Gustau Nerín en este Blanco bueno busca negro pobre (Ed. Roca) no deja títere con cabeza aunque advierte ya en la introducción que su libro no es una crítica a los cooperantes, lo es al sistema de cooperación. ¡A partir de aquí sálvese quien pueda!:
“El continente africano es un inmenso cementerio plagado de proyectos abandonados: hospitales que nunca llegaron a ser inaugurados, letrinas que no se utilizaron, granjas de pollos que han durado tanto como las subvenciones, guarderías en ruinas que jamás han visto un niño, ordenadores viejos parados por falta de electricidad…”
Y es que mientras nos sentimos cada vez más orgullosos del papel de nuestras ONG (aunque no deberíamos) somos incapaces de sentir vergüenza por las políticas exteriores de nuestros países, denuncia el autor.
Cooperantes en núcleos urbanos gozando de excelentes chalets ajardinados con grandes medidas de seguridad o en zonas rurales disfrutando de las mejores casas de la comarca mientras los modernos todo terrenos de los organismos humanitarios se amontonan por las noches en los aparcamientos de los mejores restaurantes, son una parte esencial de este libro. Y no es una cuestión solo del cooperante, llega también al misionero:
“Los conventos religiosos tienen cocinera, y los de monjas, chófer. Gastan lo que sea necesario (de las donaciones de los católicos o las subvenciones de alguna institución occidental) para disponer de un buen pozo con agua potable y un generador de luz. Mientras los lugareños permanecen a oscuras y cargan cubos de la fuente del pueblo hasta su casa para aprovisionarse de agua, a las mojas europeas, a pesar de su voto de pobreza, no les falta la electricidad y siempre pueden ducharse cómodamente.”
La lectura de este libro es trepidante, se realiza a una gran velocidad, casi tanto como el asombro que provoca su incontestable denuncia carente de toda corrección. Hay apartados que ilustran cada tema, como el que dedica al prototipo de cooperante que sitúa en José María Mendiluce, un personaje al que define en el “sentimentalismo llorica” que en su obra El amor armado (Ed. Planeta) plasma la reflexión intelectual basada en que los cooperantes son los protectores del sur legitimados por la bondad, ellos son los buenos, frente a los enemigos de siempre, los malos.
Durante la época colonial, los europeos pensaban que los africanos necesitaban médicos para el cuerpo, maestros para la mente y misioneros para el alma. Para lo demás, estaba la administración colonial. Pero una vez pasado todo aquello han proliferado las asociaciones “sin fronteras” dispuestas a dotar a África de todo lo que ellas producen convirtiendo la cooperación en un maravilloso negocio. Y es que por ejemplo, el 57% del presupuesto de las ONG españolas procede de fondos públicos, así que es fácil imaginar el mercadeo de puestos a “afines” que eso plantea, pero peor aun, a nivel planetario estas organizaciones suman diecinueve millones de asalariados y las diez primeras disponen de un presupuesto superior al de 65 países. Así no es difícil entender que los europeos están más interesados en hacer cooperación que los africanos en recibirla. Otra vez apunta Nerín a los misioneros cuando describe el comportamiento de un destacado directivo de los hermanos de La Salle en un país centroafricano repartiendo alimentos en su escuela tan solo cuando está presente la cámara. Pero ojo, hay para todos, el autor no duda en calificar a caravanas como la vinculada al Ayuntamiento de Barcelona secuestrada en noviembre de 2009 en el desierto mauritano como “caravanas de desvergüenza”. O peor aun respecto a los casos de corrupción en el mundo de la cooperación: “La tentación de robar es demasiado grande, especialmente cuando sabes que tu sociedad renuncia a controlarte porque te considera buena persona.” Demoledor, ¿no? Pues sigan leyendo.
“Más de dos tercios del dinero destinado a la ayuda oficial al desarrollo lo aportan cinco países: Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia y Gran Bretaña. Estos utilizan la ayuda como una herramienta de política exterior: tratan de que les ofrezca el máximo de beneficios, a veces incluso a costa de crear perjuicios en los países que reciben su cooperación.” Sí, sí, Gustau Nerín le da al primer mundo, pero no duda en calificar a la cooperación latinoamericana como prepotente por sentirse en África la “élite del subdesarrollo”, y en ese grupo destaca a los cubanos a los que les sobra personal pero les faltan medios y así gestionan hospitales donde no hay una sola aspirina o peor, organizan sistemas de salud de todo un país sin haber pisado el terreno por falta de carburante para sus vehículos.
