No creo que sea completamente inútil para contribuir a la solución de los problemas políticos distanciarse de ellos algunos momentos, situándolos en una perspectiva histórica. En esta virtual lejanía parecen los hechos esclarecerse por sí mismos y adoptar espontáneamente la postura en que mejor se revela su profunda realidad.
JOSÉ ORTEGA Y GASSET

sábado, 22 de enero de 2011

A favor de los toros de Jesús Mosterín, y la tauromaquia.

La reciente polémica suscitada por la decisión del Parlament de prohibir los toros en Cataluña más allá del hecho en sí de acabar con prácticas que ya eran muy minoritarias en el territorio catalán ha servido para situar este asunto en un plano hasta ahora inédito, como es la indiferencia o desaprobación de la mayoría social hacia la tauromaquia. Quizá ese sea el elemento innovador y que ha dejado al descubierto un debate donde la tauromaquia queda mortalmente herida al no poder sustentar su existencia más que en elementos simbólicos o discutiblemente tradicionales frente a la argumentación puramente racional de los antitaurinos que quizá peca precisamente de eso, de a través de la razón no ser capaces de llegar a comprender una visión del mundo que no se explica a través de ella.
En esta tesitura se encuentra el libro A favor de los toros de Jesús Mosterín (Laetori). Lo primero que sorprende de él es que a diferencia de la extensísima obra del autor es desordenado y un poco caótico, más en clave de artículo que de libro. Y aun así el objetivo divulgativo de la tesis central del filósofo bilbaíno queda claramente reflejada: La idea de que el humano no es un animal sino un espíritu puro, creado por Dios a su imagen y semejanza, separado por un abismo del resto de las criaturas y colocado en el mundo para explotarlas y hacerlas sufrir es una idea falsa y mezquina que genera la crueldad animal en la que reside la tauromaquia. En torno a esta visión gira A favor de los toros, que abarca uno por uno todos los argumentos taurinos para desmontarlos desde un espíritu puramente racional y científico (aunque en este último aspecto el libro sufre algunas lagunas importantes). Mosterín no deja duda respecto a cuestiones que si bien deberían ser obvias han sido negadas o ignoradas en el debate sobre La Fiesta, como la no existencia de la raza de lidia como tal, el hecho de que los centros de dolor físico son comunes a casi todos los mamíferos… pero sin duda el aspecto más interesante del libro reside en la explicación histórica y su interpretación de la tauromaquia: El entretenimiento popular basado en el maltrato y sacrifico de animales y concretamente los toros no tiene nada de específicamente español ya que existían en toda Europa. Es la llegada de la Ilustración en el XVIII lo que inicia una reacción contra ese tipo de espectáculo que provoca su paulatina prohibición y desaparición. La particularidad española reside precisamente en la debilidad y fugacidad de nuestras Luces, que abortada por el absolutismo brutal de Fernando VII lejos de mantener la prohibición de dichas prácticas que ya estaban en vigor desde Carlos III (salvo el paréntesis de la ocupación francesa donde José Bonaparte intenta “ganarse” al pueblo español permitiendo dichas prácticas) las fomenta, financia y protege hasta el punto que cambia radicalmente su contenido naciendo lo que hoy llamamos corridas de toros. A partir de ahí la tauromaquia ha sido un elemento ligado a las festividades públicas que hoy solo es explicable su subsistencia a través de los fondos públicos que en este asunto no se muestran nada transparentes. El resto del libro no varía demasiado de las tesis mantenidas por el movimiento antitaurino aunque les dé una forma más refinada y sólida. Mención aparte merece el capítulo dedicado a las sorprendentes argumentaciones de los taurómacos Fernando Savater y Vargas Llosa. El primero, en