Cada generación estudia el fenómeno de los populismos desde
una perspectiva histórica y espacial diferente aunque hay rasgos comunes dónde
todos sus estudiosos ponen el acento, pero sigue siendo determinante el cuándo
y el dónde; y es que a alguno nos cuesta reseñar sobre populismo y no citar a
José Álvarez Junco: bueno sí, por qué no, todavía no se ha superado a nivel
nacional su El Emperador del Paralelo,
el Lerroux capaz de mutar del izquierdismo incendiario en 1909 al
republicanismo de orden de 1934, pero hay más respecto al populismo en general:
“… desde la ida al
pueblo de la intelectualidad rusa hasta la dictadura social de Perón, pasando por el nacionalismo de Gandhi o
Nasser o los vagos llamamientos al hombre
de la calle que prodigan los políticos de las más diversas orientaciones
(…) Carecen, en general, de organización estable, de base social homogénea, de
ideario o visión del mundo claramente formulados, de programa o propuestas de
reforma bien articuladas… Por el contrario, predominan en ellos discursos o
consignas vagos y apasionados y en lugar de vínculos formales con instituciones
lo que tienen sus seguidores es intensos lazos emocionales con un dirigente
carismático.” La obra de Álvarez Junco al respecto del populismo es inapelable
y no quería dejar de citarla porque los estudios sobre el tema no son en
absoluto nuevos, los ha habido siempre, volviendo a él, anti-elitismo, anti-intelectualismo
y anti-tecnicismo: “Más que un rasgo modernizador, este elemento clave parece
un rasgo del mesianismo religioso o del paternalismo monárquico del Antiguo
Régimen”. No se lo pierdan, El País
2014(http://elpais.com/elpais/2014/11/04/opinion/1415132749_364183.html).
De los dos libros que voy a tratar comenzaré por el más
provocador, Populismo una defensa de lo
indefendible de Chantal Delsol (Ed. Ariel), la directora del Instituto
Hannah Arendt y toda una personalidad de las ciencias políticas francesas que
escribe un texto que parte de una premisa tan “indefendible” como que el
populismo actual es un fenómeno nuevo aunque apele a Aristóteles para
defenderlo (política como reino de la opinión, no de la verdad), o afirme sin
pudor “… salvo en algunos lugares privilegiados donde la defensa del arraigo ha
sido reconocida e integrada en el debate: no hay populismo en Gran Bretaña o en
España”; pero no se asusten, si la forma del libro es toda una provocación, “el
populismo sería, pues, el apodo con el cual las democracias pervertidas
disimularían virtuosamente su desprecio por el pluralismo” no lo es el fondo,
me temo que a populistas como Marine Le Pen, Pablo Iglesias o al ya dimitido
Nigel Farage les habrá encantado, otra cosa quizá hubiera sido si lo hubieran
entendido.
Un ejemplo: “Todo análisis de la demagogia, antepasada de
nuestro populismo, deja entrever la diferencia entre el principio de placer y
el principio de realidad, el primero ligado al instante, el segundo a largo
plazo. Lo propio del demagogo es complacer en el instante, pretendiendo que
todo es fácil y que se puede obtener cualquier cosa, y disimulando las dificultades
y los esfuerzos esenciales.” A través del concepto griego de ciudadanía y de la
demagogia como perversión de la democracia, Chantal Delsol sitúa lo que después
se convertirá en populismo en la división entre pueblo inculto y élite educada,
y es que sostiene que el paso de la demagogia antigua al populismo moderno se
afianza en el paso de la razón griega a la ideología en la época moderna; así,
en otra muy discutible afirmación, el populismo moderno aparece con la
democracia donde un jefe, mediante su complicidad con la masa, puede llevar a
cabo de alguna manera un secuestro del poder legal. El uso del concepto es
complejo, a veces la autora juega con él para afirmar sin necesidad de hacerlo
en una trampa intelectual al lector que hace la lectura muy dinámica y
divertida. Abusando una vez más de conceptos como los “defensores del pueblo”,
estos inicialmente en la etapa moderna serían de izquierdas y posteriormente de
derechas: la costumbre lingüística ha calificado a los primeros de populares y
a los segundos de populistas.
