A pesar del torrente bibliográfico sobre 1812 al calor de su bicentenario, -y en esto somos afortunados, porque la calidad de muchas de esas publicaciones es excelente-, hay que celebrar la llegada de este La Constitución de Cádiz, una mirada crítica de Manuel Moreno Alonso (Ed. Alfar). Y no solo porque su autor sea uno de los más prolíficos y desde luego de los mejores en la materia, es que a ello se suma que este libro supone la edición de la Constitución de 1812 original con estudio crítico anterior y notas a pie de página al articulado.
Partiendo de los sucesos de 1807 por las desavenencias en el seno de la familia real y la posterior abdicación de Bayona por la cual se produce la primera renuncia en la historia de la Europa Moderna de una dinastía a favor de otro príncipe, Manuel Moreno explica el surgimiento del levantamiento, guerra y revolución que nos llevará a la solución constitucional de Cádiz. Y aunque el autor califica a la misma como un “texto maravilloso” proyecta sobre ella su mirada crítica:
“En una nación en que sus ideas, usos y costumbres era entonces monárquica, erigir en ley fundamental –palabra mágica en aquellos momentos- una Constitución como la de 1812, es natural que pueda llevar a algunos a pensar en nuestros días que esto no significa otra cosa que la encarnación de la democracia. (…) Sin embargo esta deducción lógica realizada desde el pensamiento actual no se corresponde con la realidad histórica, y es preciso señalarlo. (…) aquella ley fundamental, que se presentaba justa y benéfica, habría de convertirse en el motor de enfrentamiento que dividiría violentamente a la sociedad española, causando el derramamiento de sangre.”
Y es que el autor sostiene que lejos de ser causa de la revolución española fue más consecuencia de la guerra contra Francia.
La Constitución de Cádiz se plantea aquí como un texto utópico que “ni siquiera se refería a España, sino a la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios” intentando definir una sola ciudadanía pero hablando de dualidad de espacios y aunque gozó del logro de imponer la representación de las tierras de ultramar cayó en la inconcreción constante. De carácter fantasioso, muy distanciado de la cruda realidad, traza las leyes para un mundo perfecto y un Estado imaginario muy alejado de la realidad en plena guerra napoleónica.
Pueden sorprender en este texto afirmaciones como “Ante la influencia totalizadora del estatismo, la nueva Constitución limita por doquier al individuo, a pesar de que se garantice, los derechos de “todos los individuos”, y es que Moreno la considera una constitución realizada para desmontar el despotismo desde una visión despótica que acaba por ser para el pueblo pero sin él, en el que el Rey tenía todavía un gran poder, y las Cortes un poder infinito. ¡Y además inaplicable! Así visto no es de extrañar que el mayor periodo de vigencia de La Pepa, el Trienio Liberal (1820-1823), sea calificado por el autor como “estado de desobediencia civil” que convirtió al Ejecutivo en un poder débil sometido a la voluntad de una Asamblea poseída por el jacobinismo.
“La Constitución acometió la transformación social de la Monarquía con la proposición de un nuevo orden que implicaba una auténtica revolución liberal.(…)Pero lo hizo sin tener en cuenta la realidad de la sociedad española del momento.(…)La ideología acabó dominando los debates, marcando una ruptura entre una España reformista y una España defensivamente reaccionaria.”
Esta mitificación de la Constitución en el imaginario del nacionalismo decimonónico es extensible a la Guerra de la Independencia de la que es consecuencia. Y esta, no fue “una guerra simplemente contra los invasores o contra sus partidarios como venía sucediendo desde el comienzo del levantamiento, fue una guerra a muerte entre los mismos patriotas, que terminaron escindiéndose entre partidarios o enemigos de la Constitución.” Y no es el único mito que se combate en esta obra, también se pone en cuestión que contra lo que suele decirse la Nación naciera en Cádiz, Manuel Alonso lo sitúa en Madrid el 2 de Mayo de 1808, a Cádiz le atribuye la reglamentación y constitucionalización del nacionalismo español.
Las influencias de La Pepa, fundamentalmente francesa pero también norteamericana se analizan en profundidad para concluir que en Cádiz se produjo el desplazamiento hacia el sistema asambleario francés vigente entre 1789 y 1792. Y al igual que en el caso francés, la Constitución terminó convirtiéndose en un emblema propicio a la hora de su aplicación en la práctica de la violencia entre sus partidarios y detractores.
Igualmente no se pasa por alto la visión que de ella tuvieron ilustres coetáneos, especialmente José María Blanco White al que el autor ha editado entre otros.
