La esclavitud ocupa un lugar importante. Siendo como es una consecuencia de la guerra en alguna de sus formas, el perdedor “entrega su vida”, la deuda entendida como absoluta e infinita. Al aparecer el mercado de esclavos la deuda deja de ser absoluta y se convierte en cuantificable, de hecho el autor sostiene que fue exactamente esta operación la que hizo posible el surgimiento de la forma contemporánea del dinero.
Por tanto es la deuda lo que nos hace posible imaginar al dinero en su sentido contemporáneo, y por tanto lo que ahora llamamos mercado, un lugar donde todo está en venta porque todos los objetos son (como los esclavos) separados de sus antiguas relaciones sociales y existen solo en relación al dinero.
Una conclusión arriesgada de David Graeber:
“La esclavitud formal se ha eliminado, pero (como puede corroborar cualquiera que trabaje de ocho a cinco) la idea de que uno puede alienar su libertad, al menos temporalmente persiste. En realidad es la que determina qué debemos hacer la mayoría de nosotros en nuestras horas de vigilia, excepto, en gran medida, apartada de la vista. Pero esto se debe, sobre todo, a que somos incapaces de imaginar como sería un mundo basado en arreglos sociales que no requieran la constante amenaza de tásers y cámaras de videovigilancia.”
El autor a partir de ahora pasa a discernir los “grandes ritmos” que definen el actual momento histórico. Comienza por los primeros imperios agrícolas (3500 a.C) donde ya existían mercados, continúa por la etapa de las primeras acuñaciones de moneda (Era Axial, 800 .a.C) coincidiendo con el nacimiento de las mayores religiones del mundo en la China, India y Medio Oriente, donde usando el término de Geoffrey Ingham lo define como “complejo militar-acuñador” y le añade “esclavista”. Y si esta etapa será la de la aparición de los ideales complementarios de los mercados y las religiones, la Edad Media fue el periodo en el que ambas instituciones comienzan a fusionarse:
“Si la Era Axial fue la era del materialismo, la Edad Media fue ante todo, la era de la trascendencia. El derrumbe de los antiguos imperios no llevó, en su mayor parte, al surgimiento de otros nuevos. En lugar de ello, movimientos religiosos otrora subversivos acabaron catapultados a la posición de instituciones dominantes. La esclavitud entró en declive o desapareció, al igual que el nivel general de violencia. Conforme el comercio volvió a despegar, también lo hizo el ritmo de innovaciones tecnológicas; la paz más duradera trajo mayores posibilidades no tan solo para el movimiento de especias y sedas, sino también de gentes e ideas.”
Durante la mayor parte del periodo medieval la moneda se desvinculó considerablemente de las instituciones coercitivas y florecieron instituciones que requerían de un mayor grado de confianza social.
En la Era de los Imperios Europeos (1500-1971) el mundo experimentó una reversión de la esclavización masiva, el saqueo y las guerras de destrucción junto al consiguiente y rápido regreso del oro y plata como la forma principal de dinero. Graeber destaca del periodo la disolución entre el dinero y las instituciones religiosas, y su posterior vinculación con instituciones coactivas (en especial el Estado), fue aquí acompañado de una reversión ideológica al “metalismo”. El crédito pasa así a ser una prioridad para todo gobierno y una forma de financiar el déficit, forma de crédito inventada para financiar las expansiones y sus guerras. Evidentemente, también es el momento del surgimiento del capitalismo, revolución industrial, democracia representativa… ¡y otra vez el autor retorciendo nuestras creencias más indiscutibles!, lo que consideramos libertad económica ha estado fundamentada en una lógica como la mismísima esencia de la esclavitud:
“… el nacimiento del nuevo capitalismo no es sino un gigantesco aparato financiero de crédito y deuda que opera, en la práctica, para extraer más y más trabajo de todo aquel que entra en contacto con él, y en consecuencia produce un crecimiento en la cantidad de bienes materiales. No lo hace solo desde la obligación moral, sino, sobre todo, empleando la obligación moral para movilizar pura fuerza física. En todo momento, reaparece la conocida, pero típicamente europea, asociación de guerra y comercio, a menudo en formas sorprendentemente nuevas.” Por estas formas Graeber se refiere a las Bolsas, deudas nacionales (dinero-deuda era dinero-guerra) y otras corporaciones privadas.