su Tauroética (Turpial) no tiene reparo en centrar sus tesis en la teoría de que “los animales no tienen derechos al no tener deberes”, (espero que no aplique eso con su perro o gato si es que lo tiene), o más delirante si cabe la del genio peruano al justificar la crueldad taurina (que él reafirma sin dudarlo) en que hay otras crueldades similares (como en el caso del filósofo donostiarra deseo que no aplique estas teorías en otros ámbitos). Dicho sea de paso, y aunque solo afecte al asunto indirectamente, es una pena asistir a argumentaciones que rozan el ridículo por el mero hecho de ganar espacios en el casticismo más soez, cuando no contemplar con asombro como autores de la talla de Savater han pasado a trabajar en provecho exclusivo de una patológica necesidad de protagonismo y titulares. Ciertamente que lo consigue.
En definitiva, A favor de los toros es un libro muy recomendable para aquellos que estén interesados en el tema aunque en mi opinión cae en el maniqueísmo habitual del animalismo extremo que compara prácticas como la caza con la tauromaquia o el consumo (depredación) de carne natural en mamíferos omnívoros como el hombre con la peletería. Igualmente, y esto sí es más sorprendente en un especialista como Mosterín (ver Los Cristianos, editado en Alianza) pase por alto el hecho de que la oposición a los espectáculos con animales no es un elemento propio de la Ilustración sino muy anterior, especialmente bien argumentado por autores como san Agustín y más concretamente por san Francisco de Asís que a día de hoy sigue siendo el inspirador de todo movimiento en defensa de la naturaleza con su tesis de que toda acción sobre el medio repercute directamente en el hombre en todas sus facetas. Sí, aunque viendo la acción de la Iglesia española desde el XIX cueste creerlo, la posición del Papado en este asunto ha sido tan contundente como para escribir varias bulas en el XVI excomulgando a los participantes en fiestas taurinas. Pero más contundente si cabe ha sido la oposición a tales prácticas por parte de intelectuales e incluso poderes públicos anteriores a la Ilustración. En el caso español disfrutamos de numerosos textos que lo atestiguan, que van desde Alfonso X (que también prohibió estos festejos) hasta hoy. En este sentido me parece imprescindible la delicatessen  que ha editado Tempestad con el nombre Clásicos españoles contra toros y toreros donde desfilan más de treinta textos de intelectuales desde el XIII hasta el XX (incluidas bulas papales y prohibiciones reales) que demuestran que en contra de lo tantas veces repetido por el mundo de la tauromaquia la cultura ha sido siempre un lugar donde la oposición a la crueldad y el dolor ajeno ha imperado. Cierto es, a favor de la teoría de Mosterín que el pionero de lo que hoy podríamos llamar movimiento auntitaurino será Gaspar Melchor de Jovellanos que en homenaje a su figura y desde la gijonesa Sociedad Antiflamenquista Cultural y Protectora de Animales y Plantas se convocó en 1914 a miles de personas en contra de los espectáculos a los que nos referimos.
Finalmente, no quiero terminar sin mencionar la importancia que ha tenido en la cuestión la decisión del Parlamant de atender parcialmente (no respecto a los correbous) la iniciativa popular puramente animalista en favor de la abolición de las corridas. Dichos hechos inician de manera irreversible una lenta y progresiva desaparición de estos festejos, y aun como en mi caso no siendo partidario de la prohibición en los términos en los que se ha producido en Cataluña entiendo que el derecho de las sociedades democráticas organizadas en parlamentos a decidir y legislar el grado de crueldad que toleran en nombre de cualquier principio (sea de respeto a los animales, identitario o de cualquier naturaleza) es absolutamente indiscutible. Mi felicitación por ello a los catalanes.


