Es curioso el cambio en la relación que a lo largo de su
evolución ideológica sufre un lector de Fernando Savater con el paso del
tiempo. A ello contribuye el afán de protagonismo del filósofo, que si bien
cuando es provocador es estimulante, puede
llegar también a rozar el ridículo en el intento (miren Tauroética, Turpial 2010).
No es el caso en este ¡No
te prives! Defensa de la ciudadanía (Ed. Ariel), se trata de un auténtico
ejercicio de racionalismo jacobino llevado a la situación actual; es una recopilación
de textos publicados en diferentes medios de comunicación (El País, Tiempo, El
Correo, Diario Vasco…) que llegan en el tiempo hasta la reciente abdicación del
Rey y el debate generado sobre la
reforma de nuestra forma de Estado.Ya el prólogo del propio autor es un texto que da cuerpo al conjunto, no tiene desperdicio, es un ejercicio de lectura crítica, razonada y sosegada de un gran valor:
Fernando Savater se muestra indignado por el trato y la manipulación de la idea de ciudadanía en un contexto de desinterés e ignorancia al respecto:
“… quienes más se llenan la boca proclamando la importancia de los ciudadanos y exaltando su derecho a decidir, son los que más activamente desconocen sus libertades para supeditarles a entidades fabulosas como “pueblos”, “identidades” y otras restricciones colectivistas de su verdadera capacidad emancipatoria.”
La ciudadanía democrática es un reconocimiento por el Estado del que nos hemos dotado de nuestros derechos, deberes y garantías y no están basados en la identidad cultural, étnica, ideológica, religiosa o racial, sino como miembros de una institución constitucionalmente vigente que establece las reglas del juego con las que operamos. Esa ciudadanía constitucional es el marco de la obligación política que caracteriza la democracia moderna y que ha logrado el máximo histórico de libertad personal institucionalizada colectivamente. En el caso español, la Constitución es su institucionalización fundamental, podría ser modificada siguiendo los requisitos legales para ello, pero en ningún caso puede ser vehículo de identidades preestablecidas en lugar de la posición de partida para adquirirlas personalmente a partir de la ley común, lo contrario sería renunciar a ser ciudadanos con libre elección para convertirnos en nativos o creyentes.
Savater es crítico con quienes diferencian a la ciudadanía de los políticos culpando a los segundos en exclusiva de la desafección, “en democracia políticos somos todos”, de la desconfianza que genera el Estado y la mitificación de los lazos afectivos frente a los legales y lamenta especialmente el olvido de los requisitos de nuestra ciudadanía en las pretensiones separatistas de los nacionalismos catalán y vasco:
“De este malbaratamiento de la ciudadanía frente a los nacionalismos disgregadores, yo no puedo por menos de culpar especialmente a los partidos de izquierda. Siempre he considerado a la derecha proclive a creer en una nación anclada en el pasado, hecha de tradiciones, héroes y agravios mal curados, sea una nación ya convertida en Estado o que aspira a serlo(…)Pero son los partidos de izquierda, si son verdaderamente progresistas (ya sabemos que todas las izquierdas no lo son), deberían tener sus raíces en el futuro, no en el pasado, y apostar por un Estado pluralista en el cual lo distintivamente nacional forma parte de la cultura pero no determina la política: es decir, que viene después de la ciudadanía constitucional, no antes.” Y pone como ejemplo lo ridículo que supone observar a quien considera a la monarquía “una antigualla solo aceptable” por pragmatismo pero no aplique el mismo rasero a los “derechos históricos” o a los “pueblos preconstitucionales”. Cita en concreto la para él decepcionante actuación política de los socialistas tanto en Euskadi como en Cataluña, en este segundo caso siendo obvio que quizá Rajoy no sea capaz de resolver la situación (sus críticos en este campo tampoco), pero tampoco la ha creado él.
En ¡No te prives! Defensa de la ciudadanía Fernando Savater plantea, en primer lugar, defender sin remilgos ni circunloquios a España, no desde casticismos (héroes, batallas, glorias históricas, deportivas… que son equivalentes históricos a las leyendas, victorias y victimismos históricos, étnicos…) sino como el Estado de derecho que sirve de anclaje institucional a nuestra ciudadanía, más allá del afecto cultural o sentimental que cada cual pueda sentir legítimamente por ella. Apela a Julián Marías en su genial comparación, formar parte de una nación no implica ser nacionalista como tener apéndice no implica padecer apendicitis. En cuanto al “derecho a decidir” es algo consustancial a la democracia misma, no así el derecho a decidir de una parte por todos en asuntos de interés general como la independencia de Cataluña.
