Lo primero que va a sorprender al lector de
Historia religiosa del Occidente medieval
(Ed. Akal) es el título, ya que no solo no se trata de una historia religiosa
de Occidente, es que en algunos aspectos tampoco lo es de la cristiandad
occidental, más bien lo es de la Iglesia cristiana. Y es que probablemente en
ello hay una verdadera declaración de intenciones, aunque como era esperable en
uno de nuestros más insignes medievalistas, José Ángel García de Cortázar, el
resultado es fascinante.
Tras una pequeña introducción que abarca desde el año 30 al
313 donde se construyó buena parte del edificio doctrinal, ritual e
institucional del cristianismo, el autor divide el cristianismo medieval en
cuatro etapas:
La primera transcurre entre el año 313 (Edicto de Milán, Constantino y Licinio
acuerdan libertad de culto al cristianismo), hasta el 604 (final del
pontificado de Gregorio Magno). En este periodo se conforman las doctrinas
teológicas y antropológicas del cristianismo, se asienta su presencia
administrativa (circunscripciones), física (templos) y mental (control de devociones
y del tiempo), primero en el Imperio, para después proceder a la
cristianización de campesinos y bárbaros fundamentalmente en manos de los
monjes que afrontaban la progresiva desarticulación de las estructuras
administrativas del Imperio tras la entrada de los bárbaros a comienzos del
siglo V y la paulatina fusión de las sociedades romana y germana en los que
empezaban a ser los reinos romanogermánicos de Occidente.
El periodo termina con el papado de Gregorio Magno fruto de
una estrategia política como proyecto religioso y eclesiástico de gran amplitud
que llamaba a la puerta de nuevos espacios que al situarse al norte y oeste de
Europa anunciaban un equilibrio diferente entre el Mediterráneo y las regiones
atlánticas. Y una prueba de ello:
“No es extraño que, cuando dos siglos más tarde la
construcción carolingia revalidó ese nuevo equilibrio, la iglesia franca
eligiera el nombre del papa Gregorio para cobijar con autoridad indiscutida
tanto el canto eclesiástico como una serie de oraciones litúrgicas de las que
solo algunas pudieron haber sido compuestas por el pontífice.”
El autor, que a esta primera etapa la ha llamado “un reino
que no es de este mundo”, lleva la segunda hasta el Cisma de Oriente y las
excomuniones mutuas de Miguel Cerulario y cardenal Humberto de Silva Candida.
“El reino es de Europa” y se fijarán los límites y contenidos de una
cristiandad latina. Se construirá la Cristiandad carolingia y a través de ella
la organización de una sociedad cristiana que a su vez sufrirá la dispersión
pero también la renovación monástica con irrupción de órdenes como la
cluniacense (aunque en un libro como
este, donde no falta matiz, se advierta que solo a partir de 1200 sea admisible
en este caso la sustitución del término
Eclessia
por
orden).
Así, los comienzos de la ampliación de la Cristiandad se
relacionan con la actividad guerrera desplegada a finales del siglo VIII por
Carlomagno contra sajones y ávaros, que dejaron como secuela la difusión del
cristianismo por tierras de escandinavos, eslavos y húngaros.
No faltan en el análisis del periodo lo que García de Cortázar
divide en cuatro manifestaciones heréticas. La primera, vinculada a las
expectativas apocalípticas del nuevo milenio, una segunda de “los herejes de
Orleans” y su ejecución oficial (no se producía hecho semejante desde el
asesinato de Prisciliano en el 385), la tercera también vinculada al dualismo
maniqueo y que el autor se cuida a la hora de vincular con el clamor favorable
a la reforma de la Iglesia y que la jerarquía episcopal simplemente aplastó, y
la cuarta no tanto vinculada al componente moral y antijerárquico y mucho más
vinculado al debate teológico
sobre la “presencia
real” de Cristo en la eucaristía.
La obra culmina el periodo con la ruptura y los
desencuentros entre Roma y Constantinopla:
“…doctrinales (arrianismo, iconoclastia,
Filioque), disciplinares (celibato de
los sacerdotes y afeitado de los clérigos occidentales), litúrgicos (tipo de
pan consagrado, ayuno en ciertas fechas, formas de celebración de la
eucaristía) y, sobre todo, culturales (latín frente a griego) y políticos
(celos entre las sedes romana y constantinopolitana…”
Y ya estamos en “El reino es de la monarquía papal” que
llegará hasta el 1277 (condena contra el averroísmo). La Iglesia se reforma
desde el papado y se fortalece institucional y espiritualmente en la figura del
sacerdote a través de la implantación territorial y social de la Iglesia-institución:
“La creación de la malla eclesiástica por parte de la
Iglesia romana, que se consagró como red de nuevos espacios sociales, formó
parte de uno de los tres pies del trípode de socialización que la reforma
gregoriana puso en marcha o, al menos, fortaleció decisivamente desde finales
del siglo XI. En concreto, el pie (de gobierno y administración) de la monarquía
papal. Los otros dos fueron: el pie de la especialización de lo sagrado, esto
es, la continua propuesta de lugares y objetos en que lo sacro se concentraba;
y el pie de la espiritualización, que hay que entender en un doble sentido, a
saber, el puramente personal de la búsqueda de perfección a través del
ascetismo y el social que se esforzó en encuadrar las relaciones tanto carnales
como sociales dentro de un marco de referencias espirituales cuya
interpretación correspondía a unas autoridades eclesiásticas idealmente
desligadas de cualquier atadura material.”
