No creo que sea completamente inútil para contribuir a la solución de los problemas políticos distanciarse de ellos algunos momentos, situándolos en una perspectiva histórica. En esta virtual lejanía parecen los hechos esclarecerse por sí mismos y adoptar espontáneamente la postura en que mejor se revela su profunda realidad.
JOSÉ ORTEGA Y GASSET

viernes, 14 de septiembre de 2012

El nacionalismo ¡vaya timo! de Roberto Augusto, y la trampa nacionalista.

No puede ser más oportuno este El nacionalismo ¡vaya timo! (Ed. Laetoli) vista la fuerza que parece poder adoptar el particularismo nacionalista al calor de la crisis económica y de la manipulación que políticos ineficaces e inmorales hacen de los sentimientos identitarios para tapar sus responsabilidades en su desastrosa acción gestora.
El título del libro sorprenderá al lector que no conozca la colección ¡vaya timo! de la editorial Laetoli, todo un canto al pensamiento crítico y desde luego un permanente azote a toda superstición que documenta desde el creacionismo, la parapsicología, los productos naturales (tratado en El Polemista http://elpolemista.blogspot.com.es/2011/06/comer-animales-de-j-safran-los.html), la religión… entre otros temas con autores de la talla de Gonzalo Puente Ojea o Mario Bunge.
Pues bien, en este caso Roberto Augusto plantea una disección crítica del nacionalismo como ideología, y comienza analizando el concepto de nación y la sustancialización que el nacionalista hace de ella: “La nación se convierte en una entidad autónoma, una realidad ajena a la de los ciudadanos que la integran. Posee una duración temporal que le permite estar por encima de cualquier cambio. Las generaciones pasan, pero la nación puede perdurar siempre porque hunde sus raíces en un pasado remoto y tiene ante sí un futuro ilimitado. Está dotada, además, de una personalidad propia, síntesis de la presuntas cualidades, casi siempre positivas, del pueblo que pretende representar.” De esta forma la nación se sacraliza y el nacionalista se convierte en una especie de guardián de su esencia frente a las agresiones exteriores. Si en el cóctel introducimos elementos como la etnia o la raza el resultado es explosivo como desgraciadamente demuestran múltiples ejemplos.
Posteriormente el autor centra su análisis de la idea de nación en los textos que considera referente de los elementos irracionales y megalómanos que inspiran a muchos nacionalismos. Se trata de Los discursos a la nación alemana de Fichte, toda una arenga que el que fuera uno de los padres del idealismo alemán lanzara a los deprimidos alemanes bajo la ocupación napoleónica en 1807. En ellos el filósofo venía a plantear que los alemanes eran diferentes al resto de los pueblos germánicos por conservar su lengua originaria (“lengua viva”) mientras que los demás la perdieron en sus migraciones aceptando otras lenguas (pueblos de “lengua muerta”), de forma que los alemanes serían los únicos comparables a los griegos de la Antigüedad también poseedores de su “lengua viva”. En definitiva, la supremacía de la lengua como elemento vertebrador e identitario de la nación. El segundo texto en el que Roberto Augusto profundiza es ¿Qué es una nación? (1882) de Ernest Renan. En él, el historiador y filósofo francés rechaza elementos como la raza, la lengua o la religión para formar tal identidad pero no la historia, el legado común de los pueblos. La combinación de voluntad e historia nos da la nación. Lo que la sustenta es el deseo de seguir juntos basado en un pasado común.
Augusto pasa a la relación entre nacionalismo, cultura y lengua, haciendo especial hincapié en el caso del nacionalismo catalán. El nacionalismo suele presentarse como defensor de la diversidad cultural  aunque cuando las “perniciosas” influencias exteriores ponen en peligro su visión de la identidad cultural actúan con intolerancia:
“La contradicción en que incurre el nacionalismo radica en afirmar que debe respetarse la pluralidad cultural, pero niega ese derecho dentro de su nación a quienes poseen una cultura distinta de la considerada como propia por parte de esos nacionalistas.(…)Muchos nacionalismos esconden un proyecto de hegemonía cultural nacional; hablan en favor de la pluralidad, pero persiguen realmente la homogeneidad.”
También al ser una ideología de marcado carácter territorial la geografía es una herramienta fundamental para los nacionalistas como lo es la historia, donde se crean naciones donde nunca las hubo o se mitifican hechos con el fin de dotarse de ella.
Respecto al ejemplo identitario catalán: “Se identifica a una nación, Cataluña, con una lengua, el catalán. Ambas cosas no pueden entenderse la una sin la otra, la dimensión comunicativa queda relegada a un segundo plano frente a la identitaria-simbólica. (…)De esta forma, el castellano, hablado habitualmente por la mitad de la población y cuyo conocimiento se extiende a la totalidad de los habitantes de esta comunidad autónoma, sería un elemento ajeno a esta identidad.” El autor pone el énfasis en este asunto porque sostiene que el elemento que singulariza el sentimiento identitario del nacionalismo catalán es la lengua por encima  de su visión de la historia, el deseo de autogobierno o el derecho civil. No obstante Augusto sostiene que dado que las razones para llevar a cabo una política de inmersión lingüística en catalán en la enseñanza son tan poderosas como las contrarias, debe ser la decisión libre y democrática de los ciudadanos a través de sus instituciones las que decidan al respecto.