También aquí se acusa de elitistas a los liberales constituyentes a los que se les juzga como firmes partidarios de que solo una minoría formada por varones, blancos, ricos e ilustrados estaba cualificada para gobernar la sociedad y asegurar la aplicación de derechos y libertades. En este sentido se apunta su similitud con la Constitución francesa de 1791 aunque la historiografía liberal dejó patente su obsesión por considerarla una obra popular. A la racionalidad, uniformidad y elitismo también podemos añadirle el centralismo en esta mirada tan crítica: las Cortes rechazaron cualquier posibilidad de autonomía dentro del imperio, incluido el fracaso de los diputados americanos a la hora de lograr la igualdad en la representación.
Y como un tercio de los diputados constituyentes eran eclesiásticos, la impronta católica es enorme aunque el autor advierta del carácter que erróneamente se le ha atribuido de laicidad. Sin embargo fue tras la promulgación cuando la cuestión religiosa emergió con gran violencia. “La enconada disputa sobre la abolición de la Inquisición hizo imposible la alianza entre los tradicionalistas y los liberales, quedando identificado el catolicismo con la contrarrevolución y el antiliberalismo.” Esta ruptura con la Iglesia fue nefasta para la Constitución que comenzó a sufrir una gran contestación en la calle.
¡Y conservadora!: Sobre el revolucionarismo de la Constitución se ha construido un tópico que se sigue repitiendo a pesar del indiscutible carácter conservador de la Constitución gaditana”, lo que explica que el texto sostenga que ante tanta excepcionalidad no es disimulable el miedo constituyente a la igualdad, la libertad, el reconocimiento de derechos en tierras americanas, a la contestación canónica, al Rey, al clero, a los militares y a la opinión pública. De cualquier forma el autor aquí hace una interpretación en clave histórica, en el contexto en el que se presentan los hechos en ningún caso se puede atribuir un carácter conservador al texto constitucional de 1812 ni negar los elementos de cambio radical que introduce en su momento.
En fin, Manuel Alonso en esta mirada más cruel que crítica de 1812 vuelve a atribuir al liberalismo exaltado la responsabilidad del enfrentamiento generalizado en el que se hundió España: “La Constitución se volvió siniestra para quienes la sufrieron. Desde antes de su puesta en práctica se temió que pudiera dar lugar a un sistema arbitrario e injusto. Una cosa era la imaginación de una sociedad ideal y otra su realización por medios políticos…”. Y claro, también el fracaso del Trienio se deberá a sus partidarios.
“El drama de la Constitución gaditana estuvo en que nadie, excepto una minoría de ilusos, confió en su exhibicionismo emotivo y en su falta de aplicabilidad.”
El libro además aporta previo al texto constitucional densamente comentado a través de notas que permiten su inmejorable comprensión, una muy notable bibliografía.
Sin duda este La Constitución de Cádiz, una mirada crítica se convertirá en un libro de referencia sobre el tema, lo cual no puede ser de otra manera por su indiscutible importancia, aunque en él parecen minimizarse elementos imprescindibles para quienes entienden que aquel fue el primer intento de establecer pautas de libertad política, que trajo por primera vez a nuestro país libertades fundamentales como la de imprenta o la división de poderes, y que desde luego, en su fracaso, además de la ingenuidad y el radicalismo de sus partidarios, fue decisiva la reacción brutal y hostil de sus detractores, por otra parte defensores de un régimen a todas luces anacrónico y agotado, y la prueba de ello es que en los momentos posteriores a sus derogaciones España se sumió en algunas de las etapas más oscuras de su historia contemporánea.
Asistimos a un auge de la revisión de carácter conservador tendente a poner el acento en los aspectos negativos de todo proceso histórico legitimador del progresismo posterior que previsiblemente continurá por algunos años. De ser así, que ojalá se haga al calor de obras de la magnitud de la que he tratado aquí.
De una forma u otra, aquel fue el fracaso de un proyecto que en todo caso pretendía superar algunas de nuestras peores lacras –algunas aun presentes- aunque en efecto fuera incapaz de hacerlo en un contexto viable.
Gracias. Muy interesante comentario. Yo habría incidido mas en la oportunidad perdida por el incipiente y débil liberalismo español para resolver el problema Nacional de las Españas. Tanto los Territorios dichos históricos con aspiraciones de autogobierno (Cataluña, Galicia, Vasconia (Euskadi y Navarra), como los de Ultramar que reivindicaban reconocimiento y no lo obtuvieron constitucionalmente por Jacobinismo y conservadurismo autoritarios... Salud.
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