El helenista asturiano afincado en Grecia Pedro Olalla se ha
convertido en una auténtica autoridad en la cultura griega lo que le ha valido
el título de Embajador del Helenismo y este Grecia
en el aire (Ed. Acantilado) desde luego hace gala de ello en un verdadero
viaje reflexivo entre la democracia ateniense y la catastrófica situación que
vive Grecia, o como dice el subtítulo del libro, herencias y desafíos de la democracia ateniense vistos desde la Atenas
actual.
Dos advertencias al lector sobre este libro: está escrito
desde la demagogia del “empoderamiento popular frente a las perversas élites” y
hace una asociación del Estado griego con la Antigua Grecia de un romanticismo
y un esencialismo sorprendente en el siglo XXI. Y aun así no deja de ser esta
lectura, siendo parte de lo que es la desafección democrática europea –y que ciertamente en Grecia adquiere
características muy particulares- una aportación erudita de la misma se
agradece e invita a la reflexión.Diagnóstico de la Grecia de hoy (el libro está escrito entre 2010 y noviembre de 2014): “El resultado está siendo el expolio: una sociedad anónima de derecho privado regida por tecnócratas del ámbito financiero y empresarial ejecuta de manera implacable el mayor programa de privatizaciones que actualmente se realiza en el mundo.”
Solución desde la Democracia Ateniense de Solón en el siglo VI a.C:
“… Solón decretó la ‘seisachtheia’ o ‘alivio de cargas’: la nulidad de las deudas que esclavizaban a gran parte de la población y la prohibición de estipular en adelante préstamos avalados por la libertad personal. Llamado para conciliar a ricos y pobres en una sociedad amenazada donde los muchos eran esclavos de los pocos, tomó una decisión audaz: sacrificar las ambiciones de los acreedores en favor de la supervivencia de los deudores, situar al hombre por encima de la riqueza en la base de su nuevo sistema político (…) El proceso que con el tiempo, acabaría conduciendo a la democracia se puso en marcha a raíz de una desigualdad económica que generaba una injusticia social”.
Imagínense la cara de Yanis Varoufakis, seguro lector de este ensayo, al llegar a este punto, y no hemos hecho más que empezar.
Solón, uno de los héroes de Grecia en el aire volverá a aparecer, además de condonar la deuda, renunció a la tiranía y aporto las primeras leyes escritas a los atenienses, o lo que sería hoy equivalente a una constitución.
La historia de la democracia ateniense, asegura Olalla, “no es sino el paso progresivo del poder a manos de los ciudadanos”, de ahí, se explica, que no fuera así en otras sociedades griegas de la Antigüedad como Esparta.
En este tema que parece menor, incluso desde nuestro punto de vista de ciudadanos del siglo XXI, hemos pasado ya por una argumentación marxista propia del XIX de la democracia como consecuencia de la igualdad económica, y la adaptación “populista” a ella. De ahí que afirme: “A la historiografía convencional le gusta repetir, que las victorias sobre los persas y el subsiguiente impulso económico y moral dejaron el camino expedito para la aparición de la democracia. ¡Qué simpleza!”
Si hay un punto de divergencia entre la antigua democracia ateniense y la actual, afirma el autor desde su idealización, es que un ateniense no encontraría oposición en el interior de su sociedad respecto a las políticas que se siguen, aunque se sintiera defraudado por ellas y no las compartiera, se sentiría parte de ella.
Y es que no le faltará detalle al lector del funcionamiento de aquella Atenas tan idealizada, no solo político, también judicial, donde “el ejercicio de la función política era un terreno para la realización del ciudadano como sujeto portador de la soberanía, era el tributo en responsabilidad y esfuerzo que éste pagaba por poder gobernarse a sí mismo, una prerrogativa de hombres libres y un servicio honroso al conjunto de la sociedad. Y eso no se pagaba: la remuneración que se otorgaba no era otra cosa que una dieta para poder cubrir las necesidades básicas del día.”
Pericles claro, es otro de los héroes de “Grecia en el aire”, su gobierno, (443-429 a.C), que además de suponer la definitiva transferencia del poder al pueblo, incluye hitos como una esmerada organización de la flota o la construcción de la Acrópolis.
Y es que Olalla sostiene que en aquellos años los atenienses lograron para el pueblo legislación, gobierno y justicia, soberanía popular, y se dieron la oportunidad de realizarse plenamente como seres ‘políticos’ y en su digno propósito, vivieron demasiado para el Estado, pero se pregunta si nosotros, en nuestra acomodada renuncia, no estaremos viviendo demasiado para el sistema.
El autor está más preocupado en dotar de razón a su tesis ideológica que en la precisión conceptual y aplica conceptos políticos modernos como pueblo o ciudadanía a dos periodos históricos donde obviamente no tienen ni parecido significado, pero probablemente un ensayo tan dinámico como este sería irrealizable de otra forma y el lector rápidamente se dará cuenta de ello.
“La esclavitud no fue en modo alguno cimiento y condición para la democracia. Hubo esclavos, y mucho peor tratados, en infinidad de lugares donde nunca existió la democracia. Hubo esclavitud mucho antes de la democracia ateniense, y la gran esclavitud –como sistema- llegó precisamente después, con la supremacía y dominación de Roma (…) Y la democracia sigue siendo un proyecto inconcluso. Y sigue habiendo esclavos, más de treinta millones de esclavos (…) La esclavitud moderna –la que tiene ese nombre y la que no- es injustificable como supuesta condición para el sustento de nuestras aparentes democracias.”