“Una de las críticas que pueden  hacerse al Estado no nacionalista es su incapacidad para satisfacer la necesidad de una identificación emotiva con el Estado-nación del que formamos parte.”  Responde el autor: “la política central de ese Estado no es la cuestión identitaria, sino que ésta ocupa una posición secundaria, periférica, frente a la gestión de la convivencia y la búsqueda del bienestar del conjunto de la ciudadanía.” Yo no lo hubiera podido explicar mejor.
En este El nacionalismo ¡vaya timo! se plantea el derecho de autodeterminación de los pueblos como una cuestión pragmática que ofrece serias dificultades ideológicas, pero sí incide en una cuestión primordial: Ningún nacionalismo acepta el mismo derecho de autodeterminación que reivindican en el interior de su “nación”. Y desde luego una matización esencial como es que los derechos de secesión en los Estados democráticos se engloban en marcos legales que han de ser respetados por el mero hecho de que la separación de un territorio afecta al conjunto y no solo a la parte.
“Así es la retórica nacionalista: héroes y villanos, ofensores y ofendidos, luchas memorables y derrotas gloriosas. Un discurso donde el nacionalista ocupa siempre el mismo lugar: el del héroe, el del ofendido, el del mártir. Y donde el enemigo, real o imaginario –qué mas da- es siempre el culpable de los males que sufre la gloriosa nación que dicen representar.” Es curioso, esta frase para el caso de los nacionalismos que conviven en España la hubiera considerado una caricatura, hoy me tengo que rendir a ella. Y cierto, mientras el nacionalista se presente como víctima, sus acciones estarán justificadas, para ellos los agravios del pasado lejos de explicar posiciones justifican excesos.
Más discutible por cuanto podría ser aplicado a cualquier ideología, el autor sostiene una analogía arriesgada entre religión y nacionalismo: “El nacionalista también encuentra en la nación una forma de enfrentarse a la muerte, ya que le permite formar parte de un proyecto colectivo que trasciende nuestra existencia individual y pretende extenderse indefinidamente en el tiempo.” Augusto lo resuelve aventurando un irremediable debilitamiento mortal de una ideología tan reciente en la historia frente a un hecho religioso que siempre ha acompañado a la humanidad. En este sentido la globalización será clave porque rompe el modelo de compartimentos estancos nacionales aunque también provocará la radicalización como reacción defensiva. De ahí que el texto pronostica un debilitamiento del nacionalismo moderado incapaz de frenar esa tendencia en favor del nacionalismo radical. Los hechos desde luego apuntan en esa dirección.
La parte final del libro está dedicada al nacionalismo español, y sorprendentemente otorgando una importancia incomprensible a un autor menor en el asunto como es Gustavo Bueno. Por cierto, otro filósofo español y mediático que comparte con el citado riojano la “enfermedad crónica de la necesidad de protagonismo” también ha comentado este aspecto con sorpresa. Y es que en efecto, la indiscutible aportación en otras cuestiones de un provocador como Gustavo Bueno no justifica tanta importancia. A parte, Roberto Augusto se pierde en una visión completamente impersonal sobre el concepto de nación para así llevar el debate Estado o Nación a un nivel tan reduccionista que presenta una difícil solución. Tal grado de empirismo puede estar muy en la línea de la colección ¡Vaya timo! de la editorial Laetoli en la que se engloba, pero presenta dificultades a la hora de situarla en contextos humanos siempre vinculados a elementos subjetivos.
En fin, para el autor el nacionalismo español es evidente en determinados comportamientos que aunque no declaren abiertamente su naturaleza la padecen, aunque, insisto, echo de menos una insistencia mayor en el tema. Aun así el autor no ignora que en él se esconden características como la negación de su existencia, la negación de las autonomías y las lenguas españolas distintas al castellano, el centralismo, o la denuncia del sistema electoral que permite el “chantaje” nacionalista.
Pero sí comparto la vía a seguir para combatir al nacionalismo:
“Los ciudadanos son quienes deben decidir libremente si apoyan o no a los grupos nacionalistas, y quienes pensamos que existen mejores alternativas a esas ideas debemos intentar convencer a la sociedad, a través de los medios de los que dispongamos a nuestro alcance, de la veracidad y pertinencia de nuestras ideas.”
La conclusión de Roberto Augusto no puede ser más optimista para los que pensamos como él que estamos ante una ideología dañina y en contraposición con los valores democráticos que entendemos como irrenunciables:
“El nacionalismo se muere porque el mundo que lo hizo posible se está muriendo. En el contexto social que posibilita su nacimiento y desarrollo, las “naciones” son compartimentos estancos que viven encerrados en sí mismos, con pocas relaciones exteriores; solo hay tratos políticos de alto nivel o intercambios económicos, sin que se produzca un verdadero contacto ni conocimiento entre los habitantes de esas “naciones”. Los nacionalistas persiguen y defienden la homogeneidad de su nación. Pero la característica definitoria de las sociedades actuales es la heterogeneidad…”
Un apéndice sobre los tópicos falsos del nacionalismo, el apartado de notas y una insuficiente bibliografía cierran un libro que merece la pena ser leído a pesar de que cae a menudo en el simplismo, probablemente porque un texto de esta naturaleza no es nada fácil sacarlo del libro científico o del ensayo de opinión para colocarlo en el plano didáctico. El objetivo está cumplido, supone un acercamiento a una ideología que aúna lo pernicioso con la auto negación haciéndose si cabe más peligrosa.

