Entre tanto ruido y tantos intereses creados hay que empezar a desmontar mitos solo viables para minorías “muy minoritarias”, y el futuro de la alimentación una vez terminada la Globalización va mucho más allá de políticas concretas que se van a ir superando parches que se puedan poner. Políticas hoy puestas en duda, como en la Unión Europea la Política Agrícola Común (PAC) -en EEUU el funcionamiento del Sistema de Crédito Agrícola- chocan con realidades como los cambios tecnológicos y usos basados en la disponibilidad financiera fácil y barata que ha dominado hasta ahora la producción pasan a ser una nostalgia del pasado. Los costes del endeudamiento aumentarán y sectores tan sensibles como el agrícola y el ganadero lo van a sufrir. Así prácticas minoritarias que se defienden como alternativas de futuro no lo son. Hoy me refiero a una de ellas.
La
mal llamada -si por beneficiosa para el medio es- agricultura ecológica frente a la agricultura industrial (la tradicional
ya asumida en producto, la común y abrumadoramente mayoritaria en consumo, se
suele confundir “tradicional” con “rudimentaria”) está de moda y a día de hoy
ni se plantean principios tan obvios y básicos como el rendimiento de la
tierra, pero vamos directos a la vuelta a un mundo al respecto como el que
dejamos atrás hace décadas y hay realidades que asumiremos de una forma u otra:
no volveremos a tener la variedad y el despilfarro que gozamos hoy y chocaremos
con la inadaptación a mundo para que el que hace mucho que dejamos de estar
preparados.
Pero
empecemos por los que hoy llamamos “productos ecológicos”, un eufemismo
porque no lo son en términos reales más allá de la buena voluntad.
Sus
insumos (mano de obra, tierra, maquinaria…) suben de precio y con la
falta de crédito serán más escasos. Ello se suma a la semilla especializada
de estos productos, no solo requiere más agua y cuidado, es que además
sus costes de transporte, almacenaje… y sobre todo productos químicos
(pesticidas, herbicidas…) van también a subir en coste y disponibilidad.
Si
algo se había logrado con los productos sintéticos (frente a los orgánicos) ahora
tan denostados es que requieren una cuarta parte menos de tratamiento, ello se
traduce en mano de obra y sobre todo: combustible (se suponía que iban a ser
más ecológicos).
Todo
ese aumento en la actividad se traduce en mayor erosión, desgaste,
contaminación y de nuevo insumos, (afortunadamente ni nos planteamos un
mundo vegetariano donde estos no pudieran ser de origen animal, entonces el daño
ecológico si se mantiene la producción para alimentar a poblaciones reales sería
inasumible) vuelve a tener un coste económico, medioambiental, humano… y claro,
mucha mayor huella de carbono.
En
suma, si se busca alimentarse en sintonía con el medio ambiente, estos “lujos
de la abundancia” tendrán que seguir siendo exclusivos e irreales para la
sociedad en su conjunto.
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La muy recomendable producción casera no entra en ninguna categoría anterior :)
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