Si está comiendo o se disponía a hacerlo termine antes de leer este artículo, no quiero ser el responsable de su indigestión.
Comer animales (Ed. Seix Barral) responde a la necesidad de Jonathan Safran Foer de investigar la alimentación de otra persona al saber que su esposa, la también novelista Nicole Krauss, estaba embarazada. A partir de ahí comienza un recorrido por piscifactorías, explotaciones ganaderas y entrevistas a numerosos especialistas con el fin de desentrañar la producción masiva de animales con fines alimenticios.
“Tras haberme pasado casi tres años aprendiendo cosas de la ganadería industrial, mi resolución es firme en dos direcciones. Me he convertido en un vegetariano entregado mientras antes deambulaba entre una serie de dietas. Ahora me resulta difícil imaginar que eso cambie. Simplemente no quiero tener nada que ver con las granjas industriales y dejar de comer carne es el único método realista que tengo de hacerlo”.
En efecto, este libro es un viaje por la crueldad (el catálogo de atrocidades y de incumplimientos de cualquier legislación al respecto es impactante) y lo absurdo de un modelo alimenticio insostenible que obsesionado por el abaratamiento del producto no solo ha ignorado todo principio ético con los animales si no que además ha generado una dieta responsable de la elevada incidencia de enfermedades como el cáncer, dolencias cardíacas, obesidad… Y también, claro, se plantea un escenario donde países emergentes superpoblados como China, India… consumieran los 100 millones de animales al año que consumen solo los norteamericanos.
Y sin embargo la propuesta de Safran no es convertir en vegetarianos a toda la humanidad, si no cambiar los hábitos de producción y alimentación a los usos tradicionales reduciendo los consumos de productos animales volviendo a introducir en las dietas una mayor proporción de vegetales.
“En términos de efecto sobre el mundo animal que tienen los actos humanos –ya sea el sufrimiento de los animales, temas de biodiversidad o la interdependencia de especies en un equilibrio construido por la evolución durante millones de años-, nada tiene un mayor impacto que las decisiones sobre nuestra dieta cotidiana. De la misma forma que ninguno de nuestros actos tiene el mismo potencial directo para causar tanto sufrimiento animal como comer carne, ni ninguna de nuestras elecciones tiene mayor impacto en el medio ambiente”.
Pero Comer animales no solo es un extraordinario estudio muy bien documentado sobre lo que hacemos para mal alimentarnos, es que además está escrito desde la sensibilidad (el lector se sumerge en la vida familiar y los ancestros de Safran), el sentido del humor y la maestría del autor, que además en el caso de la edición española aporta una impresionante anexo de notas e índices. El éxito que este libro ha tenido en todo el mundo desde su primera publicación en 2009 en EEUU (ya ha sido traducido a casi cuarenta idiomas) se basa en su capacidad de hacernos reflexionar sobre uno de los temas que debería ser una de nuestras mayores prioridades como es la alimentación y hacerlo de manera divertida y amena.
El segundo libro que traigo es Los productos naturales ¡Vaya timo! De J.M Mulet (Ed. Laetoli). Ya viendo que pertenece a la colección ¡Vaya timo! el lector tiene la garantía de que será un libro inteligente y crítico, no en vano estos textos podrían llevar el subtítulo “contra la memez acientífica” perfectamente.
Dividido en siete capítulos que van desde la alimentación natural, los transgénicos (me centraré en estos dos primeros por el tema que me ocupa), a la medicina naturista, la farmacopea, el hogar natural… para analizar y valorar su utilidad y efectividad real. Y el resultado es demoledor, porque el autor explica que la única necesidad para que un producto agrícola adquiera el sello ecológico es que todo lo que se le añada a su cultivo (los insumos) esté libre de todo método químico o industrial, incluidos insumos como el cobre, utilizado como insecticida con graves consecuencias medioambientales. Y respecto a la salubridad de estos productos lean:
“Otro problema serio de salud relacionado con la agricultura ecológica lo ocasiona su exaltación enfermiza de la coprofilia. (…)Utilizar únicamente estiércol es también un problema. El estiércol presenta una serie de microorganismos contaminantes, entre ellos la temible cepa de E.coli 0157:H7. La posibilidad de contaminarse por coniformes fecales es ocho veces mayor en la producción ecológica que en la convencional”. ¿No les resulta familiar lo de la E.coli?