10 comentarios:

  1. LUIS SUÑÉN COMENTA:
    Querido Jorge: no creas que no comparto lo que dices. Lo comparto casi todo por no decir todo. Siempre me han gustado los toros pero nunca he movido un dedo por defender la fiesta. ¿Por qué? Pues porque me parece un anacronismo absoluto que sólo tiene sentido en tanto se sostenga en una estética y un orden –y tampoco es una razón para que exista en el siglo XXI- que ha desaparecido prácticamente de los ruedos. No me sirve ni me sirvió nunca el argumento de que los intelectuales la han defendido, los pintores la han pintado y se han escritos poemas acerca del toro, los toreros, la muerte en la plaza y la gloria bendita. Todo eso –a veces de una calidad abominable- me ha dado siempre igual porque la fiesta de los toros me gustaba sin necesidad de razonamiento a favor –ni en contra, como te digo. La progresiva desaparición de toreros que me interesaban estética y técnicamente y la irrupción de José Tomás y su presunto sentimiento trágico de la vida –que no me interesa en absoluto- han hecho que, por qué no reconocerlo, con harto dolor de mi corazón, haya decidido abandonar una afición que antes ejercía con gusto por más que este fuera cada vez a menos. No me veo obligado a pedir perdón, entre otras cosas porque los toros me siguen gustando, no he acabado por aborrecerlos. Pero la fiesta me parece hoy un cúmulo de ordinarieces. Lo que no me ha parecido nunca es cruel en la relación entre el torero y el toro. Cruel suele ser el público, o mejor dicho el mal público. Y cruel, crudelísimo, algo que me avergüenza como español y como ser humano, y que no trago: esas barbaridades de las fiestas de los pueblos que a nadie debieran gustar si fuéramos, por fin, una sociedad como es debido. Y respecto a la prohibición en Cataluña –democrática, naturalmente- no ha hecho más que aprovechar una doble coyuntura favorable: de una parte la fiesta de los toros se acaba sola, por consunción, y gracias en buena medida a los taurinos; de otra, la cuestión, bien manejada, tomando el rábano por las hojas, sitúa a los no partidarios de la abolición en una situación desairada, como unidos a una idea de España tan rancia que mejor ir separándose de ella y de ellos. En eso, la verdad, muy limpio no se ha jugado. El blindaje de los correbous vale más que mil palabras y descubre la parte sucia de la jugada. Por mí, ni los toros, ni los correbous ni nada que se le parezca.

    Por supuesto, puedes colgar esta carta como comentario.

    Y mírate la fecha de lo de Jovellanos, que es incorrecta, pues aquello hubo de ser necesariamente en el XVIII.

    Un abrazo grande.

    Luis

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  2. Querido Luis, siempre certero. Tienes toda la razón, me ha jugado una mala pasada la fecha y la representación de un texto de Jovellanos se produce en 1914 pero el gran asturiano llevaba mucho tiempo muerto.
    Ojalá todo el mundo próximo a la tauromaquia tuviera la mitad de honestidad intelectual que tienes tú.

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  3. Me fascinan los animales. Y me fascinan los toros. En el campo y el en ruedo. La crueldad o no, en mi opinión, depende enormemente de la justicia y la equidad con la que la lucha entre toro, toreros y caballos se lleve a cabo. Cuando la lidia se hace correctamente, el toro sufre menos. Llega la auténtica crueldad cuando se merma la fuerza de la bestia (veterinarios, alimentación previa, afeitados escandalosos) y se permite el ventajismo del humano. Entonces, me dejan de gustar las corridas de toros y no veo en la presunta lucha menos salvajismo que en las atroces y vejatorias fiestas de feria. Si van a seguir así, dejemos de buscar belleza en los toros, dejemos de ir los aficionados. Pero que nadie nos lo prohiba. Que comienza a ser cansina tanta prohibición. Que a los que nos tratan como a rebaños es a nosotros y no parecemos darnos cuenta.Natalia