También es muy discutible la afirmación de que casi nadie
reclama para sí el populismo, este es un libro netamente europeo, lo cual es un
hándicap para el lector más global; igualmente plantea dudas la aplicación de
la neolengua a las élites frente a estos grupos que al no haber conceptualizado
sus convicciones no estarían dotadas de estas según sus críticos, solo de
emociones; volviendo al caso latino, desde el peronismo al mundo bolivariano o
por una secuela del mismo como Podemos español, hay todo un abuso del
metalenguaje político a la carta.
Chantal Delsol en este Populismos,
una defensa de lo indefendible, vuelve a prejuzgar al idiotes clásico como aquel que busca la verdad universal en la
esperanza y no en la teoría; en la modernidad, lo universal se ha transformado
en un sistema de dogmas, así que el idiotes
hoy, el populista, se caracteriza por las ideas precisas que transmite, y por
un desacuerdo concerniente al estatus de la particularidad y de lo universal.
A partir de la Ilustración el logos como verdad definitiva y absoluta del hombre se transforma en
la Verdad como emancipación frente a su contrario, el arraigo ligado a la tierra
natal y sus costumbres, al pasado como fuente de porvenir, el hombre vinculado
con un territorio y su cultura, ha conservado el ideal moral del héroe,
consagrado por el sacrificio y la grandeza, que conoce al prójimo al que ama y
detesta al otro. Su libertad está situada en el tiempo y el espacio social y
tiene tendencia a temer, su papel no es bonito, no beneficia al prestigio del
porvenir.
El populismo contemporáneo expresa una reacción contra el
desarrollo de conceptualizaciones universalistas desde la Ilustración; esta, no
inventó la emancipación, pero sí la ideología emancipadora, que no conoce ni
patria, ni clan, ni antropología; solo conoce a humanos autodefinidos, iguales
y dotados todos de los mismos derechos.
El idiotes, el
populista, es anti Ilustración como rebelión de lo real, solo lo particular es
real, los grandes relatos se apoyan en conceptos que no existen y cuanto más
universales menos aún.
“Hoy el populismo expresa en la mayor parte de los casos, de
forma errática y violenta, un conservadurismo que no consigue expresarse de
manera coherente en los lugares oficiales (…) El rechazo de la globalización,
naturalmente, contribuye a mantener el populismo, pero está lejos de
representar su fuente principal y, sin
embargo, es el único que la opinión común puede considerar confesable, puesto
que ataca al deshonrado capitalismo.”
La democracia no pretende reconocer al pueblo tal cual es,
sino como un pueblo elevado a la conciencia del bien público, el populista no
es un ciudadano en el sentido de la Razón ilustrada y esta se siente amenazada
por él que pierde la condición de ciudadano.
El nazismo como puro y duro populismo precipitó la idea del
arraigo a unas tinieblas de las que no ha salido aun porque se habían apoyado
en la nostalgia de las tradiciones y de las comunidades abolidas; y ello que
ideológicamente bebía fundamentalmente de fuentes paganas, se apoyaba en el
eugenismo y el darwinismo del siglo XIX, todas ellas ideas que nada tienen que
ver con el conservadurismo; en Europa hoy se rechaza todo pensamiento capaz de
oponerse al individualismo y la emancipación, se asocia con el arraigo, el
particularismo, el autoritarismo…
“El populismo, bajo este aspecto (voluntad de acuerdo
directo entre un pueblo y su jefe, por desconfianza de los mecanismos de representación)
responde a la excesiva complejidad de la democracia racional legal(…) sin
embargo el sentimiento (justo o no) de no estar representado, no se traduce
necesariamente en un rechazo a la mediación política(…) los populistas
consideran que el abanico de las visiones del mundo sometidas a debate y la
alternancia no es lo bastante amplio, porque sus ideas no se admiten allí.
