Vivimos en los últimos tiempos una verdadera reacción Conservadora contra lo que consideran una censura que de no acatarse pone en riesgo el estatus social, sufrir señalamiento, primero, y marginación después. No es una censura como la que hacían Estados o ideologías totalitarias donde el entre censor estaba identificado, esta la realiza el propio individuo, primero en la autocensura y así alcanzando la propia visión de la realidad. Lo han tratado diversos autores, en buena parte de las ocasiones desde postulados de extrema derecha, pero no siempre, es frecuente en personas que simplemente se expresan desde lo que ellos entienden como naturalidad. Un libro destacable en España al respecto – aunque en España no se ha tratado bien por las circunstancias histórico-políticas- puede ser Cultura de la cancelación (Ed. Ciudadela) de Fernando Bonete. Para él la cancelación no es tanto una ideología como una “supraideología” con tres grandes corrientes: el antirracismo, el feminismo funcional y el “generismo” queer. Todo ello en un contexto sociedad de la información que mediatiza y registra todo lo que hacemos. Desde una posición que probablemente lo delata, Bonete por materializa: la cancelación logra datos y estos son beneficio. El fin último de los mecanismos de cancelación es el lucro. Así todo termina en la posverdad y la falsedad de la realidad. Resulta bastante fácil la visión de Bonete.
En este mundo de los libertadores de lo “incorrecto” hay
de todo pelaje. Por ejemplo destacados personajes sensibles como Stallone, Mel
Gibson y Clint Eastwood: “El contenido políticamente correcto y LGBTQ es una
basura que no tiene nada que ver con el género de acción y que solo busca
complacer a una minoría ruidosa y ofender a la mayoría silenciosa” se decía
abiertamente en su nombre. Los héroes masculinos no estarían bien vistos.
Obviamente en la política personajes como Donald Trump o
más explícitamente si cabe como Ron de Santis lo tienen claro: eliminar todo lo
“políticamente correcto” y “presentar una batalla cultural en Florida”. Es muy
clarificado por el fondo su explicación: “Hay que eliminar el adoctrinamiento
de nuestras instituciones. Vamos a tratar a las personas como individuos. No
los vamos a tratar como miembros de un grupo. Queremos elevar el mérito y los
logros sobre la pertenencia a ciertos grupos”.
Sería fácil seguir pero creo que ha quedado claro el qué
y el cómo de la cuestión.
La Reacción se ha tomado este asunto en serio, hasta el
punto que pueden ganar la batalla a medio plazo. Permítanme la licencia del
lenguaje, pero podemos volver a los chistes sobre “maricas, tontos del pueblo, gordas,
feas, putas, gitanos, negros…” donde la noción de individuo o colectivo queda a
expensas del que ofende y cree estar en su derecho de hacerlo. El perdedor
siempre es la minoría, el débil, el diferente… Hemos llegado a ver en España y
otros países a personajes que por su vocación negacionista y su resentimiento
ante su fracaso personal unido a su necesidad de agradar a cierta Derecha han
denunciado que “antes había más libertad que ahora”. Curiosamente personas que
se han auto reprimido o que hoy no dejan de ser individuos espectáculo del agrado
de quienes necesitan mostrar al diferente como ejemplo de su tolerancia.
Quizá todo sea cuestión de no confundir el respeto y la
convivencia con la libertad, como también de no perseguir a todo aquello que
pueda pensar alternativamente fuera de lo convencional.
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