Breves pero de agradecer son también las contextualizaciones de los grandes filósofos griegos, no carentes tampoco de lecturas personales, pero al fin y al cabo coincidentes en que la finalidad última de la polis en su conjunto, era hacer a los hombres más libres, felices, dueños de sí, y éticamente superiores.
De un enorme interés es la comparación entre la democracia ateniense y la República romana y en mi opinión deja algunas de las mejores páginas del libro, permítanme que me alargue en la cita:
“La ciudadanía griega fue para quien la tuvo una exigente prerrogativa de acción, de implicación y de responsabilidad política; la ciudadanía romana, en cambio, fue para la mayoría de quienes la ostentaron una mera salvaguarda de garantías jurídicas sin derecho a la participación real en la política. Desde entonces, somos más ciudadanos romanos que griegos, y las ‘democracias’ que ha habido hasta hoy en día descienden mucho más de la sangre del republicanismo romano que de aquel denodado proyecto ateniense cuyo nombre –atrevámonos a decirlo- se permiten seguir usurpando.”
Y es que en este salto tan discutible Pedro Olalla equipara al Imperio con los largos siglos de feudalismo que le siguieron al ser una aceptación generalizada del poder como prerrogativa vinculada a la nobleza de sangre y el olvido de toda pretensión soberanista del individuo. Y es que el autor afirma que “la democracia ateniense murió sin descendencia”.
El desarrollo posterior del concepto democrático que hace “Grecia en el aire” es disparatado en algunos momentos, entre otros motivos porque circunscribe el espacio y el tiempo de la política a aquello que refuta su tesis, y no obstante, deja abiertas puertas a la reflexión, y ello, que en un irrefutable, aunque pareciera casual reconocimiento a la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América por citar la ‘felicidad’ como finalidad vital, no puede evitar definirlo a ojos de hoy como un chiste:
“Por desgracia, nuestro sistema actual no tiene el objetivo político de la felicidad. Nuestro sistema es tan ajeno a eso y tan ineficaz siquiera de dar satisfacción a los derechos y a las necesidades básicas de la mayor parte de la humanidad (…) En esta falacia llamada globalización, lo único que se ha globalizado realmente es la explotación y la miseria.”
Grecia en el aire acaba en la Plaza Sintagma, como no podía ser de otra forma, después de denunciar como el pobre pueblo griego ha sido víctima de todo, de la maldad de la historia, de los imperios, y de las élites perversas. Llama al empoderamiento popular en un alarde mucho más propio de Ernesto Laclau que de Platón, no digamos ya de Aristóteles, de Hugo Chávez que de Solón, no digamos ya de Pericles, y desde luego, de Syriza y similares que de la democracia representativa, que con todos sus defectos, que son tantos, es la que mayores cotas de libertad, derechos y bienestar ha dado a la humanidad en toda su historia.
Me pregunto cómo sería este Grecia en el aire de Pedro Olalla si se hubiera escrito en estos días en los que personajes grotescos como Yanis Varoufakis o fallidos como Alexis Tsipras evidencian que el populismo del empoderamiento popular frente a las perversas élites es más una muestra del fracaso neoliberal que una reacción a él, una demostración de la desafección a la democracia que ha causado el desmantelamiento de las políticas emanadas de la socialdemocracia que una respuesta a ello.
Hace unos días, en La Vanguardia (http://www.lavanguardia.com/libros/20150529/54431502401/pedro-olalla-genocidio.html), Pedro Olalla mostraba una diferencia ambigua entre el mensaje de su libro y la realidad que Grecia vive estos días. Desde luego, sigue sin haber rastro de una verdad que convive mal con la ideología, y es que la realidad, debe ser previa a ésta, la ideología, para ser factible y Olalla aboga abiertamente por la salida del euro de Grecia:
“Grecia no tiene futuro dentro del euro. Y no tiene futuro porque no tiene soberanía para hacer una política diferente. Dentro de esas reglas, sólo se puede someter a las condiciones de sus acreedores. No hay experiencia histórica de un país que haya salido de una situación de endeudamiento como el que ahora sufre Grecia sin tener control sobre su propia moneda.”
Escribo estas líneas en plena lucha del gobierno griego con los organismos internacionales, europeos y mundiales, que le dotan de crédito y a cambio les exigen esfuerzos de austeridad incompatibles con el mínimo bienestar social.
Estas últimas frases tienen caducidad inmediata porque los acontecimientos inminentes crearán nuevos escenarios, pero ojalá en ellos, no estén ni pueblos mucho más responsables de sus males de lo que impone Pedro Olalla, ni élites cleptocráticas que los sometan, ni demagogos que les hagan renegar de los mejores días que la Democracia ha vivido y que ha hecho del pueblo ciudadanía.
La edición de la editorial Acantilado, como es ya norma en esa casa, excepcional y de su habitual buen gusto.
El lector interesado encontrará en el ya extenso índice de El
Polemista numerosas reseñas relacionadas con el tema o similares.
En EL Polemista también Populismo. El veto de los pueblos de Jorge Verstrynge, y, otra defensa del populismo: http://elpolemista.blogspot.com.es/2017/02/populismo-el-veto-de-los-pueblos-de.html
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