“Entender una ciudadanía mediatizada por regiones o corporaciones ideológicas pre-estatales es volver a una democracia orgánica, o sea, a la pseudodemocracia inventada por el franquismo.”
Aplicar las leyes y hacerlas cumplir no es incurrir en una tiranía, esta corresponde muy al contrario a quienes pretenden saltarse leyes e instituciones porque no le agradan, y aunque no sean propiamente violentas, tampoco son pacíficas puesto que obligan a la autoridad democráticamente constituida al uso legítimo de la fuerza o a la rendición ignominiosa.
“No estamos viviendo un pulso entre el Gobierno y los nacionalistas, sino un jaque a los derechos y libertades de cada uno de nosotros…”
Pues el lector de esta reseña puede hacerse a la idea del valor del contenido de este ¡No te prives! solo con ver el del prólogo, después vienen más de cuarenta artículos sin desperdicio, una primera parte dedicada a asuntos generales, una segunda al País Vasco y el paisaje tras ETA, y la tercera sobre el conflicto creado por el nacionalismo catalán.
Algunas muestras:
Indignación a la española: “La indignación no basta. Como señaló Spinoza, lo importante no es detestar o aplaudir, reír o llorar, SINO ENTENDER. Más Spinoza y menos Hessel, por favor.” En El Polemista reseña y crítica en su día de ¡Indignaos! (http://elpolemista.blogspot.com.es/2011/03/indignaros-de-stephane-hessel-y-los.html) y de ¡Comprometeos!(http://elpolemista.blogspot.com.es/2011/06/comprometeos-de-stephane-hessel-y-los.html ) de Stéphane Hessel.
Más polémico si cabe, allá donde Savater necesitaba provocar más que hacer pedagogía y parece olvidar que históricamente es demostrable que el mayor grado de descentralización en España ha coincidido con sus mejores cotas democráticas, especialmente en las últimas décadas, lo que no quita que la flexibilidad en la observancia normativa siempre beneficie a quien la vulnera, lección que es mejor aprender por error en positivo que en negativo por ruptura:
“A mi entender, uno de los motivos de este aburguesamiento educativo es la puesta de la escuela al servicio de una interpretación balcanizante y neocaciquil de las autonomías. Lo que se imaginó como una descentralización que agilizaría la gestión regional y consolidaría el efectivo pluralismo del país se ha convertido en la multiplicación contrapuesta de miniestatismos que abogan por la diversidad hacia afuera y el monolitismo hacia adentro.”
Fernando Savater provoca y también da, bromeando con sus propios argumentos se podría decir que obviamente no es violento pero obliga al uso legítimo de la violencia reflexiva o a la rendición; tras la muerte este 2014 de Adolfo Suárez, Presidente del Gobierno de España (1976-1981):
“Mucha de la gente que ha lamentado públicamente la muerte del ex presidente (dejemos de lado a los plañideros oportunistas y a la gentuza que le ha negado el mínimo silencio respetuoso porque no aguanta ninguna unanimidad que refuerce la convivencia democrática) ha deplorado que ahora haya políticos como él, de los que se ocupaban de las necesidades del pueblo. Por mi parte, lo que echo en falta es más bien aquel pueblo de ciudadanos aún sin ciudadanía que respaldó y posibilitó la Transición, ese pueblo que comprendía las necesidades de la política y computaba como triunfos las concesiones de los políticos siempre que fueran positivamente conciliadoras…”
Y el filósofo vasco valiente, que ante la inmundicia de ETA y su entorno siempre ha dado la cara (y perdón por la extensión de la cita, pero lo merece):
“¿Hay que aprender a convivir, como aseguran algunos? Es una recomendación bastante ofensiva para la mayoría de los vascos, que hemos convivido y convivimos normalmente con quienes tienen opiniones distintas a la nuestras. Los que han pretendido impedir la convivencia son unos cuantos: los terroristas, los apologetas de los terroristas y los que se han dedicado a embrutecer a los jóvenes a fin de conseguir carne de cañón para el terrorismo. Antes nos vendieron la inevitabilidad del conflicto armado y ahora van a vendernos la del conflicto político, que consiste en presentar su proyecto de país -discutible siempre y a veces delirante- como un derecho inalienable sin cuya aceptación toda paz será incompleta; y exigir diálogo, que en su lenguaje viene a ser sentarse en una mesa servida por ellos y darles resignadamente la razón. Pues va a ser que no. Aquí estamos los que -desde la convivencia, claro- nos esforzaremos porque tampoco esta vez se salgan con la suya.”
