La imagen de Ursula von der Leyen sentada en la lujosa sala de invitados del Tumberlan golf resort escocés de Donald Trump esperando a que este terminara de jugar al golf para atenderla, verla escuchar cabizbaja el discurso delirante del magnate-presidente para aceptar un acuerdo arancelario doloroso, era demasiado para una Europa que venía de tragar en cuanto a dignidad de refiere con la actitud del holandés Mark Rutte en la Cumbre OTAN imponiendo el pago del 5% del PIB en Defensa. Era una exigencia de Donald Trump, como el abono por los los europeos del material militar necesario para que Ucrania siga siendo el dique de contención de Putin sobre el Continente. Demasiada sumisión para algunos que se explica menos aun cuando lo que se firma es indefinido, inconcreto y en buena parte se hace para escenificar la vocación de aplastar y someter a Europa por parte del gobierno estadounidense. Y por si fuera poco, la sensación de final de etapa, no sólo en la colaboración y alianza con EEUU, también de tener el mínimo peso en el mundo o capacidad de influencia, el papel de nulidad europea en Palestina puede ser un síntoma de algo mucho mayor.
¿Sobrevivirá
Ursula von der Leyen al clima de desafección que se ha generado en la Unión
Europea? La pregunta es importante, un vacío de poder comunitario es una posibilidad cada vez mayor.
Parece
difícil hoy, pero no sería más importante que la pérdida de valor de la “marca”
Europa, no sólo es Exterior, es que en la propia UE empieza a no cotizar bien
tampoco.
Estos
días asistíamos a la indignación de las extremas Derecha e Izquierda alemanas
exigiendo la vuelta al gas ruso denunciando la dependencia que exigía Trump al
estadounidense. Y ello a pesar de un acuerdo que se ha hecho intentando mitigar
el daño alemán, lo que ha generado la protesta francesa a la firma y amenaza
con no adherirse a ella, hemos sabido ahora que el vino, por ejemplo, sufrirá de lleno el
golpe. Euforia en los aliados eurófobos de Putin como Orban, incluso después de
haber hecho el ridículo tras anunciar un trato diferenciado para los
amigos de Donald Trump como hizo el español Santiago Abascal para Giorgia
Meloni e Italia.
Bien,
Europa no se veía sometida hasta este punto desde el final de la II Guerra
Mundial, pero entonces se percibía con esperanza de cara al futuro. ¿Y ahora?
Es
difícil en este contexto mitigar el sentimiento de escepticismo y desafección
por el proyecto europeo y en un futuro inmediato la crisis identitaria irá de
la mano de la desaparición de los ideales políticos y formas de vida que lo han
motivado. Veremos como el papel del Estado en materia de Servicios de hunde
mientras su peso en Defensa crece al mismo tiempo que los mensajes de alerta y
miedo, ya veremos si no llegan a la histeria para justificar políticas y
medidas impopulares como la vuelta del servicio militar obligatorio o las
subidas de impuestos a los efectos.
Acuerdos
como el arancelario firmado también deja en el aire la idea de interés común de
los países de la UE. ¿Realmente defendemos respecto a terceros los mismos
intereses o cada cual tiene los suyos?
Esta
es quizá el más dañino de los interrogantes que nos planteamos y el que mejor
encajará en los discursos del populismo “eurófobo” que se dispone a extender el
maniqueísmo xenófobo que la inmigración encuentra su culmen en disputas
fronterizas acabando con la libertad de movimiento en la UE.
Hay
medidas comunes que se hacen tan necesarias como inminentes; emisión de Deuda mancomunada
(eurobonos) para financiar diferentes políticas, pero, ¿Cuáles? Defensa, Energía…
¿o Vivienda?, quizá el problema más acuciante a ojos de los europeos. Y ello, ¿en
qué condiciones e imposiciones a los miembros?
Estas preguntas hoy toman un cariz diferente.
Europa
corre un riesgo real de entrar en una fase de retroceso en el que quede reducida
a acuerdos concretos entre miembros en un contexto de competencia y rivalidad
entre sus Estados.
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