Denuncian lo que llaman una democracia amañada, porque limita el pluralismo a
una variedad de opiniones a sus ojos demasiado estrecha.”
Siendo como es una reacción contra el racionalismo
consensuado, arraigado en las instituciones, el fenómeno populista reclama el
carisma del jefe y su electorado pone todas sus esperanzas en él; una vez no
reconocida la organización racional-legal solo queda el carisma, aunque ello
también responde a la simpleza de una corriente de ideas que no es una doctrina
y que suele ser una adición a reacciones a veces contradictorias que impide un
pensamiento coherente y argumentado.
Lo que Chantal Delsol nada inocentemente llama “juicios de
la elite”, los campos semánticos para calificar a los “medios populares” serían
la brutalidad, la tontería, el ensimismamiento, la frustración, la renuncia al
progreso… “en una sociedad que se considera a sí misma democrática y moral, el
desprecio se ha elevado al rango de virtud”.
La comparación entre apertura y cerrazón, entre lo universal
y lo particular, se expresa también en lo territorial, en las diferencias entre
centro y confines, entre capital y provincias; también fuera del Estado
soberano.
La educación del pueblo con el reproche a las élites de
desconocer los límites y el sentido de la realidad, cierra este Populismos una defensa de lo indefendible de
Chantal Delsol antes de la conclusión:
“… una democracia que inventa el concepto de populismo, o
dicho de otra manera, que lucha mediante el escupitajo y el insulto contra
opiniones contrarias, demuestra que falta a su voluntad democrática. Manifiesta
que sus élites, a pesar de su discurso, no han aceptado la controversia, y
restablecen la perpetua lucha de clases, exasperadas al no poder imponer sus
verdades”.
La edición de la editorial Ariel, discreta, añade bibliografía.
Como ven estamos ante un libro de difícil contraste con la
realidad política, de hecho la defensa en medios que ha hecho la autora
intentando traducirlo a la realidad política en algunos casos roza el disparate
para quien no haya leído previamente la obra, no solo con la no francesa, pero
el viaje es delicioso y el mecanismo mental al que el lector es llevado resulta
fascinante aunque cueste asumir como propio que la defensa de la democracia
representativa que mayor cotas de libertad y convivencia del conjunto de la
sociedades que la gozan han disfrutado en la historia, sea propio de élites y
que el mundo se divida entre pueblo y casta; no es así, seguiremos creyendo en
la ciudadanía y sus representantes, en la Razón ilustrada, y en la legitimidad democrática
racional legal (Weber).
El populismo de
Loris Zanatta (Ed. Katz), un análisis histórico del fenómeno realizado por un
historiador italiano con la mirada en Argentina, es especialista en América
Latina; ya les anuncio que con toda lógica no ha gustado a populista alguno y
es un libro controvertido, muy directo aunque como es inevitable en un tema tan
deforme y de tanta dificultad en su caracterización.
Echando mano de Isaiah Berlin, el populismo partiría de la idea
del pueblo como comunidad previa e indivisible cuya esencia y armonía se debe
recuperar y proteger de la degradación, llama a la movilización en defensa de
la soberanía popular, es antipolítico y aparece en periodos de crisis:
“… en el núcleo del populismo encontramos un horizonte ideal
que no solo rechaza el ethos de la
democracia de tipo liberal, sino que lo convierte en la corriente
antiliberal más poderosa de la era
democrática”.
Sufre tendencia a expresarse a través de liderazgos
carismáticos que exacerban una visión maniquea del mundo y de las relaciones
sociales representadas como el campo de batalla del bien y del mal, reducido a
amigos o enemigos; este liderazgo y su identificación con un líder es esencial
para plasmar la identidad común y unívoca y además tiene pretensiones de
dimensión ética, “desde la cruzada falangista que transformaba en infieles a
los enemigos políticos hasta Berlusconi que afirma haber entrado en política
para derrotar al mal y combatir a los comunistas anti italianos, o la
interminable serie de expresiones ofensivas que descarga Cristina Kirchner y que descargó Hugo Chávez
sobre sus enemigos.” No faltan otros ejemplos que van desde Mussolini a Beppe
Grillo, Franco o el nacionalismo vasco y catalán o latinoamericanos como Perón.