Pues bien, si la cooperación es un fenomenal negocio económico para los occidentales, también lo es político: armamento, golpes de Estado o intervenciones mercenarias a menudo van a las partidas de cooperación. Por no hablar de las reuniones, cursillos y seminarios donde se alecciona, cuando no corrompe, a los gobernantes y funcionarios africanos para que actúen como los Estados del Norte quieren. Y por cierto, también la acción de organizaciones internacionales como la ONU están plagadas de abusos e impunidad en el continente africano, por no hablar de la cooperación bilateral de los Estados del Norte: cuando los recursos de un país africano interesan al de Norte, la cooperación oficial obvia cualquier problema político interno o de violación de derechos humanos.
Aunque anecdótico, no me resisto a mencionar el apartado donde se cita la campaña anual del Domund que tan popular se hizo en España durante el franquismo y años posteriores. Pues bien, para asombro del lector, la diócesis española que más aportó por habitante en 1953 fue la de Guinea española, por no contar el importantísimo papel que tuvieron en las recaudaciones pro-Valencia de 1957 y pro-Barcelona de 1962. Ver para creer, la colonia hacía de cooperante.
También hay cifras, algunas vergonzantes, sacamos de África mucho más de lo que damos, como por ejemplo la salida de 148.000 millones de dólares en fugas de capital frente a los 25.000 millones en ayuda, y como no, la crítica se extiende a los abusos que los propios africanos se hacen entre si, que van desde brutales dictaduras a expolios generalizados.
“A los países pobres solo se les ofrece una única posibilidad de futuro: imitar a Occidente. No se trata solo de extender el sistema sanitario, construir pozos o universalizar la enseñanza, es necesario reforzar el Estado, cambiar los modelos familiares, incrementar las exportaciones, alterar las redes de solidaridad, difundir nuevas creencias, estimular la productividad…”. “La estrategia del desarrollo constituye una agresión en toda regla contra las sociedades africanas. Y esta agresión se hace en nombre de la tecnocracia y de la ciencia del buen gobierno.” Yo no podía decirlo más claro.
En fin, Gustau Nerín en este Blanco bueno busca negro pobre llega a la conclusión de que cualquier intento de superar los problemas africanos va asociado a una reforma en profundidad de las relaciones Norte-Sur, y desde luego no al cambio de África en base a las doctrinas occidentales.
Un libro duro y polémico, con mucho de “antropología-boxeo”, tan cargado de razón como de generalidades, donde se echan en falta algunos actores importantes en las relaciones con África como China, pero que desde luego llama a la reflexión y a la movilidad crítica respecto a un mundo, el de la cooperación y las misiones, que goza de un alo mítico de buenas intenciones que no siempre se ajustan a la realidad.
El segundo libro que merece comentario es La globalización de las inversiones en África (Ed. Los libros de la Catarata y perteneciente a la serie Casa África) de Adams Bodomo, (director del Programa de Estudios Africanos en la Universidad de Hong Kong, cito este dato porque es importante a la hora de entender algunas de sus tesis).
El autor parte de la premisa de que el control y regulación de la inversión extranjera en África se debe plantear desde una política bilateral en lugar de establecer relaciones multilaterales de inversión. Después de analizar el proceso histórico de las inversiones en África, advierte el cambio radical de paradigma que ha supuesto la presencia masiva de China en el Continente en un contexto de globalización.
Bodomo se pregunta por qué, después de tantos años de inversiones económicas directas de Europa en África el continente sigue siendo el más pobre del mundo. Su conclusión es que la causa está en la gestión de esas inversiones, en las fuertes condiciones socioeconómicas y sociopolíticas que han puesto los europeos y que han terminado por beneficiar al inversor en detrimento de los africanos. La solución pasa porque la Unión Europea separe política de inversión: “El camino a seguir es que Europa mitigue o incluso abandone completamente sus poco realistas condicionalidades de compromiso político y se dedique exclusivamente a la inversión en África”
China satisface en África más de un tercio de sus necesidades de petróleo, y a través de ello se ha introducido y cambiado por completo el escenario inversor del Sur. Y con éxito, sostiene el autor: “La negociación de condiciones simétricas, en lugar de la imposición de condicionalidades asimétricas; la creación de un nuevo lenguaje sobre la hermandad y la equidad de las relaciones; y más inversiones que ayuda.” Por el contrario se lamenta de la excesiva concentración en el petróleo y le pide diversificar para que estas inversiones supongan algo más que el 10% en las totales del gigante asiático.
