Las crisis alimentarias no son algo coyuntural: “desde la
instauración de la globalización capitalista y el consecuente desmantelamiento
de las políticas agrarias y alimentarias, el empobrecimiento es de carácter
estructural. La alimentación dejó de ser un derecho humano para convertirse en
un negocio, y en consecuencia el hambre, las intoxicaciones y los
encarecimientos explotan sin control por doquier.”
Así de claro es Gustavo Duch desde la misma introducción de
este No vamos a tragar (Ed. Libros
del Lince). Y es que estamos ante un libro que incide en la línea de anteriores
como Lo que hay que tragar ya
reseñado en El Polemista http://elpolemista.blogspot.com.es/2011/06/comer-animales-de-j-safran-los.html
o Alimentos
bajo sospecha http://elpolemista.blogspot.com/2011/12/alimentos-bajo-sospecha-de-gustavo-duch.html también aquí comentados.Y permítanme que cite del primero:
“La pobreza en el mundo es una pobreza que reside en el campo, precisamente a causa de modelos como éste, donde se agota la tierra con exigencias atroces y se imposibilita a los campesinos y las campesinas el acceso y control de los recursos productivos, vivir de su trabajo agrícola y crear un tejido rural rico y vivo”.
Y es que Gustavo Duch sostiene que el hambre es un problema político, una crisis generada a través de políticas destinadas a la producción exportadora de los países que la sufren y la destrucción de sus mercados y producciones interiores donde el campesinado genera cultivos comerciales para multinacionales que posteriormente venderán a esos mismos mercados generando la más absoluta pérdida de soberanía alimentaria. A ello contribuye la apropiación de tierras con fines agroindustriales y el control de zonas agrícolas en diferentes regiones del mundo, en muchos casos motivadas por la entrada de grupos privados de capital o fondos económicos con fines especulativos. Este acaparamiento, entre otras consecuencias, fuerza a miles de campesinos al desplazamiento y a la pérdida de su sustento: la tierra.
Y es que la falta de rentabilidad económica de sectores donde habitualmente se ejerce la especulación como la deuda pública o el sector inmobiliario ha empujado a los fondos de inversión al mercado de futuros alimentos que son junto al aumento de granos para los agrocombustibles motivos que explican el actual aumento de precios de materias primas para desgracia de los países que dependen de las exportaciones a causa de su pérdida de soberanía alimenticia y beneficio de las empresas de inversión y especulación.
De esta forma, la falta de alimentos no es el problema, y Duch atribuye el argumento de la necesidad de aumentar la producción a la justificación de semillas transgénicas o de ganadería intensiva.
“El hambre es un problema político, y lo mismo podemos decir de las otras crisis alimentarias. Es necesario dejar de apostar por un modelo agrario basado en el libre comercio y la exportación para hacerlo por otro que garantice la soberanía alimentaria de las poblaciones.”
El lector a través de las páginas de este No vamos a tragar. Soberanía Alimentaria: una alternativa frente a la agroindustria va a encontrarse con un innumerable catálogo de atrocidades alimentarias, y no solo relacionadas con la explotación del tercer mundo aunque manda la obesidad de las multinacionales de la alimentación, pero también interesará a quien esté preocupado por su seguridad alimentaria.
Y la defensa de la cultura campesina en la que el autor ve el futuro, también en nuestro entorno, este libro tiene mucho de manifiesto además de su contenido explicativo e informativo.
Y no esperen un capítulo dedicado a los transgénicos, Duch hace un muy discutible canto de victoria sobre ellos:
“Un fracaso en toda regla del que ya casi no habrá que hablar. La plaga transgénica –sus inversiones, sus tejemanejes y sus emporios que se iban a comer el mundo- , dos décadas después, cubre tan solo un 3% de la tierra agrícola mundial, circunscrita en cuatro o cinco países.
Por tanto, un 97% de la tierra agrícola del planeta continúa estando libre de transgénicos.
Sentimos decirlo, pero transgénicamente no hay nada que hacer.”
En fin, estamos ante un libro más
que recomendable sea cual sea la visión del asunto del lector, hay una denuncia
necesaria que independientemente de que se comparta o no el mensaje radical y
de ruptura de Gustavo Duch hay que escuchar y reflexionar sobre él.
Por cierto, es en clave muy
diferente y de un carácter mucho menos ideológico y más antropológico y local,
pero no puedo después de haber hablado de “cultura campesina” dejar de citar de
manera expresa La conservación cultural
de la naturaleza de Jaime Izquierdo Vallina que también tiene reseña en El
Polemista y que hará las delicias de todo aquel interesado en el tema: http://elpolemista.blogspot.com.es/2013/04/la-conservacion-cultural-de-la.html. No obstante, los temas medioambientales y de alimentación
se han tratado abundantemente en este blog y son varios los libros reseñados al
respecto.