Surgidos tras la
modernidad (1789) puesto que se basan en la soberanía popular, cuando el
populismo se impone su ansia totalizadora hace propia la dialéctica pluralista
a pesar de que previamente la ha suprimido en una clara contradicción por el
contraste intrínseco entre el carácter plural de las sociedades modernas y la
utopía comunitaria, lo que condena a institucionalizarse o colapsar.
“En su visión maniquea del mundo, los populismos insisten en
una suerte de fundamentalismo moral
que les permite levantar un muro entre la virtud del pueblo y los vicios de sus enemigos.
Esto nos introduce en su naturaleza genéricamente religiosa, expresada más que
nunca en la propensión del pueblo populista en la devoción por su líder (…) El
orden natural que para los populistas
significa la comunidad formada por el pueblo, en realidad, tiene mucho de orden
divino, al cual, desde una perspectiva religiosa, debería corresponder al orden
terrenal.” El fascismo en Italia, como el castrismo en Cuba, el franquismo en
España como el régimen revolucionario de México no se limitaron a monopolizar
el poder, se imponen como fuentes de ideología del Estado, de un catecismo
ideológico de obligado cumplimiento; la ideología en los dos primeros casos o
el dogma en los siguientes, cumplen esa función; obviamente el populismo actual
mitiga ese fervor “religioso”, pero siguen buscando una legitimación de tipo
religioso que encarne una comunidad indiferenciada.
La cuestión de la inmigración también se trata en clave
populista en este El populismo de
Loris Zanatta, desde la óptica de estos movimientos, el inmigrante puede
resultar un peligro vital para la comunidad nacional, por ello es homogeneizado
o asimilado por el país de acogida o neutralizado; este proceso delimitador de
la comunidad nacional se manifestó cada vez más a finales del siglo XIX con la
difusión de las ideas revolucionarias en plena discusión social, que acabó en
un conflicto capital y trabajo: el revolucionario, el instigador, el
sindicalista, el líder campesino, anarquistas, comunistas… se convierten en
arquetipo de la comunidad orgánica.
En América Latina por el carácter artificial de las
comunidades que sirvieron para la homogeneidad y que sirvieron a los populismos
para excluir a los indígenas, quienes más derecho tenían a preservar su
identidad: teorías eugenésicas, teoremas antropológicos, estereotipos racistas…
pero también en Europa, especialmente en sus aventuras coloniales, durante
mucho tiempo el indígena o el “moro” son identificados como el enemigo.
“… el populismo es un concepto que expresa la visión del
mundo que se encuentra en la raíz de los totalitarismos”, lo que no hace a todo
populismo en totalitario, pero es por naturaleza antiliberal y anti Ilustrado.
Y cuando el populismo se convierte en régimen, ¿Quién es su enemigo?: el
oligarca desde luego cuando son populismos “progresistas”, o bien el subversivo
en los “reaccionarios”, pero sobre todo el opositor por ser el diferente; y es
que ostentan el monopolio de la identidad.