Tampoco J.M. Mulet acepta que estos productos sean mejores para el medio ambiente porque entre otras prácticas el no uso de insecticidas provoca muchísimos problemas además de constatar que ajustándose a los patrones de la agricultura ecológica solo tendríamos la cuarta parte de los alimentos disponibles en la actualidad matando de hambre al 75% de la población mundial. Y en el caso de la ganadería ecológica tampoco se salva de inconvenientes por el altísimo coste que tiene su producción además de las garantías que en contra de la opinión de Jonathan Safran otorga la ganadería industrial respecto al cumplimiento de las diferentes normativas.
Y remata: “La alimentación presuntamente natural no es más que un capricho de gente que se puede permitir pagar más por llenar la cesta de la compra.(…)La alimentación ecológica no es más sana, ni es mejor para el medio ambiente ni está más buena. Solo es más pija”. Una de las ventajas de este libro es la facilidad de su lectura por el lenguaje empleado a pesar del contenido científico y documentado del mismo.
También Los productos naturales ¡Vaya timo! es una ferviente defensa de la agricultura transgénica frente a las posiciones de los grupos ecologistas. En opinión del autor los transgénicos vienen para quedarse porque responden a los retos actuales de la agricultura, como es producir más y hacerlo con menor impacto ambiental.
En suma, este libro es de lo más ilustrativo y aunque escrito en tono provocador y divulgativo no es un ataque a las necesarias prácticas de respeto medioambiental si no a determinados elementos míticos que se generan en torno a ellas. Y en este punto no quiero dejar de mencionar un libro que aunque ya tiene un par de años supuso para mí un auténtico descubrimiento respecto a las prácticas agrícolas a lo largo de la historia y en la actualidad como es El ingenio y el hambre de Francisco García Olmedo (Ed.Crítica). Por cierto, en la mínima bibliografía que incluye el libro de Mulet aparece recomendado.
Y no quería hacer una entrada sobre libros y alimentación sin reseñar brevemente uno, que aunque se editó el año pasado por la siempre comprometida editorial Los libros del lince supone como su propio subtítulo indica una minienciclopedia de política y alimentación. Se trata de Lo que hay que tragar de Gustavo Duch y que en su día fue mencionado en El Polemista en la reseña dedicada a El Planeta de los estúpidos de Juan López de Uralde (http://elpolemista.blogspot.com/2011/02/el-planeta-de-los-estupidos-de-juan.html) que además trata distintos temas aquí comentados.
Gustavo Duch, conocido activista en el ámbito de la cooperación al desarrollo y el ecologismo hace en este libro un verdadero ejercicio de denuncia al sistema alimenticio a escala mundial que según él se basa en un expolio indiscriminado sobre los países subdesarrollados.
Consta de cinco capítulos cuya organización se basa en la división que en su día hizo la editorial Argos de su enciclopedia infantil, Dime como funciona,- dime de donde viene,- dime, cuéntame,- dime qué es y dime quien es, el autor hace desfilar por sus páginas a personas, empresas, instituciones, productos…, prácticamente todo lo necesario para plantearse si lo que ponemos en el plato nos llega después de un proceso éticamente aceptable.
“La pobreza en el mundo es una pobreza que reside en el campo, precisamente a causa de modelos como éste, donde se agota la tierra con exigencias atroces y se imposibilita a los campesinos y las campesinas el acceso y control de los recursos productivos, vivir de su trabajo agrícola y crear un tejido rural rico y vivo”.
El cultivo masivo y especulativo de la soja, empresas españolas como Calvo,- la cuarta atunera del mundo que faena muchas veces con bandera de conveniencia y explota laboralmente a terceros países-, los modos de producción de pescados de cultivo, los agrocombustibles (antes combustibles que comestibles), otra vez los transgénicos, el cambio climático, el capitalismo, el consumo de papel, los activistas campesinos, la expulsión masiva de campesinos de sus tierras por la acción indiscriminada de trasnacionales como Benetton, el egoísmo de Danone o la contribución del Banco de Santander y Pescanova a daños ecológicos y económicos por extensión irreparables… en fin, no se deja absolutamente nada aunque eso sí, desde una visión que en ningún momento pretende abandonar la denuncia y siendo muy sesgada- como en mi opinión es, quien busque una visión objetiva del asunto en Lo que hay que tragar no la encontrará- supone un magnífico vehículo de reflexión y análisis sobre la sostenibilidad y la ética de nuestra acción como consumidores de la gran parte de los recursos del planeta.
“Los países ricos del Norte tienen los mejores índices de desarrollo humano a costa de dejar una huella ecológica que aplasta al resto del planeta, mientras que el resto de los países del mundo presenta unos niveles muy bajos de desarrollo humano, eso sí, respetando sus límites medioambientales”.
Bueno, pues esto es todo, ya podemos comer aunque no tan tranquilamente. Una reflexión sobre nuestro modelo de producción de alimentos es necesaria y urgente.
