que supone un verdadero muestreo sobre todos los aspectos del comportamiento político de los simpatizantes del movimiento. Todo un ejemplo de radicalidad populista que como bien indica la autora no es nada nuevo en EEUU aunque afortunadamente nunca han recibido mucho apoyo.
Este libro es un magnífico ejercicio de periodismo, y sin duda una obra de referencia para entender el fenómeno Tea Party.

Lo sabremos en breve, pero a día de hoy y a pesar de lo que indican algunas encuestas parece poco probable que los seguidores de este movimiento logren colocar a un candidato afín a ellos encabezando la candidatura republicana en 2012 que se enfrentará a Barak Obama. Lo normal es que el sector más oficialista de los republicanos se imponga y concurran a las elecciones con un líder más convencional, pero es cierto que cualquier circunstancia puede deparar sorpresas y estas podrían ser peligrosas en épocas donde el descontento no hace más que crecer tanto en EEUU como en Europa.
Fenómenos de populismo sin duda van a ser frecuentes en los próximos años, y aunque siempre los ha habido, el malestar de las sociedades es un magnífico caldo de cultivo para la demagogia basada en la búsqueda de responsables de los problemas. Las instituciones ahora están en el punto de mira porque se las responsabiliza de no ser capaces de frenar el deterioro social y económico, y este fenómeno es común a la derecha donde surgen inquietantes mezclas de integrismos religiosos, nacionalistas, racistas… como en la izquierda donde también aparecen movimientos basados en la deslegitimización de las instituciones o la satanización de los mercados. En ambos casos la tentación de superar el funcionamiento del sistema va a ser una constante que sin duda creará fuertes tensiones y conflictos sociales. Y soy pesimista, no parece que esta tendencia creciente a la negación de toda relativización de las ideas políticas vaya a remitir, al menos a largo plazo.



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