Y del “derecho a decidir” tan repetido desde el metalenguaje que el nacionalismo catalán se niega a llamarlo por su nombre, derecho de autodeterminación:
“…que en realidad consiste en la exclusión del derecho a decidir del resto de los españoles sobre algo que les afecta indudablemente, como la posible independencia de Cataluña. Según tal planteamiento, es impecablemente democrático que una gran mayoría de los ciudadanos del país del que hasta hoy forman parte –y no precisamente desde ayer– deban verse privados de voz y voto respecto a una pérdida crucial de su soberanía. Creo que hablar de individualismo colectivista insolidario y posesivo no es muy desacertado para caracterizarlo.”
¿Y quién se resiste tras tan larga reseña a citar su epílogo Hacia una Europa de ciudadanos? :
“La ciudadanía por la que merece la pena luchar es aquella según la cual el individuo obtiene derecho a la participación política, la protección social y los servicios básicos sin abstracción de cualquiera de sus determinaciones previas genealógicas, étnicas, culturales, de género, etc…Se es sujeto de derechos y deberes no por ser alguien predeterminado sino como cualquiera y como todos, sin que se le pregunte a nadie quien es sino solo si se compromete a cumplir las leyes que le permitirán compartir el presente y el futuro con los demás. Una vez que acepte este fundamento común de ciudadanía, está en libertad de elegir sus identidades sucesivas y revocables en materia política, religiosa, cultural, erótica, etc…”
Alguien imaginó a Fernando Savater cual “sans culote”, con la escarapela y un libro de Voltaire bajo el brazo, la máxima expresión del jacobinismo, y estoy seguro de que aquella imagen le hizo feliz, como también lo estoy de que nos hace falta creer más en los Estados democráticos creados para garantía de ciudadanos libres e iguales. Así se explica que este ¡No te prives! Defensa de la ciudadanía en portada e interiores no deje de repetir la frase: “A todos los ciudadanos que no quieren dejar de serlo”.
Este libro aporta especialmente por el momento, es decir, es
un libro de absoluta actualidad y necesario para todos aquellos que renuncian
al ejercicio racional de la realidad en favor del sentimental para más allá del
acuerdo o desacuerdo encontrar un espacio de reflexión, y desde luego para
quienes gocen del “revolcón” intelectual sea cual sea su diferencia con el
autor. Y ello destacando que una vez más, el diagnóstico de Savater, pretende
hacer realidad máximas que sin algunos de los elementos subjetivos que él
repudia no sería posible llevarlas a cabo.
España vive un momento donde son posibles verdaderas
penalidades del sentido democrático como nacionalismos periféricos liderados
por personajes como Artur Mas, ya en pleno desinflado desde su teatralización
de consulta el pasado nueve de noviembre y la constatación de que ni en las más
extremas condiciones de movilización que incluían la campaña total y absoluta, visitas
puerta a puerta, llamadas telefónicas a todo votante potencial, invasión del espacio
público y la casi obligatoriedad de participación incluida la tergiversación de
censos, datos, localizaciones y recuentos (se ampliaba el voto a menores de dieciséis
años y se incluían en el censo a cientos de miles de inmigrantes, y tanto la
elaboración de la supuesta pregunta, el desarrollo electoral, el procesado,
vigilancia y recuento lo realizaban sus organizadores partidarios de una única
opción), no lograba ni un triste tercio del censo catalán real en lo que
resulta una constatación contundente de lo minoritario del independentismo en
Cataluña, y lo que representa a populismos mesiánicos negadores de la
democracia representativa, “ni de izquierdas ni de derechas” (nada que ver con
la orteguiana diferencia entre “ser” y “posicionarse” personalmente en el
espacio ideológico), del pueblo
frente a la casta, férreamente
liderados por “juventudes innovadoras”…, y no, no les hablo de los falangistas
de los años treinta, les hablo de Podemos, un fenómeno que aunque tengo claro
que será efímero, no deja de ser representativo del momento que vivimos. ¡Pero
lo peor es que no hace falta irse a ocurrencias o alternativas consecuencia de
la crisis para constatar el nulo valor que hoy tiene la condición ciudadana!Y algunos, aunque lo hagamos desde posiciones nada ruidosas, no renunciamos a nuestra ciudadanía ni a la de nuestros conciudadanos, y seguiremos defendiéndolas aunque sea polemizando con libros aquí, en El Polemista.
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