La guerra de Ucrania lejos de ceder se alarga, la inesperada y exitosa resistencia ucrania se mantiene, no tiene visos de cesión y en el mejor de los casos para Putin aunque pudiera mantener algún territorio –incluido Crimea- el precio será muy alto: la absoluta pérdida de posición rusa en la Sociedad internacional hoy ya convertida en Estado paria, el fracaso innegable de su acción militar práctica a día de hoy y previsible, la conversión de Vladimir Putin de aliado a enemigo… y lo peor para Rusia: ha dotado al territorio, Ucrania, que iba a someter, en un Estado con identidad propia y los elementos necesarios para consolidarse en ello: enemigo Exterior, historia épica, héroes nacionales, simbología propia, reconocimiento internacional… todo aquello que Putin les negaba y que convierte su “operación especial” en una guerra perdida incluso en el caso de lograr alguno de sus objetivos. Sin el menor pudor dice el ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov, sobre sus bombardeos sobre objetivos civiles: “Desactivamos las instalaciones energéticas [en Ucrania] que les permiten a ustedes, a Occidente, alimentar a Ucrania con armas mortales para matar a los rusos; así que no me digan que Estados Unidos y la OTAN no están involucrados en esta guerra. Ustedes están directamente involucrados no sólo suministrando armas, sino también entrenando al personal militar.”
José María Faraldo, gran especialista con notable bibliografía al respecto, explica el cómo y el por qué, la forma en la que hemos llegado al 22 de febrero de 2022 cuando los tanques rusos invaden Ucrania con una Z blanca pintada en su blindaje y generando movimientos de adhesión en Rusia a dicho símbolo. Este Sociedad Z. La Rusia de Vladimir Putin (Báltica Ediciones) explica cómo se ha llegado en Rusia a esto y los rusos han aceptado el programa imperial de Putin. Y es que ya en 1993 Boris Yeltsin acaba con los avances de la perestroika imponiendo una Constitución presidencialista que acaba en régimen autoritario que Putin ha llevado al extremo: “… el autoritarismo se ha convertido en totalitarismo, la progresiva incursión del régimen en cada vez más ámbitos de la vida de los rusos ha degenerado en un sistema en el que el individuo -está de nuevo- por debajo del Estado y de la idea de Estado.”
Faraldo en este pequeño ensayo nos explica desde Gorbachov hasta hoy sin dejar atrás la propia historia y cultura rusa dónde estamos ahora, un país que en la perestroika veía cómo se desmontaba un sistema socialista para convertirlo en un capitalismo popular que fue aplastado por mafias y oligarcas que se enriquecieron de forma brutal, violenta y sumiendo a Rusia en un completo delirio de corrupción, desigualdad en un contexto en el que mientras el país se abría a elementos culturales, sociales y políticos más abiertos comenzaba su camino al desastre que se consolidó con los cambios que impuso Boris Yeltsin. “Los antiguos países socialistas se llenaban de “asesores” con la cartilla neoliberal muy bien aprendida… importaba que surgiera cuanto antes la propiedad privada y que quienes se enriquecieran se convirtieran en los motores de la economía. No se dieron cuenta que eso solo impulsaba monopolios, algunos inmensos, que provocaban luchas de poder salvajes entre sus actores y que se saldaban con una violencia que tomaban como rehén a la mayoría de población. La intervención de esos “asesores”, la introducción de compañías extranjeras de índole extractiva, interesadas solo en sacar beneficios, la aparente indiferencia de “Occidente” en los sufrimientos de los rusos hizo que para buena parte de la población tanto las palabras “Occidente” como “democracia” fueran vistas con recelo, resentimiento e incluso odio.” No deja de ser paradójico un Putin en 1993 encargado de relaciones exteriores del Ayuntamiento de San Petersburgo declarando “una dictadura como la de Pinochet” como ideal para Rusia por ser una violencia necesaria que serviría para proteger el desarrollo económico capitalista. Este es el caldo de cultivo donde crecen individuos como Putin, no deja a parte elementos de la cultura de los rusos que mantenían rasgos soviéticos de apatía social, miedo al poder, fe en el derecho del más fuerte, dependencia del Estado como proveedor de bienestar y total desconfianza ante la ley, sumado a elementos identitarios de los rusos como la desconfianza hacia el otro y su creencia en el sufrimiento y sacrificio como intrínseco a ellos. En algún momento el oligarca ruso parecerá que da un respiro como en la etapa Medvéded, pero será efímera. Antes, en los años noventa Putin argumentó sus guerras como una respuesta a la presión de la OTAN. Pero occidente no lo veía, el ruso no puso grandes obstáculos ante las ampliaciones de esta hacia el Este, Rusia parecía, como declaraba la Alianza Atlántica, un “socio estratégico”. Saltando en el tiempo asistimos a la destrucción de toda libertad de prensa, destrucción de la cultura prooccidental o alternativa y una vuelta desde una visión nacionalista atrás en un rechazo absoluto a todo lo que pueda parecer occidental y una reivindicación de cuestiones incluso superadas por la URSS como la Iglesia Ortodoxa –importante en este punto su ruptura con las iglesias ortodoxas ucranianas antes independientes y desde 2018 fusionadas en una sola rama reconocida por el patriarcado de Constantinopla en oposición de Cirilo, el patriarca moscovita totalmente entregado a los proyectos imperiales de Putin- que ha sido inequívoca aliada en la masacre en Ucrania.
“Vladimir Putin no es un neocomunista que intente revivir la doctrina Brézhnev de la soberanía limitada. Tampoco es un nacionalista sin más. Durante décadas, Putin ha evitado referirse en público a los rusos como etnia. Su discurso fue siempre el de una Rusia multicultural, aunque liderada por los rusos. En eso, intentaba conciliar la vieja idea soviética del pueblo ruso como vanguardia de una URSS plural con las percepciones del país que surgieron de la democracia radical de los años noventa.” Así se incorporan coberturas ideológicas contradictorias, califica de fascista a todos sus enemigos cuando su patriotismo reaccionario de rasgos xenófobos y su culto a la violencia y al militarismo bien puede ser fascismo.
Sociedad Z. La Rusia de Vladimir Putin está escrito este pasado verano de 2022, y aunque perciba en los rusos un incremento del sentimiento de alienación con respecto a Europa, advierte que no tiene por qué ser siempre así.
Este libro es un verdadero torrente de información y concepto en espacio mínimo, 137 páginas más otra de bibliografía, no pasa por alto ni acontecimientos ni personajes pero igual que al lector no iniciado en el tema le abrirá a ese mundo, al bien informado le permitirá hilvanar los hechos de una forma que aporta de manera muy importante. Sociedad Z es un libro necesario que ojalá tenga continuación cuando los hechos hayan avanzado a otro contexto. Por su parte la edición de Báltica ideal para el texto en cuestión.
Yo soy pesimista, me temo que vamos hacia una guerra de
larga duración con intensidades mayores y menores dependiendo del momento, al
menos mientras Putin crea que tiene tiempo para ello, creo que esa percepción
será clave en su forma de actuar. Traté aquí en El Polemista la cuestión de
Ucrania entre otras ocasiones en Ucrania
y Rusia: evolución y contexto del conflicto, de Jorge Navarro, Rusia frente a
Ucrania, de Carlos Taibo, y el estado de la cuestión https://elpolemista.blogspot.com/2014/06/ucrania-y-rusia-evolucion-y-contexto.html
y podrán encontrar más entradas al respecto.
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