Toda sociedad narra su pasado y este es un pilar básico
sobre el que se edifica la identidad colectiva. La realidad es secundaria en el
proceso, se trata de predicar consignas de solidaridad grupal y quien las
discute se convierte automáticamente en antipatriota. Y es que la historia no
ha sido siempre una actividad dirigida a conocer los hechos pretéritos, muchas
veces son relatos destinados a legitimar o ensalzar al gobernante o magnificar
el origen de los pueblos.
En El Polemista encontrarán abundantes reseñas al
respecto, entre ellas Dioses útiles, naciones y nacionalismos de José Álvarez
Junco (http://elpolemista.blogspot.com.es/2016/04/dioses-utiles-naciones-y-nacionalismos.html
)
Este El relato nacional (Ed. Taurus) está basado aunque
reescrito, anotado y completado en Las
historias de España. Visiones del pasado y construcción de la identidad (Ed.
Crítica-Marcial Pons 2013), todo un referente para la historiografía en España.
Estamos ante un ensayo sobre la relación entre la visión
del pasado con el territorio y lo que hoy llamamos españoles. Una visión que
comenzó en el plano legendario, con inverosímiles antepasados y tribus que habitaban en la
península Ibérica vinculados con los
poderosos del momento.
En los siglos medievales Isidoro de Sevilla redactó la
primera historia colectiva, pero la del pueblo godo, no del español, que habría
recibido una paradisíaca Hispania como premio a sus proezas.
A finales del siglo IX, Alfonso III para legitimar su
poder elabora las crónicas históricas vinculando su monarquía asturiana a la
sangre del linaje real godo, algo imposible dado que se trataba de una
monarquía electiva en la que se alternaban diferentes familias dominantes.
En el siglo XIII surgieron las crónicas generales que pretendían aunar el pasado romano con el
godo para así lograr el primer relato peninsular unificado. Más adelante la
escuela judeoconversa del siglo XV dirigió sus esfuerzos hacia Europa dada la
pretensión de los reinos peninsulares de rivalizar con otros reinos europeos.
En el eje astur-galaico-leonés-castellano que acabaría siendo el poder central
fue especialmente evidente, pero sucedió también en Portugal, Navarra, Aragón y
Cataluña además de la España musulmana donde nacieron tradiciones
historiográficas diferentes.
Caso curioso de la mitología medieval es el de los
patrones, Santiago, patrón inicial de los reinos cristianos del norte
peninsular incluido Portugal, sustituido allí por San Jorge, soldado romano del
siglo III que venció al dragón, el cambio de patrón se produjo después de la
llegada de la dinastía Avis tras la batalla de Aljubarrota (1385) cuando sus
aliados ingleses se acogieron a la protección de Saint George frente al
Santiago castellano.
Los aragoneses por influencia francesa invocaban a San
Martí aunque en Cataluña se abría paso bajo Pedro IV el Ceremonioso Sant Jordi.
En el Renacimiento y Barroco aparecieron eruditos que sin
el menor pudor o escrúpulo inventaban antecedentes a la carta a las casas
nobiliarias a las que servían, frente a ellos reaccionaron en el siglo XVII y
XVIII los novatores o ilustrados que
defendieron la crítica documental lo más rigurosa posible.
“Las décadas centrales del XVIII fueron también el
momento en que comenzó a escribirse la historia con la idea de que pudiera ser utilizada en la enseñanza
(…) representaron la plasmación del canon historiográfico que el siglo
ilustrado había ido perfilando.”
Con las tropas napoleónicas aparece el relato liberal con
la creencia en que los pueblos además de independientes desde un pasado remoto
se habían dotado de instituciones “libres”.
Será todo el siglo IX un permanente debate entre la
tradición laico-liberal y la católica-conservadora, la primera bajo el ideal de
una España que debe su identidad a las luchas medievales por la libertad y la
independencia patria y la otra en la expansión imperial al servicio de la
religión.
“Quedaba así planteado, en términos historiográficos, el
abismo que separaba la interpretación del pasado entre aquellos dos mundos
culturales que fueron llamados “las dos Españas (…) Así la visión negativa, en
relación con el pasado español, que provenía de la llamada leyenda negra. Los
conservadores no podían consentir que se generalizara esta versión y pasarían
pronto a la contraofensiva. Y su argumento principal residiría, precisamente,
en la valoración positiva que hacían del papel de la Iglesia católica en el
pasado nacional.”
A finales del siglo XIX con la llegada del positivismo y
de nuevos campos científicos como la arqueología, la antropología física, la
historia institucional y la cultural, la nación no dejará de ser el marco
incuestionable del relato, la crisis del 98 traería el “problema de España”
destinado a gozar del protagonismo más de medio siglo, se convertirá en un
angustiado género identitario regeneracionista presente en lo ensayístico,
filosófico y literario.
“El clima intelectual que nutrió los ambientes más
radicalmente opuestos a la república instaurada en 1931, que inspiró la
sublevación de 1936 y que dominó el régimen establecido en 1939, heredó lo
fundamental de la visión nacional-católica
de la historia nacional elaborada en la segunda mitad del siglo XIX, antológicamente
expuesta por Marcelino Menéndez Pelayo.”
Esta visión también estaría alimentada por los
irracionalismos europeos que a
principios del siglo XX reaccionaban contra el positivismo anterior. En el caso
español, aunque vinculado a los fascismos tenía la particularidad del elemento
católico y la defensa del Antiguo Régimen más que por los nacionalismos
modernos.
La renovación venía de los hispanistas norteamericanos,
franceses e ingleses liberados tanto de la “leyenda negra” y del romanticismo.
En los sesenta llegaría la contestación, tanto desde el
marxismo propio de la izquierda europea del momento, como del nacionalismo
periférico típico en la segunda mitad del siglo XX español.
“La historiografía española, en resumen, se caracteriza
hoy por la ausencia de un paradigma dominante (…) Los lazos con el mundo
académico internacional, y la participación en los grandes debates
historiográficos, siguen siendo escasos, aunque incomparablemente superiores a
los de cualquier momento anterior. El futuro está más abierto que nunca y el
momento puede considerarse prometedor.”
En plena oleada populista la visión de la historia cumple
una función definitiva, especialmente en el caso de los nacionalismos que en
España ha alcanzado niveles delirantes como los que estamos asistiendo en el
Procès, un ejemplo de como la historia es necesaria para legitimar cualquier
pretensión identitaria.
Pero coincidiendo con las lecciones de Álvarez Junco a lo
largo de toda su obra, las identidades nacionales son una construcción
histórica que viene de factores contingentes aunque por supuesto también los
hay estructurales. Nada es atribuible a lo religioso, a lo mítico ni a
espíritus colectivos que habitan en los nativos de cualquier lugar.
Así que no hay un espíritu ni español ni de ningún otro
país, en nuestra identidad y en la forma de construirse no hay excepcionalidad
alguna.
Estamos ante un libro extraordinario al que una reseña
tan breve no puede hacerle justicia, se une a ello la magnífica edición con más
cien páginas de notas, ilustraciones y un imprescindible índice onomástico
además de una excelente y muy útil bibliografía.
En El Polemista podrán encontrar numerosas reseñas
relacionadas con la historia y la identidad en su índice http://elpolemista.blogspot.com.es/2016/12/indice-de-el-polemista-hasta-2017.html
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