Belgistán, el laboratorio nacionalista (Ed. Ariel) es un libro oportuno. Lo es porque no solo supone un fiel retrato de la Bélgica actual, es que además realiza una lectura de lo que en aquel país está ocurriendo en clave de las repercusiones que para otros nacionalismos comunitarios pueda tener. El libro, a pesar de dividirse en doce capítulos que van desgranando diversos aspectos del tema se podría dividir en dos partes bien diferenciadas; una puramente descriptiva y otra valorativa. En la primera se encuentra lo mejor de Belgistán, la segunda es más débil.
“El pecado original de Bélgica fue ser un Estado oficialmente unilingüe en sus comienzos, y por culpa de ello se ha pasado todo el siglo XX haciendo penitencia”, podría ser la frase del autor que da génesis a la explicación histórica que hace del conflicto belga. Y esto se explica de manera sintética y clara, con un lenguaje que durante todo el libro deja a un lado las “correcciones políticas” para llamar a las cosas por su nombre. Curiosamente eso ha hecho que el resultado resulte de la objetividad exigible a un buen periodista y es de agradecer para el lector que si lo que desea es saber el qué y el porqué de lo ocurre hoy en Bélgica habrá dado con un buen medio para hacerlo. En Belgistán se retrata la relación imposible entre dos comunidades que desconfían tanto la una de la otra que han entrado en una dinámica en las últimas décadas donde el Estado solo se reforma para vaciarlo cada vez de competencias. Una Valonia desconfiada y tozuda ante realidades socioeconómicas cuantificables asiste a la agresividad de Flandes que no tiene ningún reparo en incumplir la legislación europea tratando como inmigrantes a los francófonos en Bruselas o trabajando sin ningún disimulo en la destrucción del sistema federal belga para convertirlo en una confederación dentro de una Europa confederal donde ambas estructuras queden superpuestas y camufladas. Esa es la idea de Bart De Weber, el independentista flamenco ganador de las pasadas elecciones belgas, capaz de romper la norma no escrita por la cual el Primer Ministro belga es un flamenco simplemente a cambio de las concesiones que los valones dirigidos por Elio Di Rupo sean capaces de realizar (de momento sin éxito). Por cierto, en la obra tanto los personajes individuales como los colectivos quedan magníficamente retratados haciendo que este ensayo en ocasiones sea realmente divertido (a pesar de que cae en alguna frivolidad como esta: “Los flamencos de hoy no guardan ningún rencor a los ocupantes en tiempos de Felipe II: los españoles suelen caerles bastante bien. En el encuentro Holanda-España de la fase final del Mundial de Fútbol de 2010 iban con España: eso lo dice todo”. ¡Sorprendente!
De notable interés es la explicación política al cambio que supuso para los cristianodemócratas flamencos (CD&V) la perdida del poder a finales de los noventa y como para recuperarlo decidieron alimentar las brasas nacionalistas prometiendo la ansiada reforma confederal y escindir Brussel-Halle-Vilvoorde (BHV) convirtiendo Bélgica en un país ingobernable y para colmo haber amamantado al actualmente mayoritario N-VA de Bart De Weber. Por cierto, también a la difícil explicación del fabuloso lío de BHV (distrito dentro de Flandes formado por varias localidades donde sus habitantes tienen derecho a votar y ser juzgados en francés) sale Jacobo de Regoyos con éxito, y puedo asegurar que no es nada fácil, máxime cuando un asunto menor ha alcanzado una trascendencia que supera cualquier intento de solución razonada y probablemente acabe con el país.
En Belgistán además la europeísima Bruselas aparece en todo momento como el punto esencial a toda explicación de lo que en futuro pueda ocurrir. Una región donde una aplastante mayoría francófona es tratada como extranjera en su propio país sufriendo discriminaciones que van desde lo inmobiliario, educativo o lo lingüístico (los que crean que en alguna autonomía española se discrimina alguna lengua deberían leer este capítulo).
En fin, el libro en cuanto a descripción de la Bélgica de hoy es imposible resumirlo por la cantidad de datos y el detalle con el que se describen, insisto que en este sentido se trata de una lectura imprescindible a poco que se esté interesado en el tema, aunque eso sí, siendo su gran virtud la actualidad de Belgistán, está condenado a ser superado por el tiempo porque se trata de un relato en tiempo real.
Otro aporte fundamental es el estudio de las posibles salidas para las tres comunidades belgas. Una por una el autor desgrana las opciones y las ventajas e inconvenientes de todas las soluciones, aunque desgraciadamente este análisis está tan supeditado a las circunstancias actuales que en pocos meses podría quedarse en un mero ejercicio retórico aunque muy ilustrativo. Más aun la parte dedicada a la economía, donde el coste de las “independencias” es una incógnita a día de hoy completamente indespejable a futuro. ¿Cuánto cuesta independizarse y quien paga la factura?
