Si quiere saber como nace, crece, se reproduce y muere un nazi no se pierdan este El Comandante (Ed Tempus). No es el tipo de libro que normalmente aparece en El Polemista, pero su calidad y su fidelidad a la historia lo merecía.
Su autor, Jürg Amann, ha cogido las notas que Rudolf Höss, comandante de Auschwitz, escribiera en la prisión de Cracovia al final de la II Guerra Mundial y justo antes de ser ejecutado para convertirlas en una “autobiografía”. En ellas ha respetado todos los detalles, utilizado las mismas frases de Höss sin añadir nada. El resultado es un impresionante cuadro de la vida del individuo que permite entender mucho mejor el aspecto humano de algo tan atroz e indecente como lo fue el nazismo.
Höss relata el clima en el cual se crió y que sin duda recordará al lector la extraordinaria película La cinta blanca dirigida por Michael Haneke, sin duda uno de los grandes reflejos de la educación alemana antes de la I Guerra Mundial. Dice El Comandante:
“Mi padre rezaba con pasión para que el Cielo me otorgara su bendición y un día me convirtiera en un cura tocado por la gracia de Dios (…).Ya de pequeño me inculcaron una firme conciencia del deber. En mi casa paterna se daba mucho valor a que cada uno realizara su cometido de forma puntual y concienzuda. Cada miembro de la familia tenía una serie de obligaciones muy bien definidas. Mi padre velaba con gran celo para que yo cumpliera escrupulosamente con cada una de sus órdenes y deseos.”
El proceso de abandono de la fe religiosa y la dureza de la I Guerra Mundial donde Höss se curte como un durísimo militar queda perfectamente reflejado, incluido el periodo de cárcel posterior que sufrió por el asesinato de otro militar al que consideraba un traidor: “Como con toda probabilidad ningún tribunal lo hubiera condenado, lo ejecutamos nosotros mismos amparándonos en una ley no escrita que nos habíamos dado, obligados por las necesidades del momento. Es posible que tan solo quienes hayan vivido en persona esas circunstancias o sean capaces de imaginarse a sí mismos en esos tiempos tan convulsos puedan comprenderlo.”
Al salir de la cárcel se casará y tendrá hijos para más tarde volver a la vida militar y conocer a Himmler en 1934 quien le invitará a incorporarse a la tropa de guardia de las SS en el campo de concentración de Dachau, en aquellos años anteriores a la guerra pero donde ya describe la dureza y la crueldad del trato a los internos.
La segunda mitad del libro es sin duda la más estremecedora:
“Cuando surgió la necesidad de organizar Auschwitz, no les costó demasiado encontrar al hombre adecuado. Pronto me nombraron comandante del nuevo campo de cuarentena de Auschwitz. Estaba muy lejos, en Polonia. Allí el incómodo Höss podría desplegar por completo su espíritu de trabajo”. Y de veras lo hizo, no cabe duda.
Las vicisitudes del campo de concentración son espantosas incluidos casos de canibalismo, y el personaje define así a sus internos: “Ya no eran personas, se habían convertido en animales. Lo único que les preocupaba era conseguir alimento”, aunque durante toda la “confesión” Höss sostiene que su papel era el de cumplir con el trabajo encomendado independientemente de su opinión contraria hacia la crueldad de aquellos centros. Los exterminios de polacos, rusos y gitanos anteceden a la brutal descripción del holocausto judío. Respecto a la orden que recibe en el verano de 1941 del extermino masivo la define así: “Se trataba de una orden insólita, monstruosa, pero los argumentos en los que se sustentaba hicieron que el proceso de aniquilación me pareciera correcto.” Los experimentos para saber los métodos y que gas debían utilizar se realizaron con presos rusos. Del proceso da todo detalle, a lo largo de todo el relato el protagonista no deja de defender su profesionalidad.
También habla de las cifras de muertos en Auschwitz que tanto debate han suscitado y de la más utilizada, dos millones y medio como una fantasía: “Las posibilidades de exterminio tenían sus límites, también en Auschwitz”. ¡Menos mal!
Más terrible si cabe es la descripción del trabajo de los comandos especiales, presos judíos que realizaban trabajos como el engaño y tranquilización de los suyos que iban a entrar en las cámaras de gas o la posterior extracción de dientes de oro y corte de pelo de los cadáveres. “Sabían sin lugar a dudas que al término de cada operación les esperaba el mismo destino que a los miles de miembros de su propia raza que contribuyeron a exterminar. Su eterna predisposición a colaborar nunca dejó de sorprenderme. Y no me refiero tan solo a que nunca revelaran a las víctimas lo que les esperaba, sino que también colaboraban mientras estas se desnudaban e incluso se empleaban con violencia si alguien se resistía. Se llevaban a los inquietos y sujetaban a los que iban a fusilar (…). Los miembros del comando especial llevaban a cabo esas tareas con total indiferencia, como si de algo cotidiano se tratara. ¿De dónde sacaban las energías para realizar día y noche ese trabajo atroz?”. El cinismo de las reflexiones de Höss, casi siempre están destinadas a “compartir” culpas.
De la vida del comandante entre tanto horror no cabe duda: “… en Auschwitz mi familia vivió confortablemente. Mi mujer y mis hijos tuvieron siempre todo lo que deseaban. Mis hijos, en particular, llevaban una existencia libre y desahogada y mi mujer vivía en un paraíso floral. Los presos se procuraban por todos los medios complacer y agasajar a mi mujer y a mis hijos.”
El capítulo final de este libro es el legado ideológico de un hombre de la repugnancia de Rudolf Höss. No hay atisbo de arrepentimiento en lo hecho, tan sólo lamento por el mal resultado para sus intereses:
“Sigo siendo nacionalsocialista. No es tan fácil renunciar a una ideología a la que uno se ha entregado durante casi veinticinco años, con la que está unido en cuerpo y alma, por mucho que la materialización de esa idea, el Estado nacionalsocialista y sus líderes hayan actuado de forma incorrecta, criminal, por mucho que esos errores y esos actos hayan destruido ese mundo y hayan condenado a todo el pueblo alemán a décadas de una miseria infinita. No soy capaz de ello”.
O peor aun:
“Hoy comprendo que la aniquilación de los judíos fue un error, un error total. Ese exterminio masivo ha provocado precisamente que Alemania se granjeara el odio del mundo entero. Además, el genocidio no ha hecho ningún servicio al antisemitismo; al contrario, el judaísmo está hoy mucho más cerca de su objetivo final.”
Excelente libro que debería ser incorporado a todos los planes de estudio, nada más esclarecedor y pedagógico que recordar para prevenir lo miserable que puede llegar a ser el humano.
De las notas de Rudolf Höss podemos concluir que no padece ninguna patología psiquiátrica o al menos no actúa inducido por ella. También sabemos que aunque no tiene estudios superiores como gran parte de sus jefes sí que se le percibe una inteligencia superior a la de la media. Conocemos igualmente que es un hombre capaz de sentir afectividad hacia animales y personas como en el caso de su familia, así que no es un psicópata, se trata de un hombre completamente “normal”. Eso debería hacernos reflexionar sobre el alcance en el comportamiento humano del fanatismo ideológico y de cómo personas perfectamente capaces de convivir en paz con sus congéneres se convierten en sus depredadores.
Toda una lección.
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