Durante siglos la maldición del oscuro Cam, el hijo de Noé que demostraba la señal divina de la bajeza y por ello penitencia de los negros como criaturas venidas al mundo para servir nos dieron cobertura religiosa para esclavizarlos. La Ruanda alemana, durante el siglo XIX consideró y dividió a hutus y tutsis como “razas”, aunque entre ellos se diferenciaban como (simplificando) tutsis, más ricos por poseer el ganado, y hutus más pobres. La monarquía así recaería en los primeros.
Tras
la IGM Bélgica se hará con el país hasta su independencia en 1960, periodo en
el que explotaron la división entre ambos grupos hasta enfrentarlos, tanto que
una década de esta derrocaron a los tutsis para imponer en el poder a los hutus
tras la persecución de los primeros. Fue su primera gran diáspora de Ruanda, un
aviso de lo que vendría después.
El
6 de abril de 1994, el asesinato de los presidentes de Ruanda, Juvénal
Habyarimana, y de Burundi, Cyprien Ntaryamira, ambos hutus, desencadenaron
el genocidio orquestado por extremistas que instigaban al exterminio
de la población tutsi. Fueron más de tres meses de llamada generalizada a
la mayoría hutu de la eliminación total, con la pretensión de la
desaparición absoluta de los tutsis, hecha desde poderes y medios de
comunicación. Fueron asesinadas más de 800.000 de personas y violadas en
masa las mujeres como estrategia de impedir la continuidad de la raza.
En
todo ello el papel de algunos países occidentales, entorpeciendo la
búsqueda de justicia para las víctimas y la lucha contra la impunidad de
los asesinos y sus instigadores, muchos de los cuales siguen gozando de
libertad, son parte de este tristísimo episodio (las asociaciones de víctimas consideran que hay entre 100 y
300 culpables acogidos en Francia en mayor medida por poner un ejemplo, hay
acusaciones directas contra las tropas francesas de participación indirecta en
las matanzas, la llamada “operación Turquoise”). Fueron juzgados algo
más de 80 implicados, condenados un tercio, ahora está cumpliendo prisión
Hassan Ngeze, director del periódico Kangura (que sirvió para propagar el odio
hacia los tutsis).
La
llegada al poder del tutsi Paul Kagame Frente Patriótico Ruandés (FPR), supuso una superación
en buena parte.
Se hicieron juicios sumarios con
condenas a muerte y hubo un éxodo masivo de dos millones de personas por miedo
a las represalias.
La
de Ruanda fue la primera sentencia penal internacional que condenó un caso de
genocidio, el dolo especial de destruir en todo o en parte un
grupo nacional, étnico, religioso o racial como tal.; además
estableció principios
de especial importancia en relación a este delito, incluyendo elementos
esenciales como la violencia sexual: “constituyen genocidio de la misma forma
que cualquier otro acto cometido con la intención de destruir, total o
parcialmente, a un grupo específico, como tal. En efecto, la violación y
la violencia sexual constituyen lesiones graves a la integridad física o
mental de las víctimas e incluso son una de las peores formas de causar daño
a la víctima ya que él o ella sufre al mismo tiempo daño físico y mental”.
Hoy
más que nunca, es necesario poner en valor el concepto de genocidio, su mal uso
no es tanto una cuestión de poner en mayor o menor nivel una matanza o agresión
a un grupo, sino el impedir que el concepto “Genocidio” no pierda su
significado y diferencia figuras de crimen internacional, siendo diferente
la voluntad de expulsión de un pueblo, étnica, raza… de un territorio o de la
represalia por algún tipo de ataque o circunstancia con el dolo a la hora de
intentar la liquidación y desaparición total de este más allá de un territorio.
Foto Félicien Kabuga, acusado de genocida en Ruanda, en La Haya en una imagen difundida el 29 de septiembre por el Mecanismo Residual Internacional de los Tribunales Penales. HANDOUT (AFP)
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