No creo que sea completamente inútil para contribuir a la solución de los problemas políticos distanciarse de ellos algunos momentos, situándolos en una perspectiva histórica. En esta virtual lejanía parecen los hechos esclarecerse por sí mismos y adoptar espontáneamente la postura en que mejor se revela su profunda realidad.
JOSÉ ORTEGA Y GASSET

lunes, 16 de julio de 2012

Donde Las Hurdes se llaman Cabrera de Ramón Carnicer, y la edición contra el olvido.


Magnífica noticia la reedición de Donde las Hurdes se llaman Cabrera por la editorial Gadir. Se cumple medio siglo de su primera edición (van siete) y sigue siendo un texto absolutamente imprescindible en la literatura de viajes española además de un referente en cuanto al relato de usos tradicionales y de la denuncia del abandono y el atraso de determinadas zonas de España hasta no hace tanto tiempo.
Ramón Carnicer, berciano que de no haber fallecido hace un lustro cumpliría este año el siglo, inició en el verano de 1962 -un año después de la publicación de su primera novela Cuentos de ayer y de hoy (Ed. Plaza & Janés)- un viaje por la comarca leonesa de La Cabrera (encajada entre las provincias de Zamora y Orense), por entonces una de las zonas más deprimidas del país si no la que más.
Así, comenzando por El Puente de Domingo Flórez y terminando en La Baña, Carnicer llegará por carretera hasta Castroquilame para desde allí iniciar la marcha a pie, la única forma de adentrarse en la Comarca en aquellos años. Las situaciones se suceden de manera maravillosa; Antonio Armesto y su fonda de Pombriego donde se cuentan historias de guerrilleros antifranquistas, “los huidos” que en esa zona tanta actividad y épica gozaron a las órdenes principalmente del mítico Manuel Girón:
“Los viajes a la ventana se suceden sin tregua y ha de permanecer en pie. La tensión es enorme, y hay un momento en que Armesto prescinde del tubo y ya no habla. Hace gestos indicadores de disparos, degüellos, prisiones, fugas y ahorcamientos que se duplican  fantasmalmente en la pared frontera, porque la luz eléctrica se ha estropeado y nos alumbra, puesta a mi lado, una lámpara de aceite.” Doy fe de que estas vivencias siguen siendo posibles en Pombriego y en toda La Cabrera aunque ahora sin el tamborilero Benigno que amenizaba entonces.
“Al dejar Santalavilla, los amagos de tormenta han desaparecido pero el calor es intenso y el aire permanece inmóvil, amodorrado. El camino se alza cada vez más sobre el Cabrera, hundido en la estrecha arista de las pronunciadas vertientes. A un lado y a otro hay unas cuantas viñas que prometen poco, y un centeno de alta paja y mísera espiga. En lo alto, robles; y enfrente, dos enormes sotos de castaños animando con lo amarillo de su flor la adustez del paisaje.” Esta joya de descripción les aseguro que sigue estando en toda su vigencia.
El relato de la miseria extrema continúa con mujeres y hombres que hacen enormes distancias en el medio más hostil para la simple subsistencia, y claro, un personaje tan singular como don Manuel, el cura de Odollo en Llamas de Cabrera ilumina la narración:
“Sentado en este basamento está don Manuel. La sotana, remangada hasta la cintura, deja ver unos pantalones de colorido complejo, tirando a pimentón. De los hombros de don Manuel desciende un roquete, muy largo porque en su origen debió de rizarse con almidón y hoy aparece liso en su perdida blancura. De su cuello, baja una estola de dos colores, fundidos por el sudor y la grasa en un gris indefinible.”
El personaje es impagable y de sus anécdotas es fácil hacerse una idea de la idiosincrasia del lugar y de su humor, un cura que saluda paseando a sus feligreses haciéndoles observaciones sobre sus vicios y costumbres de una ironía muy propia de un territorio de tanta influencia gallega. ¡Y Fermina!, la mujer que le cuida y las carnes podridas y conservas echadas a perder con las que se alimentan o las chinches que devoran al invitado en sus sueño.
Y de Odollo a Castrillo de Cabrera donde aparece Justina:
“En verano, aun se puede ganar un jornal, ir a una romería y echar un baile; pero en invierno, ¿sabe usted?, se acaba la comida, nos morimos de frío y no podemos salir de estas peñas. Y si una tiene que parir, revienta. Y si alguien se pone enfermo, se muere, porque el médico está muy lejos. Y si viene el médico es igual, porque la botica está a muchas leguas y las penicilinas esas que dan cuestan mucho y no tenemos dinero para comprarlas. ¡Y mire, mire como andamos vestidos y como andan esas criaturas!¡Y las vacas, más secas que una cabra!¡Maldita sea…!”
En Saceda la maestra doña Virginia, fuerte, alta y ya de pelo blanco, cuenta como son los partos en un pueblo “de pobreza inconcebible”:
“Pues de pie en la cocina. Allá está la parturienta tomando cuencos de chocolate desleído, hirviendo casi. Suda por cada pelo una gota, y mientras tanto, su marido y su madre, en los escaños o moviéndose de una parte a otra, lloran a gritos haciéndole coro. Constantemente entran y salen las vecinas, y para ayudarla al buen parto, la tocan y aprietan donde mejor les parece. Cuando al fin nace la criatura, la mujer ha de seguir en pie hasta librar; entonces la meten en la cama, y en seguida le dan una sopa de mantequilla muy fuerte.”
Nogar, Robledo, Quintanilla y el mozo Alberto, que con sus dieciocho años tiene un hermano trabajando en Francia y otro en Alemania y que en cuanto “salga de quintas” se irá también. Y es que lo mejor de la Cabrera en aquellos años seguía los mismos pasos, aunque para sus hermanas el mejor destino era “servir en Madrid”.
Y por fin La Baña, donde el primer auto llegaba cargado de vino de Galicia con mala fortuna porque no resistía la geografía del lugar y acababa volcando. Quizá fuera en esa precariedad donde se podían dar historias de curanderas del Bierzo que a falta de medios resolvían así las dolencias de sus pacientes:
“Pues que un vecino andaba mal de pecho, no se sabe si de los pulmones o del corazón. El caso es que la familia estaba cansada de traer medicinas de Truchas, y acordaron llamar a las curanderas de Villafranca. Vinieron y dijeron que se comprometían a curarlo. Entonces lo desnudaron de cintura para arriba y le pusieron un chaleco de pez y luego lo vendaron encima, bien apretado. A la mañana siguiente, estaba a la muerte y no había nadie capaz de arrancarle el pez, porque se le había agarrado a los pelos de la tabla del pecho. Aún duró dos días, y el médico no quería hacer parte y amenazaba con poner denuncia.” Al final a las curanderas no las volvieron a ver, y cuando el autor pregunta si hay mucho curandero en la zona la respuesta es: “Ahora, pocos; encañadores sí que los hay, en casi todos los pueblos.”
Carnicer se bañará en el Lago de La Baña, hoy tarea suicida porque solamente el camino es una salvaje y despiadada agresión al medio que las canteras de pizarra han propinado a un entorno degradado a niveles que cualquier sentido común consideraría intolerables.
El viajero regresará al Puente de Domingo Flórez pasando por Benuza donde su tabernero le aclara que su pueblo vale más que los “de arriba. Se cosecha mucha castaña y bastante patata, pero de un tiempo acá a la gente le da por emigrar y el pueblo se vacía. Allá ellos. Mejor para los que se quedan, porque así dejan las tierras malas y labran solo las buenas.” Si alguien le hubiera contado a aquel tabernero que los que emigraron entonces volvieron y serían los abuelos de los que se tienen que ir ahora probablemente no hubiera entendido nada. Pero también el médico de Benuza es fundamental en el viaje de Donde las Hurdes se llaman Cabrera:  
“El origen de todo –resume- está en la alimentación escasa y en la miseria en general, cuyas derivaciones más comunes son el bocio y el cretinismo (…) En cuanto al cretinismo, suele ir acompañado del bocio, y resulta frecuentemente de la miseria y de la consanguineidad, muy común aquí por el aislamiento y reducida población de las aldeas y por cálculos muy comprensivos en la sucesión a unos bienes vitales.” A la pregunta de cual es el tratamiento que se administra la respuesta es demoledora; “civilización”. Y es que ha sido la carretera y la mejoría de la calidad de vida la que ha logrado dotar a este territorio del contacto con el mundo necesario para superar su atraso.