Se despliega el apostolado urbano, cuestiones esenciales
como la difusión del dinero, la fortaleza social de la ciudad, el debate entre
lógica y fe… aparecen de manera abrupta en las reflexiones de la sociedad de
Europa y al mismo tiempo aparecen las órdenes mendicantes, dominicos y
franciscanos, pero también mercedarios y trinitarios, en el siglo XIII
agustinos y carmelitas.
La consolidación territorial de la Cristiandad latina se logró
a base de encuadrar a los fieles aunque el fortalecimiento real en los
territorios cristianos había obligado a los pontífices a negociar aspectos
jurídicos y fiscales, y de su expansión, y pidiendo de antemano disculpas por
la extensión de la cita y no ocultando cierta sorpresa historiográfica por
cierto aroma a Hobsbawm en un autor como José Ángel García de Cortázar:
“En todos los territorios por los que la Cristiandad se fue
expandiendo en los siglos XII y XIII, la Iglesia puso en manos de los
promotores de las iniciativas de “colonización” o “reconquista” varios
instrumentos. Uno fue puramente cultural: la creación por parte de clérigos de
las respectivas historiografías nacionales, como sucedió desde Castilla a
Suecia o a Hungría. Otro tuvo un componente devocional que vino a reforzar el
propiamente nacional: la elección de unos santos específicos, con frecuencia,
reyes o príncipes, de quienes se esperaba una actuación como patronos
protectores de sus reinos respectivos. Y un tercer instrumento fue plenamente
espiritual: cada una de aquellas iniciativas de arrinconamiento o extinción del
infiel o del pagano tuvo una consideración de “cruzada” vocablo más
historiográfico que histórico, aunque también se deslizó alguna vez en las
crónicas de la época.”
Y también, claro, el periodo asiste a la cristalización
definitiva del discurso papal y con ella la aparición de una sociedad
represiva. Si a la predicación pacífica se unió la presión militar para la
expansión de la Cristiandad latina, en su interior se justificaría la amenaza
de la fuerza sobre toda disidencia, y así, de la
inquisitio hasta entonces utilizada, hubo de ser institucionalizada
en Inquisición en 1233 por el papa Gregorio IX para combatir sobre todo a
valdenses y cátaros en el sudeste de Francia. De esta manera los tribunales
inquisitoriales se confiaban a dominicos y franciscanos para erradicar las
herejías entre otras cosas a través del asesinato o la tortura como legitimaban
los hoy santos Bernardo de Claraval o Tomás de Aquino.
Y muy importante, en este siglo XIII asistimos a como la
sociedad represora institucionalizada que además de herejes perseguía leprosos
y homosexuales se extendía a los no cristianos.
Aun así, la filosofía escolástica de Tomás de Aquino
progresaba en el desencanto.
¡Ya estamos en el Reino de la discusión!, la cuarta parte de
esta
Historia religiosa del Occidente
medieval. Son los últimos siglos de la Edad Media. La propia monarquía
papal dejó de ser
el poder para
convertirse en un poder que como los demás buscaba y comparaba alianzas para
alcanzar objetivos puramente seculares. Tiempos de cambio:
“… tanto los teólogos nominalistas como los místicos (y
místicas) y hasta los humanistas que vinieron tras ellos siguieron siendo
profundos creyentes, respetuosa o violentamente críticos con las obras de una
Iglesia con la que no estaban de acuerdo y para las que reclamaban una
“recristianización” que, a menudo, la jerarquía no comprendió o juzgó desviada
cuando no herética.”
Desde finales del siglo XIII a mediados del XV podemos
hablar sin miedo de crisis del cristianismo, ¿o no?: el atentado de Anagni
contra Bonifacio VIII (1303), la estancia del papado en Aviñón entre 1309 y
1378, el “cisma de Occidente” y su fractura de la obediencia católica entre
Roma y Aviñón entre 1378 y 1417, y el “movimiento conciliarista que pondría en
cuestión la forma autoritaria de la Iglesia para reivindicarla como Iglesia-
institución: “Esa historia finimedieval de la institución pontificia constituyó
un capítulo coherente de la evolución del pontificado. Sobre las bases físicas
y mentales aseguradas a mediados del siglo XV se alzaría una historia que
después se prolongaría hasta la desaparición del Estado pontificio en 1870.”