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  4. Sobre el debate / cuestión de estar a favor o en contra de la prohibición de la fiesta de los Toros, nos deberíamos centrar en que es lo que está permitido hacer a un ser vivo, cuales son las consecuencias de lo que se hace y, lo más importante, como se paga.
    Nadie pone en duda que no se coarta la libertad de los individuos, cuando las acciones de los mismos no se someten a la más mínima Sociabilidad. Por lo tanto no se puede pretender hacer daño a otro ser vivo, incluso llevarle hasta su muerte, sin que esta acción le suponga un reproche por parte del resto de la sociedad.
    La cuestión en la que me centraría y por la cual la fiesta de los toros no se sustenta desde el punto de vista de espectáculo, es su aspecto económico. Son numerosas las referencias a la cantidad de personas y empresas que viven de esta actividad. Lo cierto es que todos los espectáculos taurinos que se realizan en España son subvencionados por la administración, autonómica o municipales su gran parte. Si la realización de una corrida de toros se tuvieran que sostener íntegramente por los ingresos originados por la misma, esta no se celebraría, ya que su coste sería desorbitado con respecto a los ingresos que la misma genera, los cual hace que las administraciones subvencionen al aficionado parte de su entrada.
    Aficionado, que si quiere disfrutar de su afición lo más normal es que la sustente el mismo y no que se beneficia del dinero de todos para su propio beneplácito. Como si se tratara de una importante cuestión Social, y así era cuando se mantenía la política dictatorial de Pan y toros.
    Espero, querido Jorge, que el argumento sume a los ya aportados pero creo que los individuos que están a Favor de la prohibición, no se deben centrar en si es legitimo prohibirlas, sino si se debe de permitir un espectáculo donde se mata en directo a un animal, y si además esto debe ser pagado con el dinero de todos.
    Por último las tradiciones y fiestas nacionales, las deciden sus pueblos en cada momento dependiendo de su momento histórico y aquellos que se escudan e dichas tradiciones, lo hacen según sus conveniencias. Las tradiciones están para ser cambiadas, por que sino estaríamos todavía pensando que la sol gira alrededor de la tierra y somos el centro del mundo.

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  5. Ante todo creo mi deber aclarar que no soy español.Esto no me inhibe, sin embargo, de opinar acerca del tema dado que si España ha sido el país que elegí para vivir con mi familia no ha sido por sorteo entre varios otros ni porque no cupieran otras alternativas.
    Acabo de leer el libro de Mosterín. De entre lo mucho que ofrece para analizar si hay algo para destacar es que de niño se "implantan" condicionamientos de los que no podemos librarnos a lo largo de toda nuestra vida. Acaso sea esta la razón por la cual haya tanta gente empeñada en sostener las corridas como un hecho cultural que no habría que abandonar.
    En lo personal creo que el argumento de la "implantación" es definitivo.
    Las corridas me alteran profundamente porque, más allá de la argumentación que se convoca a favor o en contra, no puedo soportar el sufrimiento que padece el toro.
    Carlos - 15 de mayo de 2011

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  6. También en EL POLEMNISTA: Toros sí de Salvador Boix:http://elpolemista.blogspot.com/2011/05/toros-si-de-salvador-boix-y-la-defensa.html

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  7. Lo que yo me pregunto es cuál es la razón de que el señor Mosterín no haya contestado a Santi Ortiz... Personalmente, no soy taurino, ni nunca lo fuí; pero debo reconocer que los argumentos del señor Ortiz están bien fundamentados.

    Un saludo.

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  8. Hola.

    Comparto con Jesús Mosterín que hay que abolir la tauromaquia y los correbous, pero sus argumentos son especistas, pues defiende la explotación de los animales no-humanos en granjas, investigación, etc. El especismo es una discriminación moral arbitraria y, por lo tanto, injusta.

    Argumeto: "Es éticamente correcto esclavizar y asesinar a los animales porque no son humanos"

    Saludos.

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  9. También en EL POLEMISTA:
    El arte de vivir ecológico de Wilhem Schmid, de la conciencia planetaria a la ecología inteligente:
    http://elpolemista.blogspot.com/2012/03/el-arte-de-vivir-ecologico-de-wilhem.html

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  10. Me gustan los toros, y debo ser de la minoría de nacionalistas catalanes que les gustan. Pero no nos engañemis, la lidia es una gran cabronada para el toro. Mi consuelo moral es que de los animales que nos comemos, el toro de lidia es el que tiene una vida y una muerte más dignas... incluso con posibilidad de indulto. Si disfruto con fruición de un filete de carne siendo consciente de la mísera vida y muerte del ternero ¿por qué me esdandalizaré con la tauromaquia? Luego, con todos mis respetos, sospecho de los antitaurinos no vegetarianos. En otro orden de cosas, no veo ninguna grandeza moral en la decisión del Parlament de Cataluña. Simplemente fue la pataleta por la sentencia del TC sobre el Estatut. Los toros olían a españolismo, se prohiben. Los correbous son nacionalistas, se permiten. Juan Ramón Masip. Tarragona.

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