De vuelta al blog, empiezo por comentra este artículo por ser uno de los puntos que más trato de cuidar en esta etapa de mi vida. Es cierto que los alimentos de agricultura ecológica no están exentos de peligros por evitar el uso de pesticidas y que es imposible plantaarlos como alternativa a las necesidades alimentarias de la producción mundial por su escasa y costosa producción. Pero también es cierto que en los cerales, por ejemplo, las producciones masivas aprovechan solo el grano interno y desperdician la cáscara, que es donde se encuentran las principales vitaminas, nutrientes y minerales del trigo, cebada, espelta, maíz, etc.... En este aspecto, la industria alimenticia si está desperdiciando una oportunidad de mejora porque se vende lo "integral" como dietético, y es al contrario. Lo "integral" aporta muchos más nutrientes y por lo tanto se requieren menoes ingestas para cubrir las necesidades alimentarias de las personas.
ResponderEliminarComo comentario final añado que no se trata solo de alimentos biológicos si o no, sino de la forma de prepararlos para que vayan mejor a nuestro cuerpo. El exceso de aceites y azúcares o en su defecto edulcorantes está presente en todo lo que comemos y eso solo es un hábito que tenemos de preparación que sí podemos replantearnos. Y por supuesto, combinarlos con un estilo de vida saludable para que la ecuación diaria de calorías ingeridas y gasto realizado sitúe nuestro organismo en el punto perfecto desde el punto de vista nutricional.
saludos
PEPE
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ResponderEliminarOtro punto de vista sobre el libro de Mulet:
ResponderEliminarinceramente, compré el libro “Lo productos naturales ¡vaya timo!” para conocer el planteamiento de la editorial Laetoli y de la Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico (ARP-SAPC) sobre la irrupción en el mercado y en la publicidad de los mal llamados productos “verdes”: Coches ecológicos, ecobolas, productos de higiene, iones negativos, etc., debido a la creciente sensibilización del consumidor/a respecto a los problemas medio-ambientales.
Pero cuál sería mi sorpresa cuando comencé a leer las cinco primeras palabras de su introducción: La cuestión es estar asustado (p 9). Y así, 40 líneas, en las que el autor minimizaba los problemas medio-ambientales del planeta, tildando a los ecologistas de nuevos jinetes de la Apocalipsis, mientras comparaba sus visiones catastrofistas con las amenazas sobre el fin del mundo y el castigo eterno que predicaban las diferentes religiones hace unos siglos. Fue entonces cuando comprendí que había que hacer algo para defender el verdadero pensamiento crítico, contra un libro que parecía beber en sus fuentes y, de paso, devolver al movimiento ecologista la racionalidad que el autor le estaba arrebatando desde el principio.
Leer la crítica completa en
http://casimirobarbado.blogspot.com/2011/07/los-productos-naturales-vaya-timo-vaya.html
También en El Polemista:
ResponderEliminarDespilfarro de Tristram Stuart, Manual para una economía sostenible de Roberto Bermejo, Agua de Julian Caldecott, y la búsqueda de un planeta sostenible: http://elpolemista.blogspot.com/2011/09/despilfarro-de-tristram-stuart-manual.html
También en EL POLEMISTA:
ResponderEliminarAlimentos bajo sospecha de Gustavo Duch y las alternativas al modelo alimentario: http://elpolemista.blogspot.com/2011/12/alimentos-bajo-sospecha-de-gustavo-duch.html
También en EL POLEMISTA:
ResponderEliminarEl arte de vivir ecológico de Wilhem Schmid, de la conciencia planetaria a la ecología inteligente:
http://elpolemista.blogspot.com/2012/03/el-arte-de-vivir-ecologico-de-wilhem.html
También en EL POLEMISTA:
ResponderEliminarLa energía después de Fukushima de Cristina Narbona y Jordi Ortega, y, el debate que no se puede posponer:
http://elpolemista.blogspot.com.es/2012/06/la-energia-despues-de-fukushima-de.html
También en EL POLEMISTA:
ResponderEliminarNo vamos a tragar de Gustavo Duch, El fracking ¡vaya timo! de Manuel Peinado, y, alternativas frente al desastre:
http://elpolemista.blogspot.com.es/2014/06/no-vamos-tragar-de-gustavo-duch-el.html
También en EL POLEMISTA:
ResponderEliminarMedicina sin engaños de J.M. Mulet, y, frente a la homeopatía, curanderos, charlatanes, pseudociencias… ¡Ciencia! :
http://elpolemista.blogspot.com.es/2015/02/medicina-sin-enganos-de-jm-mulet-y.html