No es el primer libro de la
colección ¡Vaya timo! de la editorial
Laetoli que llega a este blog, y
probablemente no será el último, y es que no hay superchería, superstición o
simplemente timo como su nombre indica que esté a salvo de ser desmontada en
ella, lo que por otra parte en una editorial que entre otras publicaciones
cuenta con una impresionante selección de autores de la Ilustración radical (de
alguno encontrarán reseña en El Polemista) no puede sorprender a nadie.
El fracking ¡vaya timo!
de Manuel Peinado además de ser un completo desmenuzado de todos los elementos
que rodean esta práctica energética advierte de un elemento esencial: además de
ser un peligro medioambiental, de seguridad y salud pública, tiene todas las
características de la burbuja financiera creada por las hipotecas subprime o su derivada hispana del
ladrillo. Lo que es lo mismo, una artimaña financiera además de una nueva
tecnología de perforación horizontal con multifractura hidráulica que permite
el acceso a yacimientos hasta ahora inaccesibles de gas natural.
El autor se posiciona desde un
primer momento: las reservas de petróleo de las que disponemos son limitadas y
es necesario reconducir la economía hacia necesidades esenciales cambiando en dirección a la
sociedad post-carbono sujeta a la menor disponibilidad que pueden aportar las
energías renovables. En este contexto no sobran las reflexiones desde el puro
sentido común:“… las compañías de petróleo y gas están en el negocio para extraer hidrocarburos al precio más barato y con la mayor eficiencia posible para que luego los consumidores paguemos el precio más alto que puedan conseguir. Si pueden ahorrarse dinero para incrementar sus márgenes de beneficio negándose a utilizar (o evitándolos) los controles ambientales adecuados, eso será precisamente lo que harán si no se les obliga, con independencia de que la zona en cuestión tenga que asumir los costes ambientales o los efectos negativos para otros sectores productivos.”
Y es que vivimos en el declive de los combustibles fósiles y es obvia la tensión y el conflicto geoestratégico que genera su abuso, para lo que Manuel Peinado advierte: no es la ecología ni la economía, ¡es la física estúpido!:
“Si un zorro necesita más energía para cazar una liebre que la que obtiene comiéndola, será lo suficientemente astuto como para buscar otra cosa para comer.” Vamos, que mantener la producción de petróleo y gas actual por medios convencionales requiere capitales no rentables a largo plazo por el coste de obtenerlo y hacerlo por métodos no convencionales como el fracking de gas y petróleo o mediante la producción de arenas asfálticas, biocombustibles, pizarras bituminosas… significa impactos ambientales crecientes.
Sí, a pesar del carácter riguroso y también técnico de este libro el lector no se aburrirá, no es el sentido de este blog abrumar con cifras y datos, pero les aseguro que El fracking ¡vaya timo! ha sabido encontrar el equilibrio en este sentido, la edición ayuda mucho a ello.
Magníficamente explicado cuales son los hidrocarburos convencionales y cuales no, la conclusión es contundente: el fracking, la nueva “revolución energética”, es poco rentable y ambientalmente muy agresiva.
Y saco esta frase de la introducción:
“la desgraciada experiencia de las hipotecas subprime apunta a que la revolución energética no es un maná caído del cielo, como proclaman los panegíricos de la industria petrolífera, sino una más de las maniobras que surgen de Wall Street para manipular el mercado financiero, caiga quien caiga y aunque ello conduzca a la Gran Recesión en la que estamos sumidos. Es algo que también deberían tener muy en cuenta quienes defienden la rentabilidad del fracking en nuestro país, que, como ocurre en toda Europa, no es otra cosa que la llegada a este lado del Atlántico de una práctica contaminante, ambientalmente destructiva y comercialmente desastrosa pero que, eso sí, llena los bolsillos de los especuladores habituales.”
No es fácil hacer reseña de un
libro con tantos elementos técnicos, pero el público español puede estar seguro
de que ya tiene a su disposición una obra capaz de desvelarle todas las
cuestiones que necesita saber sobre el fracking,
que como he comentado antes se ve arropada por una edición que no escatima
gráficos, fotografías… incluido el enlace para la descarga de más aspectos
tecnológicos y ambientales de este fenómeno que llega en plena locura de la
política energética, no solo en España donde circunstancias políticas y quizá
de intereses inconfesables hacen simple y llanamente impresentables, sino de un
mundo que parece ir directo al manicomio energético con las consecuencias que ello
van a suponer, al mundo en el que vivimos y a sus habitantes.
Dos excelentes libros que superan con mucho el espacio ideológico en el que podrían encasillarse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario