Reincide Gustavo Duch en la denuncia de nuestro sistema alimentario y nos propone sustituirlo por la soberanía alimenticia : “una agricultura que garantiza la salud para la población consumidora, una economía que sabe evitar el hambre en el Sur y la obesidad en el Norte, una tecnología sujeta voluntariamente a las leyes del medio ambiente y, además, un menú en nuestras mesas que sería la señal de que hemos recobrado la seguridad y el sabor de nuestros alimentos, y que devolvería la vida al medio rural”.
La editorial Libros del lince ya había editado el año pasado Lo que hay que tragar (comentado también en El Polemista) del mismo autor y similar temática y ahora con este Alimentos bajo sospecha realiza un análisis más breve pero igualmente esclarecedor. Se trata de un panfleto que no llega al centenar de páginas y que a través de sus ocho capítulos y apéndices repasa todos los aspectos del proceso de producción y consumo alimenticio que el autor define sin medias tintas:
“Así es la alimentación del siglo XXI. Un rarísimo sistema contranatura que está en manos de muy pocas multinacionales, que ganan dinero a base de arruinar la pequeña agricultura tradicional, de ensuciar y contaminar el planeta y, como vemos a menudo, susto tras susto, de poner en jaque la salud de la población consumidora. Vacas locas, dioxinas, gripes, E. coli…Todas estas enfermedades siguen el mismo patrón; patologías graves cuyo origen es bien conocido: la codicia.”
Gustavo Duch denuncia que producimos alimentos desde el más absoluto mercantilismo, alimentos baratos que o bien son de baja calidad como las verduras y frutas de invernadero, de dudosa calidad como los transgénicos o los que directamente contienen dioxinas u otros productos sencillamente dañinos. Así, la globalización alimenticia lejos de traernos diversificación ha llevado a la homogenización de las dietas ricas en azúcares y grasas. El autor repasa las consecuencias de este sistema como en el caso de la agricultura industrial que además de ser la responsable de la desaparición de numerosas fincas y unidades agrarias también es la culpable de la pobreza en el medio rural, la competencia en los países del Sur y de muchos desastres naturales.
No podía faltar en este libro el ataque a los transgénicos como la denuncia concreta a como los occidentales no aplican las mismas técnicas de producción en sus países que en los del Sur por lo perniciosas y peligrosas que son.
La defensa de la pequeña ganadería local frente a la industrial que “buscando el abaratamiento de la producción, deslocalizar es sinónimo de rebajar los controles y umbrales de seguimiento” o los enormes efectos contaminantes en forma de implicaciones energéticas o emisión de gases de efecto invernadero también aparecen en este Alimentos bajo sospecha como un esclarecedor ejemplo de la “política actual sometida al poder económico”: Consumir gambas cultivadas en Ecuador, procesadas en Marruecos y empaquetadas en Ámsterdam. Inquietante, ¿no?
Interesante también es la reflexión en torno al brote de E. coli (la famosa crisis de los pepinos que afectó en la primavera de 2011 al norte de Europa) o con la Gripe A, porque Duch apunta directamente a las multinacionales que controlan el sistema alimentario y a sus lazos con las autoridades sanitarias europeas que permiten a estas campar a sus anchas saltándose elementos fundamentales de nuestra seguridad alimentaria.
El sistema alimentario global imperante se basaría en dos mecanismos perversos: de un lado se intensifica tanto la producción que a penas requiere mano de obra condenando a millones de personas a perder su medio de vida, y por otra parte la búsqueda de beneficios es tan ávida que agota los recursos y las posibilidades de las poblaciones rurales del Sur. De ahí que concluya el autor que “cuanto más se produce, más hambre y más desigualdad se genera.” Paradójicamente con el aumento de producción de alimentos también aumenta el hambre.
Alimentos bajo sospecha además de su atrevida propuesta tiene otro aliciente, su prólogo: y es que no todos los libros cuentan con un prologuista como Andrés Rábago, El Roto, sin duda uno de los viñetistas más mordaces y geniales de nuestro país.
En fin, este panfleto no aportará demasiado a quien disfrutara de Lo que hay que tragar pero se me antoja una lectura necesaria para quien quiera acercarse a algo tan necesario como el conocimiento de nuestro proceso de producción alimentaria. Gustavo Duch lo hace desde una posición de radical denuncia y compromiso ecologista. A veces cae en el fundamentalismo y en mi caso me resulta difícil subscribir algunas de sus afirmaciones sobre la perversidad de la totalidad del sistema o cuestiones más concretas como la de los transgénicos, pero no tengo la menor duda de que la lectura de libros como este contribuyen no solo al conocimiento de muchas de nuestras realidades más determinantes en nuestras vidas como que suponen una apuesta por un mundo más justo y sostenible.
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