Y la última etapa, la actual, que comienza en 1971 cuando Richard Nixon anuncia el fin de la convertibilidad del dólar al oro acabando de manera definitiva con el patrón oro internacional y creando así los regímenes de libre flotación de la actualidad. Es la era del dinero virtual donde rara vez interviene el papel moneda en las grandes operaciones y las economías nacionales se mueven a través del crédito. La especulación y los instrumentos financieros se han convertido en una entidad en si misma sin ningún vínculo inmediato con la producción o el comercio.
Y una reflexión sobre el entristecido hombre de hoy y su carga como individuo en las sociedades de hoy:
“Todas estas tragedias morales parten de la noción de que la deuda personal está causada, en último término, por excesos, que se trata de un pecado contra los seres queridos, y, que, por tanto, la redención es cuestión de purgar y de restaurar una ascética abnegación (…); es, en definitiva, la propia vida social la que se ve como un abuso, como un crimen, como algo demoniaco.”
En fin, habrá notado el lector que la visión antagónica con
la concepción mayoritaria de la Economía se mezcla con una interpretación
igualmente alternativa de la Historia. ¡Y desde la antropología!, ¡Les aseguro
que se agradece! Este es un libro lleno de erudición (he evitado centrarme en
las cuestiones más propias del debate filosófico) que desde luego supera muy de
largo la práctica totalidad de la literatura indignada y que no debe faltar en ninguna biblioteca que pretenda
abarcar el pensamiento de nuestro tiempo aunque, como es mi caso, se observe
desde posiciones mucho más conservadoras. Se agradece la magnífica edición de
Ariel.
Y como dije en su día en la entrada que El Polemista dedicó
a un libro que navega en una línea muy similar (aunque de tono completamente
diferente), Posteconomía de Antonio
Baños (http://elpolemista.blogspot.com.es/2012/05/posteconomia-de-antonio-banos.html),
nada
más saludable y refrescante que enfrentarse a una enmienda a la totalidad de
las propias ideas.
Siempre es una gran noticia la
aparición de nuevas editoriales, -máxime cuando el sector está viviendo unas
dificultades tan abrumadoras-, pero si además lo hace con un catálogo editorial
tan estimulante mucho mejor. Se trata de El
Hombre del Tres, y entre los autores con los que ha abierto fuego figuran
apuestas tan estimulantes como Michael
Ignatieff, Robert Kaplan, Peter Diamond… y recuperaciones tan de agradecer como
este Keynes, su tiempo y el nuestro
de Luis Ángel Rojo, y que, aunque editado originariamente en 1984, hoy resulta
de una enorme vigencia.
Luis Ángel Rojo, el que fuera
Gobernador del Banco de España entre los años 1992 y 2000 (en el prólogo de
esta edición Julio Segura reivindica la magnitud del autor muy por encima de
esta experiencia), admite sin ambages una formación económica de “firme ortodoxia
keynesiana” aunque evita caer en la hagiografía o en la descalificación de John
Maynard Keynes.Trataré de hacer un esbozo general, muchos de los aspectos del libro superan los objetivos técnicos de El Polemista aunque todos los públicos encontrarán en él motivos de acercamiento a la figura del personaje.
“Keynes aspiraba a una combinación razonable de eficacia económica, libertades individuales y justicia social y pensaba que la descentralización de las decisiones y la iniciativa privada garantizaban una asignación eficaz de los recursos empleados y constituían una salvaguardia de la libertad personal y la variedad de la vida.”
El Keynes que aquí aparece está muy alejado del socialismo pero no encuentra justificación alguna para las desigualdades de su tiempo. Influido por los institucionalistas americanos creía que el capitalismo había entrado en una fase de tensiones conflictivas entre grupos que utilizaban poderes negociadores desiguales en defensa de sus intereses.
No puedo pasar por alto la conferencia que el economista daba en Madrid en junio de 1930 donde pedía a sus oyentes que no sobrestimaran los problemas económicos poniéndolos por encima de las artes de la vida. ¿Se imaginan la cara que pondrían hoy “los sacerdotes de la austeridad”?