Comentario aparte merece la parte valorativa del texto, y con ello me refiero a lo que tiene carácter general, no a la que atañe al caso belga. Jacobo de Regoyos sin manifestarlo de manera clara parece querer llegar a la conclusión de que a mayor descentralización del Estado menor capacidad de este para sobrevivir. Se apoya en ello en los estudios de Mnookin y Verbeke sobre el caso belga o de Rafael Calduch Cervera sobre los nacionalismos (con tesis tan discutibles como que todo nacionalismo lleva el germen del totalitarismo). Y este asunto es esencial porque compartiendo la tesis de que Bélgica en este momento es el laboratorio de donde van a salir las pócimas de las que los nacionalismos comunitarios se van a nutrir en un inmediato futuro (ver en este blog http://elpolemista.blogspot.com/2011/01/la-nacion-inventada-de-arsenio-y.html) no comparto en absoluto la visión negativa de toda ideología tendente a la reclamación de la identidad colectiva desde criterios territoriales, étnicos, lingüísticos…). Casos como el español donde fórmulas federalizantes han dado como resultado el mayor periodo democrático de nuestra historia son menores aunque muy esclarecedores por no citar a otros como el alemán o el norteamericano de evidente éxito y con la descentralización como elemento fundamental del mismo. El modelo de reparto de competencias pues, no tiene que ser ni resultar como el yugoslavo o el belga, sin olvidar que en diversas ocasiones la no cesión de parcelas de poder por parte del Estado se debe a la posición dominante de un nacionalismo centralista frente a otros periféricos. En este sentido el capítulo comparativo entre Bélgica y España no está exento de prejuicios y valoraciones por lo menos discutibles.
En suma, Belgistán, el laboratorio nacionalista, es un libro que no debe pasar desapercibido porque supone un notable aporte al conocimiento de la realidad belga y sus repercusiones además de ser un texto directo y divertido que no deja indiferente.
¡Ah!, y un motivo más para leerlo: A veces observar lo grotesco en lo ajeno nos permite detectarlo en lo propio.
Hola Jorge. Soy Jacobo, el autor de "Belgistán...". Un verdadero placer leer tu crítica del libro. No voy a ser largo.
ResponderEliminarAgradecerte tus comentarios, y matizar si acaso mi pensamiento sobre las descentralizaciones. En realidad a mi me parecen positivas y necesarias. Todos ganamos en eficacia y en respeto. Pero la descentralización sin límites tiene consecuencias. Que tampoco es grave. Depende de lo que quieras. Los países ni son sagrados, ni eternos, ni nada parecido. Sólo los nacionalismos piensan que lo son.
Y queda un detalle... te preguntas como ha recibido mi familia política flamenca mi libro...
Mi suegro Lieven, un hombre entero, honesto y admirable en todo lo que yo he observado, y al que profeso un cariño especial, me ha dicho literalmente: "A veces me ha dolido lo que dices en el libro, porque soy Flamenco. Pero tengo que decir que todo lo que dices en el libro es cierto". También soy duro con los francófonos en la primera parte de la historia de Bélgica y al hablar del clientelismo actual en Valonia. No hay buenos y malos, como en casi nada en la vida.
Agradecerte de nuevo tu profunda y detallada crítica.
Hola Jorge,
ResponderEliminaren Bélgica no se puede hablar de una única identidad nacional. Creo que a menudo eso va ligado a un orgullo de nación, de legado histórico, cultural, intelectual, del que carecen los belgas y que quizá nos caracteriza a los españoles, no sin cierto chovinismo. Pero es que Bélgica es un país joven que se encuentra todavía en una época de transición.
Creo que las grandes víctimas de la situación político social actual y futura son los francófonos de Flandes.Como curiosidad del día a día te diré que algunos profesores en Amberes no permiten que se hable francés en el colegio,incluso fuera de las clases, ni siquiera entre hermanos. Una amiga mía francófona de Amberes decidió cambiar a su hijo de 9 años de colegio porque sus compañeros le agredían verbalmente con frases que probablemente habían oído de sus padres. Creo que el porcentaje de Francófonos en Amberes está sobre el 10%.
No he leído el libro Belgistán, pero me interesa mucho.
