Y es que, un fenómeno que lejos de la idea más o menos extendida de que pertenece a la modernidad, se trata de una técnica político-militar tan antigua como la lucha por el poder aunque el término se acuña durante la Revolución francesa. Pero es a partir de que la población civil se convirtiera en víctima potencial al tener la capacidad de cambiar o condicionar las políticas de sus gobernantes y aparecen conceptos como soberanía nacional y debate público como elementos básicos en la gobernabilidad del Estado moderno es “lo que explica que el terrorismo se emplee aún hoy de un modo más persistente contra regímenes democráticos donde la legitimidad del gobierno descansa en la adhesión crítica de los ciudadanos.” Así, el terrorismo moderno tiene cierta vinculación en su aparición con la Democracia aunque como modo de ejercicio de poder sea mucho más antiguo que el Estado democrático.
Fue David C. Rapoport quien expuso por primera vez el carácter cíclico del terrorismo y su evolución en función de la oportunidad política. Es este lugar común creado por Rapoport aceptado por la práctica totalidad de los estudios sobre el tema y sin dejar de lado su futuro desarrollo en autores como Sidney Tarrow, Albert O. Hirschman, Bert Klandermans… donde Eduardo González Calleja ordena su objeto de estudio y detalla con una riqueza y documentación sorprendente el hecho terrorista, y sin duda, su gran aportación es que se aparta del análisis puramente técnico, cultural o psicológico con el que la ciencia política habitualmente trata el tema para centrarse en el plano puramente histórico.
Así que siguiendo la clasificación antes citada, y sin descuidar los orígenes del fenómeno en las sectas terroristas premodernas (Sicarios, Asesinos o Thugs), la primera oleada terrorista se dará entre 1880 y 1900 (con secuelas hasta 1920) y será una violencia de tipo magnicida, que contará con mayores posibilidades gracias a la aparición de la ideología democrática y los medios de masas. Fundamentalmente populistas, anarquistas y la resistencia armada de minorías étnicas en estados plurinacionales principalmente a través del atentado individual.
“Del mismo modo que el terrorismo de fines del siglo XIX está íntimamente vinculado a la invención de la dinamita, también aparece como un eco de las importantes mutaciones anejas al proceso de modernización de las sociedades occidentales, como la urbanización, la industrialización y el crecimiento demográfico, que desorganizaron las estructuras comunitarias y las viejas pautas de trabajo y producción…”
La segunda, de 1917 a 1965 tendrá como mayor estímulo la liberación nacional favorecida por el contexto de autodeterminación, aunque también hay una violencia terrorista ligada al proceso revolucionario marcado por la confrontación dialéctica entre nacionalismo y socialismo que desembocó en los regímenes totalitarios de signo comunista y fascista. Marxistas revolucionarios insurrectos, fascistas ultranacionalistas guiados por el paramilitarismo y el vigilantismo, y resistentes a ejércitos de ocupación serían la expresión del periodo.
“Tras la primera Guerra Mundial, el nacionalismo de masas trató de reproducir en sus rituales y sus conflictos políticos la lógica guerrera del frente de batalla a través de la brutalización del lenguaje, de los métodos de lucha y de los rituales. Esta estetización de la política como guerra encontró su manifestación más acabada en el fascismo, que logró catalizar todas las tendencias violentas de posguerra, introduciendo usos exclusivamente militares en la acción política cotidiana.”
Entre los años cuarenta y entrados los sesenta se asiste a la aparición, desarrollo y triunfo de los movimientos tercermundistas de independencia donde el protagonismo recae sobre partidos de carácter revolucionario que optan por el combate irregular prolongado maoísta, reformado al final del periodo por los movimientos guerrilleros de América Latina.
“La guerra revolucionaria utiliza la guerrilla rural y urbana y otros métodos de lucha político-psicológica, como el terrorismo, no con la intención de anular militarmente al enemigo, sino de lograr el apoyo popular necesario para provocar la subversión del régimen político.”
