No creo que sea completamente inútil para contribuir a la solución de los problemas políticos distanciarse de ellos algunos momentos, situándolos en una perspectiva histórica. En esta virtual lejanía parecen los hechos esclarecerse por sí mismos y adoptar espontáneamente la postura en que mejor se revela su profunda realidad.
JOSÉ ORTEGA Y GASSET

lunes, 29 de mayo de 2017

Hillbilly, una elegía rural de J.D Vance, y, una cultura en crisis.


“Yo nací a finales del verano de 1984, sólo unos meses después de que papaw (abuelo) votara por primera y última vez a un republicano, Ronald Reagan. Reagan, que se ganó a una gran parte de los demócratas del Cinturón del Óxido como papá, consiguió la mayor victoria electoral en la historia estadounidense moderna: “Nunca me gustó mucho Reagan –me contó más tarde papaw-.Pero odiaba a ese hijo de puta de Mondale”. El oponente demócrata de Reagan, un progresista culto del nordeste, contrastaba cruelmente con mi papaw hillbily desde un punto de vista cultural.”
Comienzo con una cita larga pero muy oportuna tras la derrota de Hillary Clinton ante Donald Trump.
Hillbilly, una elegía rural (Ed. Deusto) son las memorias de J.D Vance, caso curioso en un autor tan joven, pero supone todo un viaje a una cultura muchas veces incomprendida.
La cuestión racial es importante. Y es que el autor es blanco, pero no se identifica con los WASP (blancos anglosajones protestantes) del Nordeste; pero sí lo hace con los millones de norteamericanos de clase trabajadora y ascendencia irlandesa y escocesa para quienes la pobreza es una tradición familiar, sus antepasados fueron jornaleros en la economía esclavista del Sur, después de eso aparceros antes que mineros del carbón y en tiempos más recientes maquinistas y empleados de acerías. En EEUU son conocidos como hillbillies, rednecks (cuello rojo) o basura blanca. El autor, aun en contra del que debía ser “su destino”, logró graduarse en la Facultad de Derecho de Yale y ahora es director de una empresa de inversión en Silicon Valley, se considera uno de ellos.
J.D. Vancer destaca una enorme diferencia entre la tradición cultural de estos hillbillies con el resto de norteamericanos, los define como intensos en su sentido de la lealtad, abnegada dedicación familiar y al país, pero también un fuerte rechazo al extraño o al diferente.
Y si la etnicidad es importante, lo es también la geografía; cuando en el siglo XVIII llegó la primera oleada de inmigrantes irlandeses y escoceses, éstos se instalaron en los montes Apalaches. De Alabama a Georgia en el sur y de Ohio a partes de Nueva York.
Y es aquí donde la escasa movilidad social, la pobreza, las adicciones, el aislamiento, el divorcio les hace ser según las encuestas el grupo más pesimista y menos feliz de EEUU y muy particular; hasta la religión la viven de manera diferente en forma de iglesias de fuerte retórica emocional. Y obviamente durante todos estos años el desplazamiento de los trabajos industriales al extranjero ha agravado los problemas y aquí conecto de nuevo con cómo en estos sectores el mensaje de Donald Trump ha calado en estos grupos; una pena que este libro está escrito antes, hubiera sido interesante contextualizarlo en profundidad.
J.D Vance cuenta su vida completa, empieza por su infancia en Jackson, Kentucky, un pequeño pueblo de 6.000 habitantes en el corazón del país del carbón.
Al lector, algunas de las historias le van a resultar delirantes, la mezcla del sentido del honor, la devoción familiar o el sexismo son motivo constante.
“Después de una noche de bebida particularmente violenta, mamaw (abuela) le dijo a papaw que si volvía a llegar borracho lo mataría. Una semana más tarde, volvió a llegar borracho y se quedó dormido en el sofá. Mamaw, que nunca mentía, cogió con toda tranquilidad una lata de gasolina del garaje, la vertió sobre su marido, encendió una cerilla y se la tiró al pecho. Cuando papaw empezó a arder su hija de once años entró en acción para apagar el fuego y le salvó la vida.”
La segregación residencial habitual en estas ciudades es parte de esta realidad: el número de blancos de clase trabajadora en barrios muy pobres está creciendo. En 1970 el 25% de los niños blancos vivía en un  barrio con tasas de pobreza por encima del 10%, en el año 2000 la tasa era del 40%, hoy es superior.
El autor achaca al apoyo familiar que recibió en la educación el haberse “salvado” de la miseria en la que se crió. Y ello a pesar de la adicción a las drogas de su madre.
“Recuerdo estar sentado en un juzgado repleto, con media docena de familias a mi alrededor, y pensar que se parecían a nosotros. Las mamás y los papás y los abuelos no llevaban trajes como los abogados y el juez. Llevaban pantalones de chándal y pantalones elásticos y camisetas, y el pelo un poco cardado. Y era la primera vez que advertía el “acento de la tele”, el acento neutral que tenían muchos presentadores de las noticias. Los trabajadores sociales, el juez y el abogado tenían acento de la tele. Ninguno de nosotros lo tenía. La gente que llevaba el juzgado era distinta de nosotros. La gente sujeta a él, no”.
Este libro además de su interés sociológico es muy divertido, lleno de anécdotas como la reacción de mamaw y papaw cuando J.D Vance se quedó dormido en el banco de la iglesia y al no verlo salir mientras le esperaban fuera cogió él su Magnum calibre 44 y ella su Special del 38 y fueron registrando coche por coche parando el tráfico.
El autor creció en un entorno de tristeza desesperada más allá de las peleas, las drogas y la pobreza, aunque pronto perdió el interés por las drogas, mejoró claramente en sus estudios y llegaron las oportunidades.
Vance entró en el Cuerpo de Marines y sirvió en Iraq, su sueldo era bajo pero permitía pagar sanidad para su familia. Al acabar empezaría las clases en Ohio State, más tarde Yale y el ascenso social que para el autor supuso comprender que tal logro es imposible en el aislamiento y como la sociedad hillbily asume el éxito como algo ajeno a ellos.
Pero también reflexiona sobre las posibles soluciones y no las termina de ver, pero apunta claramente al apoyo generacional como forma de estabilizar al individuo como la clave de su éxito.