Desde la publicación en 1919 de Las consecuencias económicas de la paz y su valiente crítica a las obligaciones salvajes que se le imponían a Alemania siguieron preocupándole durante los años veinte las consecuencias de las obligaciones de la I Guerra Mundial, pero la Crisis del final de la década y las restricciones del patrón oro al que él consideraba un elemento pernicioso no fueron una momento propicio para las políticas expansivas que deseaba.
Sería ya en los treinta cuando Keynes supera su periodo anterior de la publicación de Treatise y aparece General Theory (1936), donde como en The Economic Consecuences of Mr. Churchill advierte de algo tan necesario recordar hoy: “… en la mayoría de los casos, el paro tendrá un componente involuntario, que su origen no estará en el mercado de trabajo, sino en la insuficiencia de la demanda efectiva en el mercado de bienes y que es, por tanto, en la demanda de este mercado donde hay que encontrar el remedio.” Sin duda toda una herejía para nuestros días.
En The Means to Prosperity Keynes advierte: “Incluso si se ha conseguido llegar al descenso de los tipos de interés a largo plazo, es improbable que la iniciativa privada emprenda por si sola nuevos gastos financiados con préstamos a una escala suficiente. Las empresas no buscan la expansión hasta después de que han comenzado a recuperarse en sus beneficios. No hará falta más capital circulante hasta después de que comience a aumentar la producción…Así que el primer paso habrá de darse por iniciativa de las autoridades públicas; y es probable que hayan de hacerlo a gran escala y organizarlo con determinación si ha de ser suficiente para romper el círculo vicioso y detener el deterioro progresivo cuando una empresa tras otra arrojan la esponja y dejan de producir con pérdidas con la esperanza aparentemente vana de que la perseverancia se verá recompensada.” Como vemos, Keynes era muy escéptico respecto a los mecanismos de mercado y su efectividad a la hora de combatir la inestabilidad de la economía procedente del sector privado y creía en la política monetaria y la política fiscal para su estabilización, aunque la elección entre ambas dependería de la situación concreta. También mantuvo más que dudas sobre la posibilidad de una cooperación internacional efectiva para la lucha contra la Crisis, motivo por el cual defendió políticas nacionales con elementos proteccionistas. Y fue en esta etapa en la que el economista pasó a tener una enorme influencia en las políticas económicas de Gran Bretaña y Estados Unidos. El periodo de la II Guerra Mundial y sobre todo el inmediatamente posterior los vivió con una enorme intensidad y quizá frustración por no superar las posiciones norteamericanas en las negociaciones postbélicas angloamericanas sobre los sistemas de recuperación económica hasta su muerte en 1946.
La parte final de Keynes, su tiempo y el nuestro está dedicada a la valoración ecuánime y en ningún caso definitiva del autor a la obra del protagonista.
Este libro de Luis Ángel Rojo como decía al principio es de una sorprendente actualidad, pero hay párrafos que hoy probablemente serían diferentes. Es una lástima que la reciente desaparición de su autor no nos permita saber que opinaría hoy que el keynesianismo ha pasado a la prisión de la incorrección en favor de políticas destinadas a toda negación del papel del Estado en el ciclo económico, salvo para potenciar la iniciativa de las grandes instituciones financieras, que si bien controlan hoy la práctica totalidad de la actividad económica también son el punto de partida de la situación que hoy vivimos. Lo que sí que tengo claro es que John Maynard Keynes se llevaría las manos a la cabeza ya no tanto por las políticas económicas dominantes, que desde luego, sino por el grado de arrogancia y autoritarismo que sus enemigos exhiben hoy.
La edición aunque austera no escatima el necesario índice onomástico en estos casos y repito, en los tiempos que corren para la edición es una suerte contar con una nueva editorial como El Hombre del Tres.
En fin, dos libros muy
diferentes que no pueden pasar de largo para el lector interesado en la
realidad económica que vivimos. Y sobre todo, sano, muy sano bucear en otras
formas de entender las políticas económicas.
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