Loris Zanatta reserva su espacio al “populismo latino”,
contextualizado en una región de América donde las grietas sociales son
notorias y más evidentes que en la europea, ya que derivan de los legados de la
Conquista y del poblamiento de esas tierras a lo largo de los siglos: “América
Latina se ha ganado la fama de continente populista por definición”; y es que
ciertamente, allí el populismo nunca ha dejado de ser un sólido modelo rival a
la democracia representativa, y ello entre otras razones se explica por el
escaso arraigo de la visión liberal del mundo y las raíces profundas que el
populismo disfruta desde la etapa colonial y que han ido fraguándose en la
frustración causada en las democracias constitucionales; desde los años veinte
y cincuenta del siglo XX, dados los efectos disgregadores sobre las sociedades
locales de la modernización iniciadas en las últimas décadas del XIX y hoy
todavía, tras intensa globalización, sigue siendo una realidad; en términos
históricos refleja una transición particular y peculiar, en tantos aspectos
incompleta, del orden antiguo al orden moderno, de la soberanía de Dios a la
del pueblo. Una transición transformada por el populismo en un dogma de unanimidad
política e ideológica.
Hace unos días en La
Nación argentina Zanatta explicaba el declive actual: “Las
razones abundan: mala gestión, arbitrariedad, corrupción, recesión. Pero hay
algunas más profundas que otras y del todo nuevas. La primera es que los
populismos de hoy son híbridos: tienen el mismo impulso totalitario de sus
antepasados, pero no pueden, como hacían aquéllos, acabar con cualquier
oponente. Los populismos de hoy viven, aunque incómodos, en la democracia, lo
que los obliga a tolerar más pluralismo que el que quisieran, hasta tener que
competir y correr el riesgo de la derrota. Y no sólo eso: mientras en el pasado
el ciclo populista era a menudo interrumpido por la intervención de las fuerzas
armadas, que potenciaban así el mito de los populistas como custodios de la
soberanía del pueblo, ahora ese riesgo ya no existe. Por suerte. El populismo
puede así completar su ciclo y exhibir sin más excusas los frutos de su
gobierno, en general nada atractivos.” (http://www.lanacion.com.ar/1843963-se-desinflan-los-populismos-de-america-latina)
Como el autor que dedica su apartado al populismo de hoy, no
veo grandes diferencias con lo ya visto, tampoco en España, los nacionalismos
periféricos o delirios de la desafección como Podemos y demás secuelas de
movimientos tan pobres en su sustrato ideológico como el 15M son pura retórica
populista en su versión más prototípica y clasificable en ejercicios como este El populismo de Loris Zanatta que
concluye:
“El populismo es un fenómeno universal, con un pie en un
pasado comunitario que suele evocar a cada instante y el otro en la modernidad
donde trasvasa de ese pasado, secularizándola, el aura sagrada, el imaginario
monista del cual es heredero (…)esencia ideológica de fenómenos políticos e
ideológicos que en el siglo XX han evocado la comunidad absoluta del pueblo
para oponerse al avance del liberalismo político, del capitalismo y de la
cultura individualista.”
La edición de Katz aporta un útil glosario y una discreta
bibliografía y dentro de su humildad cumple sobradamente con las expectativas
del lector.
Con todas sus contradicciones y a veces desenfoques, Loris
Zanatta ha entrado con El Populismo
en la categoría de imprescindibles en su campo.
El populismo hoy sigue siendo un gravísimo problema para las
democracias representativas y es muy difícil clasificarlo; en esta reseña
estaba previsto otro libro pero a pesar de su edición recientísima resultaba
tal pérdida de tiempo para el lector que he preferido ahorrárselo, la huerta
bibliográfica al respecto aunque grande es muy irregular. Y es que la
desafección pone en niveles de protagonismo a verdaderos delirios de la misma
hasta el punto de convertir a dialécticas “pueblo-casta” en tomar el cielo por asalto o al “España nos
roba” como auténtico bodrio nacional de un tiempo donde el populismo está
desgraciadamente en pleno auge, no solo en España, también en el resto de
Europa de distinto signo y afortunadamente ya en declive en una América Latina
que necesita liberarse de él para intentar alcanzar niveles democráticos de
calidad por primera vez en su historia.
Populismo. El veto de los pueblos de Jorge Verstrynge, y, otra defensa del populismo en EL POLEMISTA: http://elpolemista.blogspot.com.es/2017/02/populismo-el-veto-de-los-pueblos-de.html
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