Estamos ante un relato excepcional que básicamente tiene como finalidad hacer comprender una realidad que es desconocida y que supone la cara B del sueño americano; también es una historia de superación personal.
La deslocalización industrial sin duda es un factor determinante en la pobreza del hillbily, pero es evidente que el apego a la cultura y el rechazo de cualquier otra no ayuda, discrepo con el autor cuando afirma que una de las causas de la pobreza es que quien legisla no sabe lo que es.
Los EEUU hoy son una verdadera interrogante tras la llegada de Donald Trump, un Presidente que como primeras medidas en el campo internacional han sido la renuncia al liderazgo mundial y el simple desprecio a los aliados tradicionales de su país, especialmente a Europa, pero curiosamente también a la OTAN en general.
Veremos si las víctimas de la Globalización y la deslocalización en EEUU han castigado a los Demócratas para que Donald Trump solucione el problema han acertado, es posible que el proteccionismo que viene en un primer momento podrá crear empleo y devolver industria, pero difícilmente a largo plazo podrá mantenerlo.
Una anotación importante: este libro tiene su banda sonora, no dejen de leerlo con el mejor country de fondo, Dwigth Yoakam por ejemplo en Reading, Rightin’, R.t 23 contaba su propio viaje:
“Creían que leer, escribir y la Ruta 23 los llevaría a la buena vida que nunca habían visto.
No sabían que esa vieja autopista los llevaría a un mundo de desesperación”
  

La edición a cargo de Deusto de este Hillbilly, una elegía rural es correcta.