La cuarta oleada terrorista abarca desde finales de los años sesenta hasta inicios de los ochenta. Con el declive de las acciones revolucionarias de masas aparecen nuevas formas de reivindicación centradas en el ámbito nacional y que priorizaba los movimientos sectoriales (minorías radicales) articulados de forma flexible y relativamente independientes de las grandes opciones políticas. La guerrilla urbana como desencadenante de una espiral de represión-reacción que llevase a la insurrección previa a la revolución. Era un sustituto imperfecto de una revolución imposible aunque desde un punto de vista técnico esta etapa asistirá a una mayor accesibilidad por parte de los terroristas a las armas, debido tanto al aumento del tráfico internacional como a sus avances tecnológicos, y aunque queda alguna secuela, esta oleada será la más breve gracias a la debilidad del apoyo social con el que contó esta nueva izquierda.
“La nueva izquierda reinterpretó la ideología marxista, haciendo hincapié en los aspectos de la alienación antes que en la explotación económica, recurriendo al existencialismo y al psicoanálisis; persiguió un nuevo modelo de sociedad socialista, no definida por la revolución social, sino por la eliminación de la alienación; propuso una nueva estrategia transformadora basada en el individualismo y la voluntad de cambios en la esfera cultural antes que en la social y política; elaboró un nuevo concepto movilizador, donde la máxima era la acción, no la organización; se articuló como movimiento antes que como partido, e impulsó estrategias de carácter demostrativo, apelativo o coactivo. Por último, redefinió los actores del futuro cambio social: del proletariado se pasó a la clase obrera cualificada, los jóvenes intelectuales y otros grupos alternativos.” No se puede explicar mejor, ¿verdad? Esta es otra de las virtudes de este El laboratorio del miedo, se trata de un libro ágil y de facilísima consulta por su estructura y edición a la que más adelante volveré.
La quinta y última oleada terrorista tiene un claro color religioso y parte de cuatro acontecimientos clave: la revolución iraní de 1979, la retirada soviética de Afganistán en 1988 y en los años posteriores la caída de los regímenes comunistas, y en medio la primera Guerra del Golfo Pérsico. La difusión del fundamentalismo religioso trajo un terrorismo sagrado y primordialista, muchas veces martirial y autoinmolatorio que arraigó en sectores sobre todo islámicos. Al Qa’ida innova acogiendo a fieles del conjunto del mundo islámico, es un movimiento globalizador y trasnacional. La Yihad global es el mejor ejemplo de como la mundialización del sistema de comunicaciones permiten la formación de redes terroristas deslocalizadas.
También en esta etapa Eduardo González Calleja analiza a grupos étnico-nacionalistas donde elementos racistas y supremacistas tengan su lugar de estudio.
“El fenómeno transnacional de Al Qaeda y la extensión del terrorismo islámico con vocación autoinmolatoria demuestran que no es posible enfrentarse a este tipo de terrorismo posmoderno con medios exclusivamente militares, sino que el reto requiere una respuesta verdaderamente multidimensional y multinacional.”
Pido disculpas de antemano por haber utilizado la estructura temporal de David C. Rapoport para reseñar este libro, pero su naturaleza enciclopédica lo hacía recomendable en un blog que prioriza la difusión cultural a la crítica como es El Polemista.
En suma, estamos ante un libro que será con seguridad un
texto de referencia. El laboratorio del
miedo es la mejor aproximación desde la historiografía que se hace del
fenómeno terrorista y no tengo duda que ocupará un lugar especial en cualquier
bibliografía al respecto. Le ayuda la magnífica edición, no faltan cuadros,
gráficos, archivos, y una impresionante bibliografía previa a los necesarios
recursos en Internet.
Y por motivos de espacio no he querido profundizar en
materias concretas, hay fenómenos terroristas de corte anarquista como otros de
tinte nacionalista, entre ellos ETA, tratados magistralmente.Y cerraré con otra cita necesaria aunque probablemente podría ser matizada por una visión politológica menos apegada a la Historia:
“El paso del terrorismo convencional al megaterrorismo o el hiperterrorismo como violencia de destrucción masiva, con vocación metafísica, ya intuido tanto en el Holocausto nazi como en las bombas de Hiroshima y Nagasaki, significa que se habría levantado la proscripción moral del genocidio, y que se prevén atentados de gran amplitud, con decenas de miles de víctimas y susceptibles de neutralizar por largos años vastos espacios territoriales. Un terrorismo apocalíptico basado en la destrucción de masas que ya era soñado por los teóricos nihilistas de fines del siglo XIX, pero que sería el último tabú levantado por este modo peculiar de violencia política.”
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