Pues bien, a lo largo de las cinco partes de este libro José
Ángel García de Cortázar logra la tan difícil empresa de plasmar lo que él
entiende como ámbitos de una religión, a saber; sus creencias, las liturgias de
fraternidad y de agradecimiento a la divinidad, la creación del cuerpo orgánico
de una Iglesia y su ética.
Recurriendo a Max Weber el autor hace una arriesgada
conclusión, quizá para descargar (o justificar) el carácter casi religioso de
su obra, donde afirma que sus tres tipos de dominación legítima
(racional-legal, tradicional y carismática), se encuentran en los ámbitos constituyentes
del cristianismo. Y aunque este punto me resulta harto discutible, comparto con
el autor que “la tensión entre el poder laico y el poder eclesiástico, herencia
de la reforma gregoriana que puso fin a formas más o menos deliberadas
de cesaropapismo, ha sido uno de los factores
decisivos de la existencia de una pluralidad de culturas intersticiales dentro
de la cultura occidental medieval.”
En definitiva,al margen de la oportunidad perdida de haber
abarcado el fenómeno religioso medieval en Occidente más allá de Iglesia
oficial, y quizá, por que no, en un especialista de la talla de José Ángel
García de Cortázar, introducir un capítulo donde fenómenos tan dispares como la
iglesia mozárabe hubieran tenido cabida, estamos ante una magnífica síntesis de
la historia de la Iglesia en la Edad Media que está llamada a ocupar un espacio
propio. Y a ello va a contribuir una impecable edición donde no falta ni la
obligada bibliografía ni los siempre de agradecer apéndices con mapas,
cronología…y claro, el imprescindible índice analítico que hace del libro
además de una excelente obra de lectura un valioso libro de consulta.
Volviendo a la Historia
religiosa del Occidente medieval antes tratada pero fuera de ella, Hildegard
von Bingen aparece en él respecto de los sentimientos místicos como “esbozados
por Bernardo de Claraval y Guillermo de Saint-Thierry, alcanzaron su
culminación en Hildegarda de Bingen, monja visionaria fallecida en 1179,
proponía, en palabras de Claudio Leonardi, el descubrimiento del Dios
escondido.” También aparece como una pensadora de un pesimismo atroz desgarrada
por los enfrentamientos entre el Papado y el Imperio (Sacro Imperio
Romano-Germánico) y carcomida por las herejías pero alimentada por una “mística
nupcial”.
Pues bien, el mes pasado Hildegard von Bingen se sumaba al
escueto grupo de mujeres que la Iglesia reconoce como “Doctora de la Iglesia
Universal” junto a Catalina de Siena, Teresa de Ávila y Teresa de Lisieux. (El
número de hombres que poseen tal reconocimiento llega a la treintena, pero no
es la cuestión que quiero traer aquí).
Y dada la ocasión no se debe dejar pasar la oportunidad de
reseñar
Vida y visiones de Hildegard von
Bingen en la edición de Victoria Cirlot (ed. Siruela). A pesar de estar
editado en 2009 (su última revisión aumentada) continúa siendo un referente
absoluto en la edición en español del personaje. Compuesta fundamentalmente por
Vida de Hildegard von Bingen de
Theoderich von Echternach (1180-1190), incluye parte de la correspondencia que
mantuvo con magnitudes de su época como Bernardo de Claraval, el papa Eugenio
III o con el monje Guibert de Gembloux entre otros, al que le resume en 1175 lo
que es su mística:
“Oh fiel servidor, yo, pobrecita forma de mujer, te digo una
vez más estas palabras
en verdadera
visión: si a Dios le pluguiera elevar tanto mi cuerpo como mi alma en esta
visión, no retrocedería el temor de la mente y de mi corazón, pues sé que soy
humana, por mucho que fuera encerrada desde mi infancia. Muchos sabios fueron
infundidos así de milagros, de modo que abrieron muchos secretos y por
vanagloria escribieron atribuyéndoselos a sí mismos, y por ello cayeron. Pero
quienes en la ascensión del alma han apurado la sabiduría de Dios y no se
tienen en nada, serán las columnas del cielo. Así le sucedió a Pedro que,
aventajó en la predicación a todos los discípulos y él se tenía en nada.
También el evangelista Juan estaba lleno de blanda humildad, por lo que mucho
apuraba en la divinidad.”
Igualmente en esta edición de Siruela encontraremos sus
visiones ilustradas en un ejercicio de edición extraordinaria y como colofón su
obra poética y musical. Y todo ello acompañado de su cronología, notas,
bibliografía.
En fin, toda una inmersión en la historia del corpus
religioso occidental que merece su conocimiento más allá de las creencias
religiosas. Se comparta o no la idea que la Iglesia oficial hace del vínculo
entre el concepto de Europa y el catolicismo y que, en mi opinión está llena de
manipulaciones, es innegable que en lo que hoy consideramos idea de Europa el
cristianismo ocupa un lugar indiscutible y vertebrador.
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