Es probable que la tensión entre ambas potencias regionales abra una nueva etapa tras la respuesta de Teherán -por primera vez Irán está atacando a Israel directamente desde suelo soberano iraní- al ataque israelí al consulado en Damasco que causó varios muertos de altos mandos militares de la Guardia Revolucionaria. Ahora se incrementa el temor a una escalada militar y obviamente esta siempre es posible, pero creo que asistimos a la imposición de un nuevo status quo en el cual:
-Israel
mantiene con sus aliados occidentales su posición de fuerza militar dominante y
vigilante.
-Irán
sostiene una guerra intermitente pero como amenaza permanente a través de sus
milicias afines en Líbano, Siria y Yemen dejando abierta siempre la posibilidad
de enfrentamiento directo y sobre todo, en donde reside su fuerza real, su
capacidad de paralización y colapso de la región incluyendo sus flujos
mundiales energéticos y comerciales.
La
cuestión puede ser sostenible durante un tiempo indefinido, la cuestión pasa
por la asunción de ese papel por todos los actores y en principio las presiones
exteriores a día de hoy serían partidarias de ello, pero muchos de los
conflictos intermedios continúan abiertos y algunos de forma imprevisible. Si
el de Palestina parece encaminado a estar “controlado” por Israel más allá
de sobresaltos puntuales, la situación en Siria o Líbano nunca lo van a
estar y siempre cabe la posibilidad de imprevistos; la estabilidad de
Estados limítrofes no estaría tan garantizada como podría pensarse y una
vez más serían susceptibles de influencia en otros fuera de Oriente Medio.
Pero
2024 promete cambios más profundos: la inviable situación de Benjamín
Netanyahu en su propio país -solo sostenido en el poder en su papel de “señor
de la guerra” con más de dos tercios de los israelís exigiendo su salida y
rendición de cuentas judiciales por numerosos cargos- y la incertidumbre ante
lo que podría venir; este punto es complejo, lejos de lo que puede pensarse en
Occidente la de Israel, y por extensión buena parte de la Judía, son hoy
sociedades o colectivos vigilantes y en alerta, en principio predispuestos al
uso de la fuerza para lo que entienden su defensa.
También
la probable incertidumbre que pueda surgir sobre un Irán en horas bajas y
con el régimen de los ayatolás en clara pérdida de popularidad, lo cual en
Teherán siempre supone un interrogante por la cantidad de corrientes “subterráneas”
que podrían estar produciéndose en un sistema que ya no está tan blindado y
garantizado como lo estaba hace una década.
Y
claro está, los terceros que pueden tener gran influencia, las elecciones en
EEUU podrían deparar en la vuelta de Donald Trump al poder, aunque esto que
hoy genera tanto pesimismo podría no ser tan determinante si todas las
partes asumen el “nuevo orden” que comentaba anteriormente.
Por
su parte también esa “estabilidad conflictiva” se podría entender como un
mal menor para el resto de Estados implicados directa o indirectamente,
potencias a diferentes niveles como China, Rusia, Turquía, Egipto,
monarquías del Golfo… también considerarían asumible la circunstancia de
riesgo de la que hablo.
En
fin, lo difícil a pocas horas de un ataque de la magnitud del realizado por
Irán y el salto que ello supone -por la invasión e intercambio directo entre
ambos ejércitos- sería más fácil la previsión de un desastre y obviamente hay
que estar preparado para que de forma voluntaria o fortuita se produzca, pero
francamente me inclino por la vía de la “tensión controlada y estable”. Aunque,
y esa es una posibilidad que podría darse más pronto que tarde, en la mente de Netanyahu
la intervención masiva sobre Hezbolá en Líbano está asegurada y provocara un
repunte en los riesgos.
Foto emblema del Cuerpo de la Guardia de la Revolución Islámica (IRGC, por sus siglas en inglés) y del gabinete de guerra israelí ante la crisis (EFE).
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