El tercer inversor al que analiza es a la India, a la que reclama una mayor apuesta por la tecnología y la formación. Se lamenta que al igual que chinos, es habitual que las empresas de estos países lleven a sus propios trabajadores no formando y empleando a trabajadores nativos. Brasil, Rusia, Turquía, Indonesia, Venezuela, Cuba… entre otros también son analizados en el contexto de la globalización, en algunos casos con una sorprendente ingenuidad.
En fin, Bodomo analiza el futuro económico africano desde un voluntarismo en el que se echa de menos el realismo de los análisis que se realizan sobre la misma cuestión desde Occidente. Y resulta curioso, porque debería ser al revés, pero sin embargo es valioso aporte una visión tan diferente y aunque la “amabilidad” con la que en este libro trata a China merecería una revisión, sería muy deseable que estos mensajes llegaran a un público lo más amplio posible.
Isidore Ndaywel es el autor de Historia del Congo, como el libro anterior editado en Catarata y en la serie Casa África. En realidad es una versión reducida de Nueva historia del Congo (con motivo del cincuenta aniversario de la independencia de la República Democrática del Congo), y aunque los libros de historia fruto de la cooperación internacional y con visto bueno oficial puedan ofrecer reparos, este merece una mención, porque tendemos a ver el pasado de “nuestros patios traseros” con ojos occidentales y son necesarias las visiones autóctonas.
Historia del Congo es un extraordinario ejemplo práctico de mucho de lo que hemos leído anteriormente en este artículo, no solo por el repaso breve pero muy esclarecedor de la historia de aquella tierra (es difícil hablar de país en términos históricos aunque este libro lo intenta por todos los medios, a veces acientíficos) desde sus orígenes hasta hoy, que abarca desde los primeros asentamientos humanos hasta la actualidad. Por aquí pasarán los reinos de la cuenca del Zaire y sus relaciones con la lejana Europa, el descubrimiento de la región de los Grandes Lagos, por supuesto el brutal periodo de Leopoldo II, las guerras de ocupación, el mandato y martirio de Lumumba, “la ejecución fue el resultado de una metódica política de Bruselas, Nueva York y Washington que había contado con la complicidad de Kinshasa”, o las recientes e igualmente sangrientas dictaduras de Mobutu y los sucesivos conflictos que siguen manteniendo en la más absoluta inestabilidad al país.
Por motivos de espacio y por lo que nos ocupa, me limito a invitar al lector a un viaje que pasa por la creación de determinadas entidades identitarias, hasta la más cruda realidad histórica. Respecto al periodo que abarca desde el siglo XVIII a la primera mitad del XX:
“En primer lugar, la apertura de costas, que sentó las bases del desarrollo de la trata negrera. Después, la toma de posesión de los espacios del continente y, por tanto, de la cuenca del Congo. Y, finalmente, la iniciativa de construir un Estado autónomo en el corazón de la cuenca del Congo, que conduciría a la cesión de su gestión al reino de Bélgica. El Congo contemporáneo es fruto de esa trayectoria”.
A este libro le faltan aspectos críticos, pero merece la pena acercarse a la historia de uno de los países más emblemáticos del continente africano.
África merece una reflexión especial de los occidentales. Más allá de los espacios reservados a la responsabilidad colonial y la culpabilidad por siglos de expolio y explotación hay una realidad que supera con mucho las cuestiones humanitarias y que no puede ser abordada desde el paternalismo o la hipocresía que se esconden detrás de muchas de nuestras acciones. La presencia cada vez más evidente y voraz de China e India en el Continente, o la posible expansión de países emergentes como Brasil o Turquía abren el futuro a un mapa geoestratégico totalmente diferente al actual y donde África podría tomar protagonismo, aunque desgraciadamente me temo que no será para bien y que los próximos años no resolverán el orden caótico de unas fronteras impuestas por motivos coloniales, el imperialismo aderezado de paternalismo de gran parte de la cooperación internacional por no citar la insaciable pugna de intereses foráneos que mantienen y fomentan las luchas y los conflictos que asolan, destruyen y empobrecen todas las expectativas de cambio africanas.
TEMAS RELACIONADOS TRATADOS EN EL POLEMISTA:
El estado del mundo 2012 (Anuario Akal), y como entender el mundo actual.
http://elpolemista.blogspot.com/2012/01/el-estado-del-mundo-2012-anuario-akal-y.html
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