La nación inventada de Arsenio e Ignacio Escolar (Península) es ligero y fácil pero un mal libro de historia. Dicen los autores que al volver a leer los escritos de Indro Montanelli, Historia de Roma e Historia de los griegos (ambos en Planeta entre otras editoriales) decidieron escribir en clave divulgativa la historia de Castilla. Para ello, y en torno a la idea central de que la gran parte de los mitos que la sostienen son falsos, dedican 31 capítulos de manera rápida, amena, a veces divertida y siempre en clave periodística a repasar episodios históricos que narran sin mucho análisis la existencia castellana desde sus inicios hasta el siglo XIII. Los jueces de Castilla como figuras inexistentes, Fernán González como actor absolutamente secundario del devenir histórico castellano sin ningún papel en la independencia del futuro reino, el Cid como mercenario antihéroe, son algunos de los mitos creados por élites determinadas (sí, puro instrumentalismo probablemente basado en la explicación de nación de E.J Hobsbawn y que tanto ha influido en la izquierda) que pretende esclarecer y que permiten entender el objeto de la obra. Si por esto fuera estaría bien, pero la obra además de su limitada documentación (como demuestra la bibliografía utilizada, importante en su calidad, Sánchez Albornoz, J. Pérez, Valdeón… toda ella orientada en una misma dirección, aunque tampoco requiere mucho más al tener un carácter puramente de resumen histórico) parte de una premisa errónea que echa a perder el conjunto: Qué los mitos castellanos estaban dirigido a crear una nación. Utiliza conceptos políticos del XIX para analizar hechos de la edad media que no tienen nada que ver en absoluto y los juzga en claves que no son aplicables a ellos. Por poner un ejemplo:
“Desde finales del siglo XII y hasta mediados del siglo XIII, un puñado de historiadores y poetas se inventan una patria, una nación, que en realidad nunca habían sido exactamente así”.
¿Una patria y una nación en el XIII? Pero peor aún, en busca de un lenguaje que resulte atractivo al lector utilizan otros conceptos como “machista” o “limpieza étnica” en contextos en los que no son aplicables. Para colmo, la conclusión final del libro es un llamamiento al mito (esta vez sí) victimista : “También eran Castilla sus mitos, sus leyendas; esa nación inventada que, al final, acabaría siendo la nación derrotada y expoliada” por supuesto sin aclarar esto último aunque parece ser que lo reservan para una segunda parte que estaría ya en preparación con el nombre de La nación expoliada. Quizá los autores caigan en la cuenta de que reivindican en nombre de una “nación”, lo que implica que hacen suyos los elementos míticos, psicológicos y sentimentales que la dotan de identidad. Toda una contradicción, y es que en efecto, la existencia de una identidad nacional no es separable de su psicología y sentimentalidad, al fin y al cabo estas son motores de la acción humana y por tanto de historia.
En fin, el libro como obra de divertimento y divulgación puede dar resultado, de ahí que no me sorprende el éxito inicial que ha tenido y que ya haya disfrutado de su tercera edición, entre otras cosas porque como libro de iniciación a la historia de Castilla puede valer y además no requiere su lectura ni tiempo ni esfuerzo. No obstante si alguien está interesado realmente en los mitos nacionales siempre recurrirá a nuestros imprescindibles Álvarez Junco (su Mater Dolorosa editado en Taurus parece insuperable), Juan Pablo Fusi, Carlos Seco Serrano o Miguel Artola entre otros. España para bien o para mal es rica en imaginarios pero afortunadamente no carece de buenos especialistas en ellos.
Pero ya completamente al margen de La nación inventada, el motivo de haberla comentado en esta entrada es la reflexión que me genera la creciente producción literaria y periodística en torno a las identidades nacionales (no solo en España).Relacionado con ello aunque no necesariamente unido, es curioso que en un momento en el que las ideologías se encuentran en sus horas más bajas el nacionalismo no parece haber sufrido la misma suerte que estas. En el caso español asistimos a una muy preocupante reafirmación de sus nacionalismos que se traduce de momento y fundamentalmente en un crecimiento espectacular del sentimiento antiautonómico de un lado y del independentismo catalán de otro, y aunque en ambos casos se camuflan en reflexiones o propuestas económicas, en realidad esconden un revisionismo crítico sobre el modelo de Estado por parte de unos (que dudo que algún día llegaran a aceptarlo), y un particularismo cada vez más excluyente en el otro. Dado como avanza la situación política española me pregunto como pueden desarrollarse los acontecimientos ante una hipotética coincidencia de nacionalismos español, catalán y vasco gobernando en sus respectivos ámbitos territoriales. Parece que podría ser un potencial conflicto por lo que no me resisto a comentar el artículo que Jordi Pujol ha publicado esta semana en el boletín de su Centri D’Estudis J. Pujol (http://www.jordipujol.cat/es/cejp/butlleti/239) en el que introduce sin el más mínimo complejo el independentismo puro y duro en el catalanismo heredero de la Lliga Regionalista de principios del XX. Viendo como el ideario de estos siempre se ha basado en una diferencia catalana “pragmática”, no deja de ser un salto de mucha importancia el cambio, máxime cuando sabemos el peso del pujolismo en el catalanismo y muy especialmente en el sector dominante convergente.
El President Pujol en su escrito le da la vuelta al argumento comparativo entre Cataluña y el Québec que siempre ha defendido para esta vez centrarlo en el Estado canadiense que sí supo evitar el ahora denostado “café para todos” y darle a la provincia francófona un estatus diferente al resto de divisiones del país. Hubo un tiempo (según el articulista) donde la permanencia en España era posible pero el Tribunal Constitucional ha finiquitado esa opción al impedir un régimen diferente para Cataluña a través de su Estatut. Sin embargo evita mencionar Don Jordi que el universo quebequés continúa encallado en un rechazo completo a la constitución canadiense y se siente (igualmente al catalán con el Constitucional) perseguido y acosado por el Tribunal Supremo de aquel país. Curiosamente el poder político real de Québec reside en el mismo punto que el de Cataluña en el conjunto del estado español al poder decidir las mayorías de gobierno con sus representaciones parlamentarias. No obstante y visto lo escrito, “mientras esperamos el día de un hipotético referéndum oficial y vinculante”, parece que el modelo escocés mucho más “inmediatista” hasta ahora defendido por ERC va ganando posiciones aunque Alex Salmond continúa sin decidirse a convocar su tan anunciado referéndum. De cualquier modo sospecho que la clave de la supervivencia de los sentimientos nacionalistas en la crisis de las ideologías reside en su capacidad de adaptación, y si el proceso de descomposición belga siguiera adelante tendríamos un nuevo modelo a seguir por ellos basado en la extinción de relación entre comunidades y el Estado central a través del reparto total de competencias. Después de todo, el conflicto belga al margen de indudables elementos sentimentales o psicológicos se produce porque las dos competencias principales no cedidas a las regiones, la militar y la económica, hoy están en manos de instituciones superiores (OTAN y UE) que hacen innecesario un gobierno central y en lo demás es imposible el acuerdo. En España debemos seguir con atención aquel proceso, nos puede afectar mucho, aunque cierto es que en Bélgica no existe un nacionalismo propiamente belga y en España sí convivimos con uno propiamente español. Lo que compartimos son instituciones que de momento encarnan la unidad nacional más allá del sistema competencial.