En fin, como ya he dicho se trata de un libro tan necesario en lo literario como en lo antropológico o histórico. Es una joya de nuestra literatura que en esta edición de Gadir además goza de dos incentivos hasta ahora inéditos: el excelente prólogo de Julio Llamazares y las numerosas fotografías que realizó el autor en su viaje y que algunas de ellas aparecen por primera vez.
En su día y como respuesta a este libro, Ramón Carnicer fue acosado, insultado y amenazado  por poderes tan importantes en aquellos tiempos como el obispado de Astorga, el Gobierno Civil y el que era el órgano de ambos el Diario de León. En la nota del autor a la edición de 1985 (que también aparece en la que aquí traigo) Carnicer advierte que aunque las condiciones de vida han superado la parte fundamental del atraso de la comarca, son alarmantes la despoblación de la zona y el deterioro ambiental dos décadas después de su viaje. Desde entonces han pasado cerca de tres décadas más y la situación en este sentido es aun peor, agravada si cabe por la explotación incontrolada del territorio por parte de la industria pizarrera que si bien ha sido el medio de subsistencia fundamental en estos últimos decenios también ha supuesto el abandono de la economía tradicional de la zona y la causa de escenarios inaceptables como el antes descrito del maravilloso Lago de La Baña.
Acérquense a este libro antes o después de hacerlo a La Cabrera. En el primero van a encontrar excelente literatura y se adentrarán a uno de los infiernos que la España más profunda escondía en los años sesenta, y en la segunda, un territorio que pese al maltrato sufrido conserva gentes extraordinarias, rincones increíbles, contactos inolvidables con la historia y la antropología  –que les hablen cabreirés, variedad local del astur-leonés o antes de visitar Las Médulas recorran los canales que las alimentaban- y sobre todo, no dejen que ni La Cabrera ni este Donde las Hurdes se llaman Cabrera caiga en el olvido.




1 comentario:

  1. Estoy releyendolo y es un viaje en el tiempo ( no muy lejano ) a esa España profunda que muchos conocimos. Es magnifico

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