Un abrazo
CARLES BONET COMENTA:
ResponderEliminarMuchas gracias, Jorge. La cuestión de Bélgica puede ser un buen yacimiento de analogías y escándalos (a menudo farisaicos) para traerlos al debate político sobre la naturaleza de España. Así que es preciso ser prudente, como bien remarcas en tu reseña. Quizás lo prudente seria aplicar aquello de la paja en el ojo ajeno, pero al revés: Que la viga en el ojo ajeno no sea excusa para andar sin quitarnos las pajas de los nuestros. Y naturalmente que tenemos muchas pajas. Entre ellas la que dices del pecado original de Bélgica, es decir, la voluntad primigenia de construir un estado francófono unilingüe. Y es que el problema de las convivencias de las lenguas es una cuestión que no puede resolverse de un plumazo, es decir, aplicar la ley cuando se trata de la(s) otra(s) lengua(s), y el sentimiento, cuando se trata de la propia. Los castellanos siempre han mostrado un gran amor a su lengua que a mí siempre me ha impresionado. Solo hay que recordar de cómo la rebelión social de las Comunidades contra el emperador Carlos tenia también una innegable componente nacionalista ya que había descontento por el desprecio del entorno del emperador hacia la lengua propia del país. Estoy ahora releyendo los diarios de sesiones de la II República, concretamente los debates sobre la Constitución republicana y el Estatuto del 32. Veo a Azaña mas prudente y comprensivo (generosa dice él que debe mostrarse la República) en las cuestiones lingüísticas y competenciales que a Ortega. Naturalmente España no es Bélgica, para poner una cuestión a debate. Ni Cataluña, tampoco. Aquí la inmensa mayoría de la gente no rechaza – al contrario- saber castellano. Lo que sí nos duele a muchos catalanes, íntimamente, es que haya gente, corrientes de opinión e incluso fuerzas políticas que sostengan como valor de normalidad (y por tanto de moralidad) que pueda alguien estabilizarse en Cataluña (10-20-30 años, o mas) rechazando – no ya hablar- sino tan sólo entender catalán, y que sus hijos – nacidos ya en Cataluña- tengan la primera escolarización en catalán. Aquí estamos, creo, ante una moral de situación. Cosas que no se aceptarían que sucedieran, por ejemplo, a Castilla tienen que ser aceptadas en otras partes ¿Cómo se reaccionaria ante una realidad de que la mayoría de las conversaciones en las calles y barrios de Madrid, Valladolid, Salamanca, se realizaran en lengua distinta al castellano? Recuerdo, y ya para acabar, una persona que me escribió estando yo de senador. Se quejaba de que en la reunión de vecinos de una localidad de la Costa del Sol impusieron el inglés, ya que la mayoría eran extranjeros. Naturalmente era una inconstitucionalidad. Pero yo creo que era más. Era una inmoralidad.
En fin, no querría haber empezado una polémica de esas que no tienen fin, y que aburren mucho. Sólo he querido mostrar un sentimiento que es compatible con que me guste la lengua castellana. Y que no la considero "extranjera" como podría ser el inglés o el francés.
Un saludo muy cordial
carles bonet
Bueno, me dan ganas de leer el libro, pero solo con las entradas de los comentarios ya me animo a opinar sobre el asunto de la construcción de un estado sobre una dos o más lenguas. Al contrario, no es una polémica de las que no tienen fin, más bien es algo de lo que muchos no quieren ni hablar por considerarlo un tabú. Pues a mí, sin embargo no me duelen prendas en decir a mis colegas extranjeros que vivimos en un estado en el que se hablan 4 lenguas con literatura escrita desde hace más de 600 años, que han tenido sus siglos de oro de las letras y con unos pueblos que las han sabido conservar a pesar de los represivos regimenes políticos que en ocasiones hemos sufrido. Yo creo que se puede construir un estado con varias lenguas. En mi casa, que es parte del estado y por cierto situada en el centro de la meseta y del que es natural un servidor, ya hay una biblioteca con cierto volumen de libros en catalán, alguno en gallego y al menos diccionarios de todas las lenguas. ¿Por qué? muy fácil: me resulta totalmente "familiar y natural" desde el punto de vista de la comunicación con mis conciudadanos decir a mis colegas de trabajo de Barcelona, "bon dia, Jordi". A partir de ahí todo rula más fácil.
ResponderEliminarEl problema: hay gente en España que pronuncia con gran soltura y hasta con perfecto acento "Arnold Schwarzenagger" ... y no se si lo he escrito bien, y sin embargo sufre un sarpullido mental si tiene que llamar por su nombre a alguien como Josep, Carme, Josune o Xavier. Qué lástima!!
saludos y ánimo con el blog!.
Pepe
Querido Jorge,
ResponderEliminarUn placer leer este comentario, como el de los otros libros. Creo que este tipo de tarea ayuda a que nos intentemos entender un poco mejor, cosa que me parece de primordial interés en estos momentos.
Un abrazo,
Germà
EL POLEMISTA: La mort de Bèlgica de Marc Gafarot:http://elpolemista.blogspot.com/2011/05/la-mort-de-belgica-de-marc-gafarot-y-en.html
ResponderEliminarDisfrutando del libro: gracias al autor por escribirlo y al polemista por recomendarlo y reseñarlo.
ResponderEliminarMás de uno/a con gran proyección mediática debería leerlo para que dejasen se utilizar el tema de los nacionalismos en España(periféricos o centralista) como el peor mal de nuestro sistema político. Quien no conoce no puede comparar y mucho menos relativizar.
Por otra parte, cuanto más leo más me convenzo de que el tema identitario y las distintas aspiraciones políticas al respecto es, quizá, el reto más complejo al que han de hacer frente las democracias (ese y dominar el poder económico).
Un saludo y reitero mis agradecimientos.