Cuando escribo estas líneas han pasado pocos días de la multitudinaria exhibición del nacionalismo catalán (¿independentista?) en su Diada y faltan semanas para la celebración de las elecciones vascas donde volveremos a vislumbrar la pujanza del nacionalismo periférico (término que rechaza Roberto Augusto) en España.
Desde mi punto de vista el caso catalán es concluyente respecto a un modo de operar del nacionalismo: Se crea un concepto del “otro” a través del “nosotros-ellos”, se identifica a ese “otro” (español) como parásito, vago, ladrón, se crean conceptos como “expolio o robo” y una vez sedimentada la política sobre estas bases, y se ha logrado a través de las políticas identitarias que una parte de los catalanes las hagan suyas, no hay más que promover la acción política a través de la consigna. Ningún dato o argumento que no provenga de “los nuestros” es creíble porque el “otro” siempre miente, y así es fácil que políticos inmorales saquen partido de la situación.
Aun así, es innegable que un nacionalismo español asfixiante y de una enorme agresividad ha mantenido vigente la política de negación y acoso a toda particularidad (a veces también particularismo en términos orteguianos).
Los nacionalismos son así, la difusión cultural y democrática la única forma de combatirlos.
 

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3 comentarios:

  1. TAMBIÉN EN EL POLEMISTA:

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    http://elpolemista.blogspot.com.es/2013/11/anatomia-de-un-desencuentro-o-anatomia.html

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  2. También en El Polemista:
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  3. También en El Polemista ante el 1-O
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    http://elpolemista.blogspot.com.es/2017/09/espana-contra-cataluna-la-falacia-del.html

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