Cuando comenzó hace un año la invasión de Ucrania que ha
derivado en guerra asistíamos a un conflicto llamado a ser apertura del siglo
XXI respecto a lo bélico. Aprendimos conceptos como el de “guerra mosaico” en
el que primaba la calidad de la boca de fuego, su capacidad de transporte y
agilidad por encima de lo cuantitativo. Así, era vital la localización del
enemigo y en estas circunstancias la vía satélite a gran escala y a menor los
drones y radares pasaban a ser determinantes. Ha pasado un año y esa fase del
conflicto solo duró unos meses, inmediatamente hemos asistido a una guerra
industrial que asombraba a aquellos que gratuitamente afirmaban que esta sería
la última guerra convencional de la historia. Fueron todas las potencias del
mundo las que no dudaron en prever que la propaganda electrónica y el engaño
con ciberataques resultaría determinante, rápido y fulminante. Y sin embargo un
año después nos encontramos con una guerra de trincheras mucho más parecida a
la I y II Guerras Mundiales que a la ciberguerra. Incluso tenemos datos para
aseverar que los avances nimios rusos se realizan más a través de comandos suicidas
de mercenarios de Wagner que por el ejército regular ruso que ha evidenciado
que se puede perder una guerra en tiempo récord por error de cálculo y absoluta
incapacidad logística, estratégica, ni tan siquiera informativa.
Faltan unos días para el aniversario ya ya podemos hablar
sin riesgo a error de la estrepitosa derrota de Vladimir Putin, pase lo que
pase hoy Rusia es un paria internacional, su poder militar es ya irrisorio en términos
reales si se compara con el de la super potencia que se suponía, su peso en la Sociedad
Internacional pierde toda relevancia no habiendo sido apoyado por las potencias
que le eran imprescindibles por su peso, China o India, la neutralidad de emergentes
como Brasil o Sudáfrica (a su vez devaluadas), y poco entusiasmo de aliados
como Irán que han visto como su posición pierde gravemente como consecuencia de
la nueva realidad incluida su influencia sobre países del “patio trasero” de
Rusia ahora que se separan del poder ruso. Especialmente grave el caso de Azerbaiyán
hoy mucho más cerca de Israel que de los Ayatolas. Volviendo al caso indio y chino
la relación se hace dramática para un Putin que ve como se reduce a ser
suministrador de combustible barato y comprador de medios tecnológicos, ya ni
tan siquiera suministrador de armamento.
Hay una cuestión en la que el autócrata ruso sí mantiene
un poder soterrado que sin duda es una baza que intentará aprovechar y que supone
un riesgo real de expansión del conflicto: su capacidad para crear
inestabilidad en sus países vecinos a través de problemáticas de minorías o más
grave, el anuncio de Moldavia de intento de Golpe de Estado provocado por los
rusos podría generar una subida en la tensión en la región de gran envergadura
si Rusia tuviera la tentación de extender su poder militar a dicho país.
Y bien, llegamos al 24 de febrero y Vladimir Putin tiene
que presentar algo ante el pueblo ruso (ya no es ciudadanía, no queda nada en
Rusia de realidad democrática). Y más allá de un bombardeo masivo y una
exhibición del poco fuego que le queda podría movilizar a los 300.000
reservistas que esperan órdenes, probablemente una vez ya imposible la invasión
o control total de Ucrania priorizando el corte de suministros de armamento del
oeste y sur de Ucrania al Este (Donetsk y Lugansk) en conflicto. Ello
necesariamente tendría que hacerse en una operación transversal de Bielorrusia hasta
Moldavia, solo con ello y la consiguiente debilidad ucraniana podría sentarse
en una mesa de negociación con mayores opciones. Poco más puede hacer, pero
obviamente si una operación de esa envergadura fracasa la guerra habrá
terminado para Rusia salvo que se conforme con un conflicto enquistado y sin
final en un Ucrania ya completamente desrusificada, absolutamente consciente de
su identidad y con enemigo exterior, el ruso, que dé sentido y relato a la
creación del Estado-Nación: la total y absoluta derrota de Vladimir Putin que
abre un periodo de muy difícil predicción en Rusia, quizá a peor, no olvidemos
que para la población de aquel país Vladimir Putin significa la resurrección y
venganza de lo que consideran dos décadas de decadencia y humillación. Ese
sentimiento no solo no tiene por qué remitir, puede perfectamente ir a más.
También puede ser que el criminal ruso continúe, pero ello implica una lógica
de poder realmente de complicada puesta en práctica y mantenimiento. En esas
también veremos en qué quedan los difíciles equilibrios entre jerarcas,
mercenarios y otros “señores de la guerra” con el poder del Estado.
Y no lo olvidemos, la apertura de un periodo nuevo en el
que Occidente tiene que asumir un nuevo orden militar que le obliga a dotarse
de más y mejor material, sobre todo de su cadena de fabricación, logística y
transporte del mismo, y de una modernización de la Guerra que de momento ha
resultado pura ciencia ficción. Y ello conlleva inversión y gasto de complicada
explicación a opiniones públicas no acostumbradas ni mentalizadas para ello.
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